«Pose» (2018), las sombras tras el glamour de una época
Anunciada en 2017, sin un formato definido todavía en esos momentos pero con la premisa inicial de la presentación de los distintos estratos sociales de la ciudad de Nueva York y las subculturas urbanas relacionadas con los movimientos y estéticas drag de finales de los años 80, hace tres semanas que se iniciaba la emisión de Pose. La serie lleva la firma del, sin ningún género de dudas, más que prolífico Ryan Murphy acompañado en los guiones de Brad Falchuk y del jovencísimo Steven Canals que se incorpora al equipo de Murphy casi casi recién salido del máster de guión de la UCLA.
Y este es justamente el primer aspecto que debemos señalar de Pose. Pero no tanto por la ampliación de los nombres que acompañan a nuestro tándem favorito, sino porque la serie va a seguir los objetivos que marcara Ryan Murphy a su Half Foundation en 2016: dar paso a nuevos creadores, fomentar la incorporación de las mujeres en la dirección de las ficciones televisivas, y dar visibilidad a la comunidad LGTBI en sus producciones. Si lo segundo quedó clarísimo en series anteriores como American Horror Story, American Crime Story o Feud donde las firmas de mujeres en la dirección llegó prácticamente (si no lo superó) al 50% de los episodios; lo último se ha puesto en evidencia en Pose. Así, los personajes que forman parte del mundo del ball dance y sus casas van a ser actrices transgénero sin las cuales, como el propio Murphy afirmará, «la serie no hubiera sido posible». Algo quizá impensable hasta el momento ya que en la práctica totalidad de producciones en las que aparece un personaje transgenérico, este es encarnado por una mujer. Baste como ejemplo Transamerica (Duncan Tucker, 2005) con Felicity Huffman en el papel de Sabrina Ousbourne que le valió una nominación al Oscar. De este modo, el valor de Pose no es solo la visibilización, sino la normalización de una parte importante del colectivo LGTBI.
Y es que Pose va a tener otro valor añadido. Lejos de caer en la trampa del simple regodeo ante los excesos estéticos y la sofisticación de las tendencias de moda/música generadas desde las ball dance de los 80 —que bien pudiera haber sido si la serie estuviera firmada por otro showrunner— y que tendría como consecuencia una serie probablemente insulsa, reiterativa y conceptualmente frívola, Pose va a dibujar un fresco de la época. Una época en la que el glamour que se genera en la marginalidad o en ambientes frecuentados por las estrellas de Hollywood y las clases sociales pudientes —con el mítico Studio 54 de finales de los años 70— contrastará con la problemática identitaria de los personajes que lo habitan. Un fresco que, como el buen neobarroco que es Murphy, está lleno de luces y sombras.
La serie se construirá, pues, a base de contrastes. Desde los momentos iniciales del episodio piloto, las audiencias se sumergirán en las reglas del juego de las ball dance que no es otro que la competencia entre las distintas casas (houses) para ver quién de ellas consigue marcar tendencia(s) con lo que ello implica de un cierto reconocimiento entre los colectivos asistentes que suelen ser homosexuales o transgenéricos de color. En este primer nivel situaremos a Elektra Abundance (Dominique Jackson), «madre» de la casa que lleva su nombre y a Blanca Rodríguez (M.J.Rodríguez) quien va a buscar su propia identidad lejos del agobiante liderazgo de la primera y que creará su propia casa, The house of Evangelista en honor a la top model Linda Evangelista. El contraste entre la hiperprotección tiránica de la primera y la rebeldía de la segunda se hará evidente en los distintos momentos de su particular contienda que tendrá como árbitro al diseñador de moda y oficiante de las sesiones de la ball dance Pray Tell (Billy Porter). Un contraste que se hará extensible a un planteamiento cómodo de su estatus social marginal por parte de Elektra y una reivindicación de normalidad social por parte de Blanca. Una reivindicación no solo ante los clanes de las ball dance sino también ante los colectivos heterosexuales y homosexuales blancos que marginan a la mujer transgenérica. Algo parecido le sucederá a Damon Richards (Ryan Jamaal Swain), el bailarín que es expulsado de casa por sus padres al conocer su identidad homosexual y que se enrolará en la House of Evangelista. Las traslaciones a la contemporaneidad no son muy difíciles de realizar, como tampoco el considerar Pose como un quasi minority biopic, desarrollado últimamente por Murphy.
Pero también desde el primer momento conoceremos a Stan Bowes (Evan Peters). Su entrada a la Trump Tower no puede ser más clara así como su asimilación a una clase media norteamericana que todavía cree en el American Dream de la década de los cincuenta. Sin embargo, la aparente pertenencia del taciturno y tímido Stan a los americanos poderosos va a verse negada por su insatisfacción personal frente a la falta de escrúpulos e insubstancialidad de su jefe y a su propia vida doméstica en la que se siente parcialmente cómodo junto a su esposa Patty (Kate Mara). Un diseño de personaje que bien podría relacionarse —aunque de otro modo— con los melodramas contemporáneos de Todd Haynes en los que la necesidad de comunicación interpersonal va más allá de las relaciones sexuales para convertirse en una necesidad vital y casi de supervivencia. Al igual como le sucediera a Cathy Wittaker (Julianne Moore) en su relación con su jardinero Raymond (Denis Haysbert) en Lejos del cielo (2002), Stan Bowes encontrará a Angel (Indya Moore); al igual que en los melodramas de Haynes, Ryan Murphy presentará la identidad y la sexualidad como constructos sociales cambiantes; y , finalmente, como en los melodramas de Haynes, la subversión social estará servida al sustituir las relaciones homosexuales y/o interraciales por las relaciones con una mujer transgenérica en un momento histórico no excesivamente complaciente.
Pose no ha podido empezar mejor al romper con cualquier hipotético cliché de una serie ambientada en una época casi mítica en el imaginario colectivo. Murphy ha conseguido, en tan solo dos episodios, engancharnos —al menos a mí— emocionalmente al construir una narración en lo que lo realmente importa son los personajes. Unos personajes que le sirven para hacer un retrato de época pero también para mostrar la actualidad de los temas que nos presenta en todas y cada una de sus producciones. Nos sorprendería mucho que los siguiente episodios rompieran con el tono que hemos visto y que convierten Pose en una serie de visionado imprescindible.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.