De madres paralelas, dignas y valientes: «La maternal» (Pilar Palomero, 2022)
«El oído es profundo e inventivo», decía Bresson, y eso lo sabe bien Pilar Palomero. Sobre la nada, la pantalla en negro, se oyen gemidos. El espectador, siempre a la defensiva hacia el retrato de lo sexual en el cine, es forzado a ver en la ausencia, imaginar la imagen. Así comienza La Maternal, la nueva película de Pilar Palomero.
Pronto, para evitar que el espectador se incomode demasiado, descubrimos a Carla y a Efraín, dos niños de unos 14 años que miran con inocencia y desconocimiento una serie de videos pornográficos que van alternando entre risas. Ambos son mejores amigos; son compinches, «partners in crime» como dirían algunos. Hacen «trastadas» propias de niños de su edad. También se cuidan y se protegen, se aman.
Carla llega a su casa, parte de un restaurante de carretera que montó su bisabuela hace mucho tiempo, donde la espera Penélope, su madre. A pesar de que ambas discrepen en muchos aspectos, es innegable entrever la pureza de su relación. A pesar de todo lo malo, se aman. Pero el amor es difícil de sostener y de demostrar, sobre todo en situaciones límite. Carla se ausenta de clase con frecuencia y ha destrozado una habitación de unos apartamentos junto a Efraín. Penélope debe dinero por los impuestos del bar, y el pago por los estropicios que le piden los propietarios de los apartamentos no es una cifra pequeña. La trabajadora social encargada de mediar entre madre e hija advierte otro problema: Carla lleva días con nauseas y su madre no la ha llevado al médico.
Cuando la trabajadora social y Carla regresan de la consulta se revela -a través del silencio y el fuera de campo- que Carla está embarazada de hace cinco meses. Sin posibilidad de abortar y sin suficiente dinero ni recursos para poder cuidar a la niña y procurarle la gestación de su hijo en condiciones, deciden ingresarla en un centro para madres menores de edad llamado «La maternal». Allí contará con la ayuda de expertos que la acompañarán en el proceso, atendiendo su embarazo, parto y cuidado del recién nacido.
Pilar Palomero construye un relato veraz, muy cercano al documental. Igual que ya hizo en su opera prima -la magistral Las niñas (2020)- la cámara se convierte en un personaje más que acompaña a los protagonistas en silencio, pero atento a todo lo que sucede. Así vemos cómo parece no tener el control de lo que va a suceder. Se mueve de un personaje a otro, pierde el foco en algunos momentos, como si todo fuese fruto de una improvisación. Las escenas están montadas de un modo contemplativo, atendiendo a todos, a quienes llevan la voz, pero también a quien escucha; son muy reveladores los silencios de las madres y, sobre todo, de Carla. Da la misma importancia a la voz que al silencio. La cámara está al servicio del relato y de sus personajes. Y es que con unas protagonistas de ese calibre no pude ser de otro modo.
Las jóvenes que viven en La maternal son actrices no profesionales que fueron madres siendo menores de edad. Se interpretan a ellas mismas, encarnan la realidad de la vida; de sus vidas. Pilar Palomero reúne a sus personajes en un entorno seguro donde no tienen miedo a contar quienes son y qué las ha llevado a estar ahí. Así nos convertimos en confidentes de una de las realidades más duras a las que todavía se enfrenta la mujer a día de hoy: la violencia de género, el abuso, el maltrato, el abandono, el juicio de los demás y la carga de aceptar un rol que la sociedad ha elegido para ella.
La maternal es una película-retrato. No hay solo una trama, no hay solo un tema, no hay un camino claro, ni un lugar al que llegar. Es la vida y nada más. La de unas niñas que por diferentes circunstancias se han quedado embarazadas y han tenido que hacer frente a la mirada de los otros que tienen la indecencia de atreverse a juzgar y a (no) validar a los demás. Al igual que en Cinco Lobitos (2022) de Alauda Ruiz de Azúa, La maternal expone la maternidad con mucho respeto, sin miedo a retratarla con la dureza y el sacrificio que supone. Se aleja de la glorificación superlativa que siempre se le ha atribuido y la muestra tal y como es con sus momentos de belleza inocente y pura, pero también, desde luego, con el miedo que genera.
Las madres de La maternal aman a sus hijos, pero también quieren vivir su vida en otros sentidos, quieren disfrutarla sin que el hecho de ser madres tenga que retenerlas y enclaustrarlas. Nadie tiene derecho a juzgar los actos de estas madres. Se quedaron embarazadas siendo menores, sí, pero no es en absoluto un motivo para ser señaladas ni juzgadas. Quienes sí deben serlo son aquellas personas que se imponen a través de la violencia y que se atreven a señalar sin pensar. Palomero denuncia la atávica concepción de que la vida de una mujer acaba cuando es madre y lucha a través de su film por un retrato sincero de lo que significa ser madre y cómo debería verse: nada de idealismos, la vida es muy dura pero a la vez es muy bella si se deja.
A pesar del tono realista del film generado a través de los movimientos de cámara, la fotografía, el uso únicamente diegético de la música, etc. en La maternal hay lugar para la poesía cinematográfica. El final del film deja al espectador con ganas de seguir acompañando a esas madres valientes, pero Palomero sabe que también hay que dejar espacio e intimidad para que los personajes fluyan y vivan con tranquilidad. Un último movimiento de cámara abandona a Carla, a quien hemos apoyado incondicionalmente, y encuadra una ciudad llena de situaciones parecidas a las que hemos visto y sentido que están esperando ser tratadas con el mismo respeto, apoyo y delicadeza que le hemos dado a Carla, el respeto, apoyo y delicadeza que se merecen.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.