Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: narrativas múltiples (II)

Continuamos con las recomendaciones del mes. Esta vez, enmarcadas dentro de concepto de ficciones corales y narrativas múltiples.

Aitor Fernández de Marticorena Gallego: Devil May Cry 5 (Capcom, 2019)

La franquicia Devil May Cry siempre ha sido extraña. Desde que se publicara en 2001 su primera entrega homónima, la saga ha pasado por una disparidad constante en sus títulos. El segundo, un producto con falta de pulido debido a los cambios de director en el desarrollo y falta de tiempo en la programación. El tercero, considerado una de las cumbres del videojuego de acción moderno por su acción milimetrada al detalle y narrativa sencilla. El cuarto, un pastiche de acción cuidada, repetitividad mecánica y reutilización de escenarios por, una vez más, falta de tiempo en el desarrollo. Todo apuntaba a que la quinta entrega, impar, volvería a la maestría de la tercera entrega, pero los fans de la serie se dieron de bruces con el anuncio de un reboot estrenado en 2013, desarrollado por el entonces algo desconocido estudio Ninja Theory y con un concepto completamente diferente del mundo de Devil May Cry y su protagonista, Dante. El resultado, una vez más, fue dispar: un trabajo notable en las mecánicas del juego mezcladas con un humor pueril y una narrativa insuficiente, además de un personaje principal hipersimplificado y de atributos negativos, sin la gracia del Dante original.

6 años después del reboot y 11 desde la cuarta entrega numerada, Devil May Cry 5 llegó para PS4, Xbox One y Windows en 2019, volviendo a las raíces con Capcom como desarrollador y recuperando a todos los personajes icónicos de entregas anteriores. El motor RE, empleado por la propia Capcom en Resident Evil 7: biohazard (2017), ofreció un pulido gráfico acorde a las nuevas generaciones y una destreza en el movimiento propia de los 60 fotogramas por segundo, ideales para la acción veloz. También su narrativa trató de adaptarse a la actualidad sin perder de vista su origen: una secuenciación por capítulos tradicional, pero con una división en tres tramas confluyentes en puntos varios de la historia. Ya no solo Dante o Nero serían protagonistas de sus propias historias; ambos compartirían protagonismo y, además, con un nuevo personaje principal, V.

Si bien la historia de Devil May Cry V es, quizás, su punto más flojo, su distribución en tres tramas con protagonistas distintos permite una variedad constante tanto en la jugabilidad como en la propia historia, esta última apuntando hacia una saga familiar en mitad de un advenimiento demoníaco. Las mecánicas se adaptan a tres formas de combatir completamente diferenciadas: un combate a distancia con V, otro cuerpo a cuerpo con Dante y un último híbrido con Nero. Todas ellas se adaptan a la personalidad de cada uno y, sobre todo, aportan variabilidad en el combate; cada capítulo es un cambio tanto tonal como mecánico. Su idea más brillante: confluir las tres historias en cada capítulo a través de un modo online donde otros jugadores completan las secciones de los protagonistas de otros capítulos de fondo en el escenario, siempre en una zona concreta. Las posiblidades narrativas de esta metodología, si bien no demasiado exploradas, se traducen en una viveza argumental donde la atención se mantiene constantemente. Hacen preguntarse a la persona a los mandos qué historias estarán viviendo los otros dos protagonistas antes y después de conectarse, y el propio videojuego satura esa curiosidad con tramas personalizadas en posteriores capítulos.

Devil May Cry 5 no es exactamente novedoso. Expande sobre los conceptos mecánicos de anteriores entregas y asimila prácticamente todos en arsenales complejos para cada protagonista, pero no resulta un cambio total para con el funcionamiento de las mecánicas de juegos anteriores. La historia, aunque experimental, no deja de exprimir el usual tono de Serie B de la franquicia (en secciones a caballo entre lo encantador y lo tedioso) con una historia más bien pasable. Pero su éxito no se basa en su originalidad, sino en su complicidad hacia las expectativas de los fans para esta nueva entrega. Dante vuelve a ser icónico con sus pasos de Michael Jackson y su rebosante carisma; Nero recibe un arco de personaje infinitamente superior al de la cuarta entrega, y V (un curioso trasunto de Adam Driver en su diseño de personaje) ofrece una reconexión con el pasado de la saga mientras, al tiempo, mantiene un halo de misterio constante. Algunas secciones del videojuego se han convertido en lo más memorable de la saga. Si uno entra a la quinta entrega con conocimiento previo, disfrutará de su fanservice descarado en argumento y mecánicas. Si, en cambio, decide embarcarse en esta nueva aventura como su entrada a la saga, podrá disfrutar de su impresionante pulido mecánico, un apartado visual repleto de detalles y una trama de honesta Serie B con tres protagonistas diferenciados, carismáticos y dinámicos en sus interacciones.

Guillermo Amengual: El discreto encanto de la burguesía (Luis Buñuel, 1972)

El cine de Luis Buñuel está marcado por el retrato de la imposibilidad. Si nos detenemos en varios títulos de sus películas nos daremos cuenta de que al cineasta aragonés siempre le ha gustado escribir películas donde se retrata la frustración creciente de su(s) protagonista(s) al verse en una constante lucha contra algo que impide irremediablemente alcanzar su(s) objetivo(s). En La edad de oro (1930) los protagonistas siempre eran separados o interrumpidos antes de comenzar a tener relaciones sexuales; en Ensayo de un crimen (1955) el personaje principal, por más que fantasease con ello, era incapaz de asesinar a quien quería; en El ángel exterminador (1962) unos cuantos aristócratas permanecían encerrados en la habitación de una mansión sin poder -por capricho del propio Buñuel- traspasar el umbral de la puerta que los llevaba a su libertad; y en Ese oscuro objeto de deseo (1977) -el último filme de Buñuel- su protagonista siempre se encontraba con algo que le impedía acostarse con su joven amante. De este modo, Buñuel exploraba una serie de situaciones absurdas y sinsentido que le permitían llevar a sus personajes a las situaciones más hilarantes, patéticas y violentas que pudiera imaginarse.

En Le charme discret de la bourgeoisie (El discreto encanto de la burguesía, 1972), Buñuel, con esa aparente simpleza propia de los maestros, construye una película que se sustenta bajo la siguiente premisa: un grupo de refinados y anticuados burgueses intentan quedar para comer, pero fracasan en cada uno de los intentos. La película es tan simple como eso, pero cada una de las situaciones surrealistas que se plantean -a través de la imposibilidad de tener una cena tranquila- hace que la cinta adquiera una dimensión alegórica sobre la falta de valores de la clase burguesa y la ineptitud del ser humano. Para ello, Buñuel, no establece un claro protagonista, sino que divide su relato en diferentes historias paralelas que siguen a cada uno de los siete aristócratas.

Jean-Pierre Casse y Stéphane Audran interpretan al matrimonio Sénéchal, quienes invitan a sus amigos don Rafael -el embajador de Miranda, un país ficticio, interpretado por Fernando Rey-, el matrimonio Thevenon (interpretado por Delphine Seyrig y Paul Frankeur) y Florence (Bulle Ogie) a cenar, pero debido a un malentendido (pensaban que la cita era otro día) improvisan una cena en un restaurante de la zona. En cuanto llegan al lugar, ven que el dueño del local acaba de morir y que sus trabajadores están haciendo su velatorio ahí mismo. A este grupo de burgueses se les une un sacerdote (Julien Bertheau) que pide trabajar como jardinero en la mansión de los Sénéchal, quienes han vuelto a olvidar que han invitado a sus amigos a comer. Otro día, las mujeres del grupo van a desayunar a un bar donde no hay nada de lo que piden. A cambio, un soldado les cuenta la historia de cómo, de niño, vio al fantasma de su madre. Al día siguiente, un pelotón de militares interrumpe una cena entre el grupo porque deben realizar unas maniobras justo en ese momento, en ese preciso lugar. Así suceden diferentes situaciones surrealistas que se desarrollan en distintos planos de la realidad, pues Buñuel juega constantemente con el lenguaje de los sueños a través de elipsis imposibles, uso de trampantojos en el espacio y diálogos absurdos.

El discreto encanto de la burguesía es una de las obras clave de Luis Buñuel y una de sus más conocidas junto a Un chien andalou (Un perro andaluz, 1929). Forma parte de la serie de cintas que el cineasta dirigió en su última etapa artística y que se caracterizaron por ser coescritas junto al guionista Jean-Claude Carrière y producidas en Francia por Serge Silberman. Entre ellas destacan La vía láctea (1969), El fantasma de la libertad (1975) y Ese oscuro objeto de deseo (1977). También destaca Belle de jour (1967), protagonizada por Catherine Deneuve y producida, esta vez, por Raymond y Robert Hakim. Desde luego, estos largometrajes se diferencian bastante a otros anteriores de Buñuel, como los que conforman su etapa mexicana, quizá más caracterizados por cierto realismo y estilo melodramático. Aun así en todos ellos destaca ese tono irónico y cínico unido al interés de Buñuel por retratar al ser humano en toda su naturaleza, tanto la onírica y espiritual como la material. Desde luego, El discreto encanto es un maravilloso ejemplo de ello.

Como último apunte, destacaré una anécdota. El discreto encanto fue nominada a mejor película extranjera en los Oscars de 1973. Unos meses antes de la ceremonia, unos periodistas entrevistaron a Buñuel en su casa de México por la nominación. «¿Ganará el galardón?», le preguntaron al maestro. «Por supuesto, ya he pagado los veinticinco mil euros y los americanos son personas de palabra», contestó con humor Buñuel. Meses después, con el Oscar en sus manos, tuvo que afirmar y reafirmar que aquel comentario se trataba simplemente de una broma que resultó convertirse en realidad.

Laura Taltavull: 2046 (Wong Kar-wai, 2004)

Desde Days of Being Wild (1990) el tema del tiempo y la memoria se vuelven los predilectos del director hongkonés Wong Kar-wai. Su gran última epopeya emocional había sido In the Mood for Love (2000) hasta que en 2004 llega 2046: una majestuosa exploración de la complejidad de las emociones humanas, bellamente entrelazadas con impresionantes imágenes y una narrativa evocadora. Esta no es simplemente una secuela del trabajo anterior de Wong, es una obra maestra independiente, aunque sí cierra cuidadosamente la narrativa que había quedado suspendida desde entonces en sus producciones.

La narración de Wong Kar-wai, combinada con elementos narrativos no lineales, desafía al público a involucrarse profundamente en la película, que invita a la contemplación en lugar de la simple comprensión. Entrelaza historias de amor no correspondido, recuerdos fragmentados y mundos paralelos, creando un tapiz narrativo de amor, pérdida y un estado de anhelo perpetuo. El filme atraviesa múltiples líneas de tiempo, desdibujando las líneas entre pasado, presente y futuro, a través de cuatro arcos argumentales principales. En el futuro, la Tierra está conectada a través de una amplia red ferroviaria. A bordo del tren, los pasajeros solitarios intentan llegar a una misteriosa habitación llamada 2046, en la que no hay pérdida ni tristeza. De este modo, la película introduce un elemento de ciencia ficción que añade una capa de riqueza metafórica a la narrativa como proyección de los deseos de los personajes y como metáfora del pasado irrecuperable; además de representar los intentos por escapar del dolor, pero también representa un viaje sin un destino claro.

Mientras tanto, en otra época, Chow Mo-wan (Tony Leung), un escritor alcohólico cansado del mundo que se gana la vida escribiendo novelas de artes marciales, regresa a Hong Kong después de años en Singapur, donde se instala en un hotel. En Nochebuena, conoce a Lulu, a la que acompaña a su habitación y accidentalmente se queda con la llave de su habitación, la número 2046. A Lulu (Carina Lau) le seguirán tres otras huéspedes de la habitación, entre las que destaca la última, Bai Ling (Zhang Ziyi), a las que acompañaremos en sus trágicas vivencias. Mientras, Chow, por sus dificultades financieras, comienza a escribir una historia  llamada “2046” sobre personas que intentan encontrar la misteriosa habitación. Es invariablemente una película sobre el estado de ánimo y el carácter, de tono elegíaco, impregnada de una sensación de tristeza, fatalismo y resignación. La esencia de la película es la reacción emocional de las personas ante el cambio a medida que este va surtiendo efecto con el tiempo, una reacción retardada que llega cuando el cambio se hace evidente. Chow está efectivamente obsesionado con el pensamiento y el sentimiento del deseo no consumado y toda la película trata de recuperar una sensación perdida, un erotismo que se ha disipado en el tiempo y en la memoria.

Wong Kar-wai es conocido por su estilo visual distintivo y 2046 no es una excepción. La película es un festín visual, con una cinematografía exuberante y onírica. El trabajo de Christopher Doyle, caracterizado por colores ricos, composiciones intrincadas y movimientos fluidos de cámara, sumado a Kwan Pun-leung y Lai Yiu-fai, crea un lenguaje visual único que genera una atmósfera irrepetible. La banda sonora de la película, compuesta por Shigeru Umebayashi, es una parte vital de 2046. La música no solo acompaña la narrativa, amplifica y realza la profundidad emocional de cada escena. Las actuaciones también son excepcionales. La interpretación de Tony Leung de Chow Mo-wan, una clase magistral de represión emocional, sumada a la del resto del elenco, Gong Li, Zhang Ziyi, Faye Wong y otros, dan vida a personajes lentamente superados por el dolor de la separación o la pérdida del amor. A su vez, la química entre los actores es palpable, lo que añade una capa de autenticidad a su exploración de las relaciones humanas. 2046 no es simplemente una película; es una meditación poética sobre la experiencia humana, un viaje atemporal a través de las galerías de la memoria y un testimonio del poder duradero del amor y su anhelo eterno en una existencia tan cambiante.

 

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