Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

12 meses con Hayao Miyazaki (I): «El castillo de Cagliostro» (1979) y los primeros atisbos de genio

Hayao Miyazaki no parece necesitar presentación. Como figura siempre presente en la historia reciente de la animación japonesa, su reconocimiento ha sobrepasado la barrera cultural, y nombres como Studio Ghibli, Isao Takahata o el propio Hayao Miyazaki forman ya parte del saber popular en Oriente y Occidente por igual. Más allá de la calidad de su trabajo, las obras de Miyazaki deben su éxito a varios factores: la dualidad de su creador, filtrada en historias ora alegres y optimistas, ora trágicas y crudas; el delicado equilibro entre la realidad y la ficción, y la transculturalización presente en todas sus obras. Respecto a este último punto, la naturaleza glocal de Miyazaki resulta atractiva desde casi cualquier parte del mundo: influenciado por sus viajes a Europa y Argentina con el objetivo de documentarse para sus trabajos primerizos Heidi (1974) y Marco (1976), ambos a cargo de Isao Takahata, Miyazaki construye sus mundos alrededor de una mezcla de paisajes occidentales y otros marcadamente japoneses. En otras palabras, introduce elementos culturales de su país para no olvidar sus raíces y expresar su amor por la naturaleza patria, pero el mensaje de todas sus películas se presenta apátrida.

Hace unos meses llegó a España y otros países de Occidente la última película del director nipón: Kimitachi wa Dō Ikiru ka (lit. «¿Cómo vivís?»), traducida cuestionablemente bajo el título El chico y la garza. Esta sirve de colofón a toda la obra de Miyazaki en todos sus aspectos, desde lo autorreferencial hasta lo puramente temático. A causa de esto y del próximo 40º aniversario de Kaze no Tani no Naushika (Nausicaä del Valle del Viento, 1984), hemos decidido rendir tributo a la obra de uno de los directores, si no el más importante de la animación japonesa de las últimas décadas, con un ciclo de 12 meses en que, mensualmente, analizaremos los temas, referencias y detalles más importantes de sus 12 largometrajes.

A pesar de todas las lecturas que pueden extraerse de la filmografía del director, sus inicios son poco más que atisbos del genio detrás de La princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro (2001). Todavía lejos del control creativo total sobre su obra y aún a la sombra de otros directores y estudios, Miyazaki abordó su primer gran proyecto (como director) con poca pasiónEl castillo de Cagliostro (1979), si bien autorreferencial en su final y capital como antecedente de algunas de sus posteriores películas, fue una obra por encargo basada en el manga Lupin III (Monkey Punch, 1967-1969) de la cual el propio Miyazaki salió desganado. No extraña que, en los episodios que dirigió de la serie Lupin III Part III (1977-1980) al año siguiente del estreno de la película, firmara con el seudónimo Tsutomu Teruki para desligarse por entero del proyecto.

Último episodio en el que trabajaría Miyazaki en la serie Lupin III Part III, donde, a pesar del hastío, ya se observa al robot que serviría de base para el diseño de los guardianes de Laputa en Tenkū no Shiro Laputa (El castillo en el cielo, 1986)

El castillo de Cagliostro, aun dentro de las limitaciones del estudio y unas imposiciones contrarreloj en la producción, deja entrever algunos de los aspectos que definirían al director en futuras obras. Miyazaki suaviza los rasgos de los personajes originales de Lupin III, elimina las referencias sexuales y convierte al protagonista, Lupin III, en un caballero galante. En combinación, todo ello resulta en una asimilación del estilo propio dentro de los moldes de una obra por encargo: Miyazaki es apto para todos los públicos y transcultural. El país de Cagliostro es, en su arquitectura y paisaje, una idealización de París desde una mirada oriental (Cavallaro, 2006: 36-39), y en la historia participan tanto personajes franceses como japoneses, entre los que se encuentran el samurái Goemon Ishikawa XIII y afiliados a la Interpol. Incluso en un proyecto por encargo, la obra de Miyazaki apunta hacia una fusión de sensibilidades. También en las referencias aparece el Miyazaki universal: la estética del director de animación Paul Grimault, en especial su cinta The Curious Adventures of Mr. Wonderbird (1952), se combina con un final muy posiblemente inspirado en el clímax de El gato con botas (Kimio Yabuki, 1969), cuyos últimos veinte minutos corrieron a cargo del propio Miyazaki.

Arriba, el arte de Grimault. Abajo, el castillo del conde Cagliostro

El interés de El castillo de Cagliostro, por otro lado una cinta simple en argumento y con el único propósito de entretener, radica en los sellos autorales que Miyazaki imprime en argumento y dirección. Hay durante toda la película un marcado gusto por lo mecánico, pasión de Miyazaki desde niño, a través de los gadgets de Lupin, el coche multiusos o la persecución en el interior de la gran torre del reloj, donde los engranajes sirven de escenario para la acción. También sorprende la forma en que Miyazaki deja su impronta a través de la fantasía que retuerce la realidad: coches que escalan montañas, suspensiones en el aire antes de una caída (con la tan llamativa lógica de los dibujos animados clásicos), saltos más propios de un wuxia que de una película de aventuras clásica… La idealización de Cagliostro apoya la existencia de una narrativa realista tan solo rota ocasionalmente por ligeras instancias de fantasía. Miyazaki invita al espectador a no tomarse demasiado en serio el argumento ni los personajes; el drama coexiste con el humor en perfecta armonía.

En un nivel puramente temático, poco hay de la maestría posterior del director nipón, si bien hay subversiones de tropos interesantes para su época, como puede ser la existencia de Clarisse como una persona reactiva antes que una mera dama en apuros, y algunas sorpresas algumentales que mejoran el conjunto: la relación de Lupin y el Inspector Zenigata lleva a constantes rifirrafes hasta que ambos deben aliarse contra un enemigo común, y Lupin no se ata a Clarisse para, en pos de su galantería, protegerla de una vida de peligros a su lado. El final puede verse a la luz del entretenimiento agradable que busca Miyazaki: Zenigata perpetúa el juego de persecuciones con Lupin, esta vez convertido en un divertimento ya tradicional para ambos y justificado con una excusa tan increíble como «haber robado el corazón de Clarisse». A pesar de la congoja de Clarisse y de haber destapado una trama de falsificaciones internacional (además de la violenta muerte del conde Cagliostro), nada es tan importante como haber disfrutado de la aventura y los créditos solo saltan cuando el espectador ha recuperado la calidez del tono general de la cinta.

El combate del conde y Lupin en el interior de la torre es uno de los puntos donde más brilla la animación, dirección y marca del autor

El castillo de Cagliostro se hace notar como película por encargo, pero Miyazaki no deja de filtrar su persona en muchos de sus aspectos. La atmósfera de divertimento, los diseños de personaje suavizados o el gusto por lo mecánico no son más que partes de la faceta más agradable del director. Poco de negativo se le puede achacar a una cinta de esquema rígido. La animación sigue siendo impresionante y se sostiene aún hoy; solo se atisban algunos problemas en la mezcla de sonidos y unos efectos de sonido algo deficientes. Podría incluso hablarse de que, en una cinta que gira alrededor de la figura de Lupin III, hay demasiados personajes cuyo único propósito es el de aparecer por dictámenes de la empresa. Al final, lo más destacable de la cinta es esto mismo: que existe por y para la empresa. Apuesta por lo seguro y pierde en el proceso parte de su marca autoral. Sin embargo, su tono y algunas decisiones creativas, en especial aquellas que revelan al director detrás del proyecto, han convertido El castillo de Cagliostro en una obra de culto para los fans del anime clásico.

La carrera directorial de Hayao Miyazaki tan solo estaba comenzando en 1979, y no sería hasta su siguiente filme que imprimiría su sello en todas las producciones a partir de entonces. Hablamos, por supuesto, de Nausicaä en el Valle del Viento, su primera gran producción completamente propia, y que el 11 de marzo de este 2024 cumplirá 40 años.

 


Referencias bibliográficas

+Cavallaro, Dani (2006). The Anime Art of Hayao Miyazaki. Jefferson: McFarland and Company, Inc.

+Montero Plata, Laura (2014). El mundo invisible de Hayao Miyazaki. Palma de Mallorca: Editorial Dolmen.

 

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