Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

De (arc)ángeles, demonios y fan service: «Good Omens 2» (Amazon, 2023)

Han pasado cuatro años desde el estreno de la primera temporada de Good Omens, la frenética serie ideada por Neil Gaiman y Terry Pratchett en la que el ángel Aziraphale (Michael Sheen) y el demonio Crowley (David Tennant) se enfrentaban al advenimiento del Anticristo y la llegada del Armageddon. En una más que interesante narrativa, ambos personajes, disconformes con el fin de la humanidad decidido por un cielo corporativo y un infierno un tanto zarrapastroso, se alían para evitar el fin del mundo. Parafraseando la escena final de Casablanca, la primera temporada es el inicio de una bonita amistad. Este más que breve resumen del argumento de la primera entrega se ofreció a los espectadores a partir de una narrativa fragmentada, de la construcción de personajes tan estrafalarios como empáticos, de unos diálogos sarcásticos acerca de la falsedad del maniqueísmo religioso y de la contemporaneización de algunos personajes, entre los que se encuentra la narración de un dios femenino (Frances McDormand) como hilo conductor del relato. Así, no es de extrañar la expectación por el estreno de la segunda temporada de Good Omens que inició su andadura el pasado 27 de julio. Una expectación no exenta de una cierta prevención al leer algunas entrevistas con sus creadores que evidencian concesiones al fan service de la serie, y del actor David Tennant quien muestra su satisfacción personal por retomar el personaje de Crowley y trabajar con Michael Sheen, aunque sugiera que la temporada no necesariamente aporta novedades al universo de Good Omens. Y, lamentablemente, es así.

Aziraphale (Michael Sheen) y Crowley (David Tennant) con el amnésico arcángel Gabriel (Jon Hamm)

La segunda temporada se sitúa en el Soho londinense. La cotidianeidad del barrio y de sus comerciantes —algunos de ellos utilizados en subtramas de la temporada— se ve interrumpida por la presencia de un hombre cuya única vestimenta es una caja de cartón que cubre, como no podría ser de otra manera, sus genitales. El hombre se dirige a la librería que regenta Aziraphale quien lo reconoce como el arcángel Gabriel (Jon Hamm) aunque éste ha perdido la memoria. Así, la hipotética premisa de la temporada es saber qué le ha pasado al personaje y qué ha sucedido en el Cielo para que Gabriel se encuentre en esta situación. Una premisa que implica un conflicto importante al que se deben enfrentar Aziraphale y Crowley.  Dos personajes situados también en una cotidianeidad muy diferente y que sigue la configuración de ambos personajes de la primera entrega: el buenismo y la vida casi retirada del ángel quien es feliz entre sus libros; y el aburrimiento del demonio que tiene en la acción y la descarga de adrenalina su razón de ser. Una descripción que ocupa el episodio piloto de Good Omens 2 extendiendo innecesariamente una configuración de personajes ya conocida por el espectador. Justamente la reiteración es uno de los elementos que definen la temporada no solo en cuanto a la construcción de la relación entre los dos personajes principales (como se ve en los momentos «históricos» de ambos que ya no resultan ni originales ni sorprendentes) sino en las apariciones y supuestamente gags cómicos de un casi-ridículo Gabriel/James o en las polémicas entre los habitantes celestiales y los del averno.

Aziraphale y Crowley en un momento de la temporada

Los cuatro primeros episodios de un total de seis llegan a convertirse en «cortes a» parcialmente desligados de la premisa de la temporada. Así, vemos a ángel y demonio en un episodio bíblico con Job cuyo valor reside en un conato de cuestionamiento de la pureza de comportamiento de Aziraphale quien se considera como un demonio al  ser cómplice de las mentiras —piadosas, eso sí— y chanchullos de Crowley. Un planteamiento que podría resultar interesante como evolución del personaje pero que se desdibuja rápidamente, continuando los esquemas estereotipados diseñados en la primera temporada. La información es, pues, redundante y no ayuda a hacer avanzar la acción; bien al contrario, los motivos —posible aunque no necesariamente conspiranoicos— por los cuales cielos e infiernos buscan a un Gabriel amnésico no parecen ser excesivamente importantes. Es más, el regreso de los protagonistas a un Edimburgo gótico con experimentación médica con cadáveres incluida —quizá uno de los episodios más bellos estéticamente hablando— resulta ser un trampantojo narrativo del «caso Gabriel» que se retoma muy tarde y de pasada en los más que precipitados episodios finales. Sin duda una reordenación de la escaleta de la temporada, una evolución en los personajes y la reutilización de las situaciones hubieran dado otro resultado recuperando la frescura —y la caradura, porqué no decirlo—de Good Omens.

La infernal Shax (Miranda Richardson) en uno de sus encuentros con Crowley

La amnesia de Gabriel se convierte, pues, en el hipotético punto de unión entre lo real y cotidiano y lo fantástico. Esta mezcla, perfectamente calibrada en la primera temporada  como característica esencial de la narrativa de Good Omens, también se desdibuja en buena parte de los episodios centrales de esta nueva entrega. Así, el esquema de la mayor parte de los capítulos va a simplificarse en la búsqueda del considerado peligroso Gabriel por los arcángeles corporativos y por los demonios encabezados por la malévola Shax a instancias de Beelzebuz con un clímax previsible y fácil en una batalla pseudo-campal que incluye, de manera muy forzada, un segundo Armageddon. Estos dos personajes son encarnados, respectivamente por Miranda Richardson (la inefable Madame Tracy en la entrega anterior) y Shelley Conn (en sustitución de Anna Maxwell Martin, justificado en la serie por un cambio de rostro después de 6000 años de usar el mismo). Un cambio de rol y de actriz que responde a la voluntad de utilización de actores anteriores en nuevos papeles,  de nuevos actores en personajes anteriores y de nuevas incorporaciones tal como comenta Neil Gaiman. Un planteamiento que parece indicar una voluntad de consolidación  o ampliación del  universo de la serie aunque el resultado sea un tanto extraño. Así, el elenco celestial se amplía con el personaje de la burócrata Saraqael (Liz Carr) y de la bienintencionada Muriel (Quelin Sepulveda) quien inconscientemente desbarata los planes del aparentemente nuevo Dios Metatron (Derek Jacobi). Y es que Frances McDormand desaparece completamente en esta temporada a pesar de constar en los títulos de crédito. A estos nombres se añaden los personajes de las mortales Maggie (Maggie Service) y Nina (Nina Sosanya), responsables de comercios del barrio que protagonizan una especie de subtrama sentimental utilizada como cumplimiento de  uno de los requerimientos del fan service: la reclamación de una relación sentimental entre Aziraphale y Crowley. Algo parecido a lo que sucedió en la última temporada de Killing Eve y la relación entre Eve y Villanelle quienes fueron emparejadas a pesar de la manifiesta oposición de Sandra Oh y Jodie Comer por no responder en absoluto a la configuración de sus personajes.

Crowley en la batalla contra las fuerzas del averno

Y es que parece que toda la temporada de Good Omens 2 sirve de marco para «justificar» más que artificialmente la petición de los fans. De hecho, tanto la relación de Maggie y Nina como el motivo por el que es defenestrado Gabriel —y que no desvelaremos— son, como hemos dicho, las excusas para llegar al final deseado por un fan service convertido en prosumidor y que parece no entender ni las premisas de las series ni la configuración de los personajes. Y mucho menos que las relaciones entre dos personajes no necesariamente implican una relación amorosa o una tensión sexual no resuelta.  El shippeo en estado puro es recogido en esta entrega aunque su final no sea totalmente complaciente o sumiso. De esta manera, y desafortunadamente, la segunda temporada de Good Omens puede considerarse como un ejercicio de autosabotaje comparable al realizado en su momento por The Alienist con el agravante de la intromisión consciente en la construcción narrativa de un sector de los espectadores. Menos mal que los fans ya están lanzando hipótesis rocambolescas que convierten a Metatron en villano e  inciden de nuevo en el emparejamiento de ángel y demonio —la «teoría del café» que está causando furor en las redes— y están reclamando una nueva entrega. Si Amazon confirma la producción, su contenido será todo un misterio (o no).

 

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