Una mirada al cine de Mike Leigh: «High Hopes» (1988) o el destierro de la clase trabajadora
Como ya comentamos en el anterior artículo de este ciclo sobre Mike Leigh, su filmografía tiene como principal característica la descripción de la vida cotidiana de la sociedad británica. Un estilo definido a través del realismo estético y conceptual que vertebra su forma de entender la significación del cine como arte al servicio de la reflexión social. Si sus dos primeros largometrajes – Bleak Moments (1971) y Meantime (1983) – fueron realizados para Channel 4, con High Hopes el cineasta comienza sus andaduras como productor independiente en salas. Estrenada en 1988, la cinta se puede contemplar como una continuación orgánica de las preocupaciones de Leigh por las consecuencias económicas del gobierno conservador de Margaret Thatcher y su impacto directo en la transformación social. Sin embargo, mientras Meantime se ubica en el momento más álgido y brutal del Thatcherismo (desempleo y precariedad laboral), High Hopes tiene un enfoque distinto donde se expone la desilusión de las políticas de “La Dama de Hierro” de una forma más feroz y explícita, pero también más desenfrenada y liviana; que no quiere decir menos compleja.
Así, la voz crítica de Leigh se articula a través de un relato que mezcla la comedia social y el dramedy en el que refleja de forma irónica y burlona la lucha de clases y las nuevas estructuras sociales como resultado de las políticas de bienestar del mandato conservador de los 80. A través de un argumento centrado en las relaciones familiares y en la reconversión de los barrios obreros, Leigh construye una red de situaciones que fluctúan entre lo estrambótico y lo melancólico a partir de unos personajes que pueden resultar artificiosos en ciertos momentos, pero que están anclados en la realidad.
La primera secuencia es, pues, representativa ya que Leigh abre la cinta con un plano del centro de la ciudad de Londres en el que seguimos a un hombre desubicado con una enorme maleta. Este desconocido (Jason Watkins) termina pidiendo direcciones a un joven repartidor. Así, de la mano de este joven conocemos a Cyril (Phil Davis) y Shirley (Ruth Sheen), una pareja que vive en un pequeño apartamento detrás de una estación de tren. El choque entre la vida urbanita de Cyril y Shirley contrasta con el comportamiento rural del joven que se encuentra sobrepasado por el estilo de vida casi bohemio de la pareja y por la inmensidad de Londres. A medida que se sucede la película, nos vamos adentrando en las relaciones familiares de Cyril – en especial con su madre (Edna Doré), su hermana Valerie (Heather Tobias) y su cuñado Martin (Philip Jackson) – mientras se define su vida en pareja con Shirley y las diferentes posiciones ideológicas que determinan su existencia. Así, en oposición a las dinámicas familiares de Meantime, High Hopes pone en el centro a una pareja de treintañeros y sus problemas para manejarse en la época que les ha tocado vivir.
Así, los protagonistas se muestran como una pareja de clase media-baja con una estabilidad económica y social. Él es repartidor y ella es jardinera municipal. Ambos pertenecen a la clase trabajadora, pero llevan un tipo de vida modesta donde la presión social por llevar una “vida mejor” no los condiciona. Algo que contrasta con las imposiciones de la hermana de Cyril, Valerie, quien intenta desesperadamente demostrar su riqueza ante su madre (la escena del cumpleaños) y que entiende los bienes materiales como la manera de ser feliz (la compra del medidor de tensión). Un personaje, el de Valerie, que resulta histérico, histriónico y desagradable en su faceta pública, pero que alberga un vacío existencial en su vida privada. El capitalismo de las nuevas clases sociales (representadas en Valerie y Martin) choca, así, con la identidad de la clase trabajadora (representadas en Cyril, Shirley y Mrs Bender) como epicentro del film.
Precisamente, aquí es donde entra la reflexión acerca de la integridad de los personajes y la lucha entre estamentos sociales. El pensamiento anti-Thatcherista de Cyril y Shirley se manifiesta de forma clara desde el primer momento. Desde el descontento que explicitan a lo largo de los debates entre ambos y sus amistades, hasta la sorna que demuestran al llamar “Thatcher” a uno sus cactus más grandes porque «cuando pasas cerca puede clavarte uno de sus pinchos en el culo sin que te des cuenta». No es casual, pues, la visita de la pareja a la tumba de Karl Marx en Londres donde Cyril comienza a exponer todo lo erróneo sobre el planteamiento ideológico del filósofo político. Una especie de peregrinaje en un momento de crisis de pensamiento del joven quien regaña a Marx “porque las cosas no están saliendo como él dijo”. Como cuando un creyente echa la culpa a Dios por abandonarlo a su suerte. Esta pequeña y significativa escena se remata con la aparición de un grupo de japoneses que se abalanzan para ver la tumba de Marx como destino turístico en otro momento irónico muy acertado y característico del estilo Mike Leigh. Para Cyril, la revolución social ha muerto. Para Shirley, no todo tiene que tomarse tan a pecho. En definitiva, el idealismo y el realismo se topan de bruces.
Sin embargo, la obsesión de Cyril por categorizarlo todo dentro de una ideología política hace tambalear la estabilidad de la pareja al tener posicionamientos opuestos respecto a temáticas relevantes, que es lo que encapsula las escenas más tristes e íntimas del film. El debate respecto al aborto y la precariedad del futuro sobrevuelan el argumento de la película con un tipo de lenguaje y conceptos que resultan, escalofriantemente, premonitorios. Algo que nos hace reflexionar, una vez más, sobre la importancia del realismo social en el cine y su responsabilidad frente a los espectadores.
En este sentido, uno de los grandes bloques temáticos de High Hopes es la crítica a la remodelación de las ciudades y la desaparición de los barrios obreros. Los personajes que encarnan este dilema son los de Mrs Bender y sus nuevos vecinos, Laetizia y Rupert Boothe-Braine (Lesley Manville y David Bamber), quienes comparten la pared de su casa adosada. Mientras la fachada de Mrs Bender está desgastada y grisácea, la de los Boothe-Braine está inmaculada y brillante. Algo que separa dos mundos completamente antagónicos que parece no se pueden o, en términos clasistas, no se deben mezclar. Las escenas entre los vecinos y Mrs Bender son, realmente, demoledoras. Por un lado, se muestra la invasión de las familias de clase alta en los que décadas pasadas eran considerados barrios trabajadores como forma de reestructuración del centro de la ciudad y donde la clase baja es desterrada a las periferias. Esto se refleja claramente en la intención de Laetizia de convencer a Mrs Bender para que venda su casa a gente con un estatus mayor para revitalizar el barrio. Por otro lado, se refleja la superioridad y el esnobismo de las clases pudientes a partir de situaciones y diálogos (casi) ridículos. La artificialidad y extravagancia del matrimonio Boothe-Braine – que el apellido sea compuesto tampoco es casual – se representa en su vida pública y privada. Algo que Valerie pretende imitar, pero sin ninguna fortuna. Desde juegos sexuales infantiles, hasta cotilleos acerca de los lords y ladies de su entorno, pasando por conversaciones filosóficas sobre la última ópera que han ido a ver. Todo lo que rodea a los Booth-Braine es superfluo, absurdo y caracterizado de forma burlesca.
Si bien el título se refiere a esas “grande ambiciones” (high hopes) que presionan para llevar una vida mejor, lo artificial y lo real colisionan en High Hopes mezclando pesimismo y optimismo en un retrato sobre las dinámicas familiares, la lucha de clases y la soledad. Una película que demuestra la complejidad de los personajes confeccionados por Mike Leigh a pesar de su aparente sencillez.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.