Sobre Koreeda (V): «Hana» (2006) o la historia se repite
La era Genroku consiste en un período histórico que abarca desde 1688 hasta 1704, año siguiente al horrendo terremoto que sacudió violentamente Japón, derrumbó edificios emblemáticos y mató a, aproximadamente, 200.000 personas. A pesar de que el colofón de esta era en particular fuera tan dramático, normalmente se le atribuye un cierto optimismo y prosperidad, motivo por el que, suponemos, se llama Genroku, esto es, «felicidad original» en su traducción literal al español. Reinaba la paz en el país y su cultura florecía, ofreciendo un panorama artístico de altísima calidad y de enriquecimiento asegurado. Con estas características, no es extraño que un director como Koreeda haya querido ambientar Hana (2006), su único —hasta la fecha— jidaigeki o drama histórico, en esta época en concreto. La quietud y su curiosa imperturbabilidad ofrecen un escenario lo suficientemente espacioso como para que el director lleve a cabo su observación poética del día a día con total tranquilidad, incluso si en este caso encontramos algunos elementos que pueden incluso desmerecer lo que ha sido una filmografía francamente notable hasta el momento del estreno de Hana. Como siempre, dejamos por aquí el aviso spoilers para evitar disgustos indeseados.
La historia que Koreeda nos presenta en Hana nos lleva a 1702, la etapa crepuscular de la era Genroku, para contarnos la historia de Aoki Sozaemon (Junichi Okada), un joven, poco experimentado y, francamente, patoso samurái que ha viajado desde Matsumoto hasta un barrio de casuchas de Edo para tratar de localizar al asesino de su padre y así restaurar el honor de su clan. Sin embargo, la cosa se tuerce cuando Aoki descubre que su objetivo, Jubei Kanazawa (Tadanobu Asano), tiene esposa e hijos. El dilema está servido: ¿matar o no matar? La historia se irá revelando a la vez que Aoki se va involucrando románticamente con una joven viuda, Osae (Rie Miyazawa).
Hana confunde desde el principio. Para quien haya visto las cuatro películas anteriores del director, habrá notado una oscuridad que se presenta de forma orgánica entre los personajes y los temas tratados. Esta es una dinámica que queda clara desde un primer momento, ya sea a través de los colores o de una atmósfera plúmbea traída por personajes en situación de precariedad o argumentos que tienden a lo trágico y melancólico. Sin embargo, en Hana, ya desde un primer momento, se aprecia un acercamiento mucho más cómico y llevadero. La banda sonora enfatiza lo divertido a través de armonías movidas y desenfadadas que invitan a compartir la curiosa alegría que proyectan los personajes o que, en su defecto permiten quitarle hierro a un asunto que en ningún momento llegará a acoger una gravedad completa del todo. Los protagonistas, muchas veces a través de un humor físico que nos retrotrae a la comedia slapstick de los años 20 y 30, parecen responder a modelos arquetípicos del teatro kabuki, con su expresividad y manera de moverse, más que a figuras sobre las que la inclemencia del destino pesa con especial intensidad. En un momento dado, la película ironiza alrededor de la idea del hara-kiri cuando un personaje intenta practicárselo por tercera vez con el mismo éxito que las dos anteriores. En general, los códigos de conducta tradicionales, tan férreos en el caso de los samuráis con su debido cumplimiento del bushidō, se convierten en núcleo de una aparente «parodia». ¿A qué puede deberse este giro a la izquierda por parte de Koreeda a la hora de enfrentarse a unos hechos que perfectamente podrían haberse explotado de forma mucho más dramática?
Es indudable que el siglo XXI comenzó con una de las tragedias más impactantes, según la sensibilidad sociocultural de la posmodernidad: el 11S. Religiosamente, cada 11 de setiembre aparecen en los noticieros las horribles imágenes de los dos aviones estrellándose contra las dos torres del World Trade Center. Incluso, algunos medios más cruentos, se permiten el descaro de volver a mostrar al mundo esas grabaciones terribles de gente saltando desde los pisos más altos de los edificios, presas del pánico, prefiriendo una muerte rápida al estrellarse contra el suelo que morir devorados por las llamas. Sensacionalismos aparte, el imaginario cultural configurado alrededor de la idea del 11S ha traído mucha creación artística y, sobre todo, mucha reflexión alrededor de la idea de violencia y de cómo responder a estos actos. Es precisamente en estas últimas coordenadas donde debemos ubicar el curioso contraste que ofrece Hana, pues ese «¿matar o no matar?» del que hablábamos al plantear la sinopsis tiene, tanto si uno quiere como si no, satisfacerse con una respuesta. Las dudas asedian a Aoki y lo sitúan en el centro absoluto de unos interrogantes que ha cogido todavía más fuerza tras los atentados del 11 de setiembre. Por supuesto, el hecho discutido en Hana no es el 11S porque todavía no había sucedido. En su lugar, Koreeda intercala uno de los episodios más míticos y violentos de la historia de Japón al poner como tela de fondo todo lo sucedido con los 47 rōnin. Este evento histórico se utiliza como el símbolo más adecuado y cercano, a ojos del director, para configurar una relación con el 11S. Ahora bien: ¿lleva a cabo, Aoki, el acto? Tratándose de una película de Koreeda, que siempre trata de ofrecer un punto de vista algo más luminoso sobre cómo las cosas funcionan en el mundo, evidentemente Aoki no lleva a cabo el asesinato. Al respecto, señala Muñoz Garnica: «Koreeda eligió a este samurái perezoso, torpe y cobarde queriendo contraponer la vuelta de la sociedad post-11S a un discurso de agresividad, de violencia y venganza bastante preocupante. Su idea era explorar y contrastar la cadena de violencia que generan el revanchismo y el belicismo» (2022, 190). En su defecto, Koreeda responde a esta dinámica con uno de los gestos más conciliadores posibles: Aoki se gira, mira a cámara rompiendo la cuarta pared y dibuja en su rostro una sonrisa que invita a la concordia.
Hana mantiene algunos de los elementos cinematográficos propios del director, como el preferir la luz natural por encima de la artificial o plantear, en aquellos momentos en los que se presta, un cierto tono contemplativo que nos lleva a los momentos más espaciados y fructíferos de sus anteriores películas, sobre todo en aquellas instancias que quieren poner en valoración el mundo natural y familiar que se construye alrededor de los personajes. Sin embargo, quien haya visto los anteriores esfuerzos cinematográficos del director no tardará en notar que la quietud característica del estilo de Koreeda se sacrifica —aunque, como hemos dicho, no totalmente— para favorecer un fluir de las cosas más dinámico y acorde con el tono cómico de la cinta, convirtiéndola en una de sus películas más livianas, pero también en una de sus menos memorables. A mi juicio, Hana aparece por dos razones de peso. La primera tiene que ver con lo ya explicado alrededor de la idea de la violencia en el contexto post-11S. La segunda tiene que ver más con las deudas que Koreeda pudiera tener que saldar con aquellos que le precedieron, imbuyéndose en el mundo del jidaigeki con el pretexto de rendirle tributo a Akira Kurosawa, Yasujiro Ozu, Kenji Mizoguchi y Shohei Imamura, entre tantos otros. Hay mucho que valorar positivamente en Hana, pero desde aquí echamos de menos al Koreeda que pisa fuerte y atraviesa corazones, sensibilidades y conciencias.
MUÑOZ GARNICA, M. 2022. Hirokazu Koreeda. Madrid: Cátedra.
Graduado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de las Islas Baleares (UIB), donde también cursó el Máster en Lenguas y Literaturas Modernas —especialización en Estudios Culturales— y el Máster de Formación de Profesorado y donde se encuentra actualmente realizando un Doctorado en Filología y Filosofía. Interesado en el panorama ‘queer’, la ecocrítica y las representaciones discursivas y ficcionales de la otredad, acude a la llamada de las artes en busca de refugio y santuario para evitar perder el poco juicio que le queda.