Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Una mirada al cine de Mike Leigh: «Topsy-Turvy» (1999) o el biopic fragmentario

No cabe duda de que Topsy-Turvy es la primera película «grandiosa y masiva» de Mike Leigh y la que, en apariencia, la que más se pudiera alejar de los esquemas habituales del director como representante del realismo social en el cine británico. Y es que la propuesta de Leigh supone su incursión en un particular biopic anclado en un momento y lugar específicos para sus protagonistas,  además de ser un period drama situado entre 1884 y 1885. Dos elementos que retomará y modificará posteriormente en sus películas  Vera Drake (2004), Mr.Turner (2014) y Peterloo (2018) y que ya experimentara en su obra teatral It’s a Great Big Shame! estrenada en el Theatre Royal Stradford Fast en 1993. De esta manera los personajes anónimos, corrientes y cotidianos de sus anteriores producciones dan paso al conflicto y cuestionamiento del proceso creativo entre los compositores William Gilbert (Jim Broadbent) y Arthur Sullivan (Allan Corduner) hasta la composición de la que es la obra por la que son (re)conocidos en el mundo musical: The Mikado, estrenada en 1885. Una obra fascinante y casi hipnótica a la que le tengo un cariño muy especial y, por qué no decirlo, nostálgico que me retrotrae al montaje que hiciera —prácticamente poco más de un siglo después— la compañía Dagoll Dagom en 1986. Ni que decir tiene lo emocionante que me resultó la revisión de su origen por parte de Mike Leigh.

The Mikado: «Three little maids from school are we»

Tal como hemos avanzado, Topsy-Turvy se sitúa a finales del siglo XIX en una sociedad y un mundo de valores victorianos donde la ópera cómica era una de las formas masivas de la cultura popular. En estos parámetros se ubica el argumento del film de Leigh quien se define a sí mismo como una combinación de valores «old-fashioned» que conviven con una reacción anárquica y radical ante la existencia, por una parte. Y quien confiesa que esta película es para él como una máquina del tiempo por la que reconoce su enorme deuda con la tradición musical de Manchester, su ciudad natal, y la vuelta a su infancia en la que convivió con representaciones y discos de las obras de Gilbert y Sullivan, por otra parte. Un homenaje a la cultura popular a veces poco evidenciada en estudios sobre cineastas pero que encuentra su eco en las entrevistas con los directores y este es el caso de la anécdota recogida por Amy Raphael en su libro sobre Mike Leigh (Ferrar, Strauss and Giroux: New York, 1008) quien cuenta cómo durante una cena de gala en el festival de Cannes de 1997  explicó su proyecto a Martin Scorsese  quien confesó querer preparar un film sobre los hermanos Gershwin; y a Francis Ford Coppola quien no dudó en cantar parte del repertorio de los dos compositores de The Mikado.

William Gilbert (Jim Broadbent) y Arthur Sullivan (Allan Corduner)

Aún así, Topsy-Turvy sigue el esquema habitual de los films de Leigh en los que la primera parte del argumento se extiende extraordinariamente para situar a los personajes y con finales agridulces para algunos de ellos. Ya desde las primeras escenas se plantea el conflicto de personalidades creadoras entre el libretista Gilbert y el compositor Sullivan quienes son los reyes de la ópera cómica británica. Mientras el primero muestra un conformismo absoluto con la repetición de los esquemas mágicos en las obras que les vale la etiqueta de maestros del topsy-turviness, el segundo se niega a repetirlos al considerarlos automatizados y faltos de una calidad que los acerque no a la comedia bufa francesa o italiana de moda sino a la ópera con mayúsculas. Un conflicto profesional que sirve para delimitar a la perfección las características de cada uno de los personajes pero también para presentar el panorama del teatro londinense de la época. Por ello resulta esencial la presentación de los personajes de Richard D’Oyly Carte (Ron Cook) y de Helen Lenoir (Wendy Nottingham) empresarios y propietarios del Savoy Theater londinense, sede de la ópera cómica que pretendían convertir en inglesa y familiar. En definitiva, la fórmula del biopic va más allá de elementos biográficos para transformarse en una reflexión acerca de la búsqueda identitaria en la creación y en las fórmulas para fomentarla por parte de la industria. De ahí que califiquemos el film de Leigh como de biopic fragmentario. Una fragmentación que alcanza finalmente a los personajes femeninos que acompañan a los compositores: a Fanny Ronalds (Eleanor David) en su hasta cierto punto antisocial relación con Sullivan y de manera especial a Lucy Gilbert (Leslie Manville), apoyo incondicional para un marido que no es consciente de la soledad —y depresión— en la que ha sumido a su esposa convertida en un daño colateral de la creación.

Durward Lely (Kevin McKidd) y Leonora Braham (Shirley Henderson) en un momento de la obra «The Sorcerer» (1884)

Justamente Lucy es quien arrastra literalmente a Gilbert a la exhibición y reconstrucción de la vida japonesa que tiene lugar en Kensington de donde tomará inspiración para el libreto de The Mikado no solo para el argumento de la obra sino especialmente en el intento de reconstrucción de la ambientación y gestualidad nipona como parte de la verosimilitud escénica —aquí resulta interesantísima la mini exhibición teatral hecha por actores de teatro Kabuki. Si bien el film se sumerge en lo que parece ser su centro conceptual una vez transcurrida buena parte del metraje de la película, su desarrollo resulta ser un tanto desigual en cuanto a efecto dramático. Así asistimos a  los más que interesantes momentos del backstage de la compañía protagonizados especialmente por Durward Lely (Kevin McKidd) y Richard Temple (Timothy Spall), dos divos de la ópera cómica que comparten camerino y alguna que otra discrepancia con algunos elementos del nuevo montaje; por Lenora Braham (Shirley Henderson) y sus problemas con el alcohol y, finalmente, por William Gilbert en su papel de director de escena quizá excesivamente purista en contraste con su trayectoria anterior. Es destacable en este sentido la tarea de documentación realizada por Leigh (y también, como comenta el director, por Kevin McKidd) quien no solo recurrió a anuncios en la prensa en busca de investigadores especialistas sino también pidió a la directora de casting, la inefable Nina Gold, un perfil profesional específico para el personaje de Sullivan que combinara la interpretación con los conocimientos musicales y el dominio del piano.

Un momento de los ensayos de «The Mikado»

Sin embargo, estos momentos absolutamente coherentes que transforman Topsy-Turvy en algo más que period drama con un magnífico aparato estético se ven eclipsados, por decirlo de algún modo, por  los fragmentos de la representación de The Mikado convertidos en muestras aleatorias de la obra de una belleza plástica innegable —y reconstruidos casi arqueológicamente— pero que distorsionan enormemente la línea conductora de la película. Un planteamiento quizá excesivamente canónico de películas basadas en una representación teatral ya sea de musical o de ópera y que tiene el efecto de desdibujar la idea de la creación y de la industria del entretenimiento tal como señala la primera parte del film. Tan solo se rompe este esquema en dos momentos, sin duda los más relevantes de la reconstrucción de The Mikado que se refieren a la solidaridad laboral con Temple respecto a la posible anulación de su interpretación como Mikado, y el solo de Braham en la que el personaje de Yum-Yum se lamenta de su suerte. En cualquier caso, los momentos de la representación alargan considerablemente el metraje de Topsy-Turvy ralentizando su ritmo y provocando, en algunos momentos, la desconexión del espectador deseoso de ver algo más de los entresijos del montaje y de las problemáticas individuales, que se esbozan pero que apenas se desarrollan, de las personas de la compañía.

William Gilbert (Jim Broadbent) con su esposa Lucy (Leslie Manville)

Topsy-Turvy es una película eminentemente nostálgica y documentada hasta extremos insospechados que, sin duda, pasan desapercibidos para el espectador. La primera incursión de Leigh en el biopic/period drama es brillante y en ella se detectan algunos de los elementos que lo definen como autor a pesar de que la primera idea que se nos ocurre tras el visionado del film es que «es la menos Mike Leigh hasta el momento». Su circularidad argumental que hace que la película empieze y acabe con los dos compositores y la relación con sus parejas en una evolución lógica aunque esencialmente triste, se rompe en un segundo acto centrado en la representación teatral que convierte el film en un biopic fragmentado no exento de valor. Lamentablemente la recepción y el reconocimiento de la película en premios y certámenes internacionales —Oscar al mejor vestuario (Lindy Hemmings) y el mismo premio y el Bafta al mejor maquillaje/peluquería (Christine Blundell)— insisten en justamente lo que quiere evitar Leigh: la primacía del envoltorio de un period drama sobre el momento vital y social retratado.

 

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