Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«El joven Sheldon»: episodios 3 y 4 de la temporada 3

En el tercer episodio de esta temporada, titulado “An Entrepeneurialist and a Swat on the Bottom”, la primera parte del título hace referencia a Georgie, y la segunda a Sheldon. En relación al hermano mayor del niño prodigio, la serie sigue queriendo mostrar su cara más amable y exitosa, después de haberle encasillado durante temporadas completas en la del más completo palurdo. Representaba así al típico foil character (personaje contrapunto) del protagonista. Pero, últimamente, su caracterización se está enriqueciendo con matices que lo hacen un personaje un poco más atractivo y positivo. No estamos hablando de una transformación espectacular, pero sí de un pequeño avance, aunque sea basado especialmente en sus dotes para los negocios (lógicamente, al tratarse de un niño, a una muy pequeña escala). Si en episodios anteriores lo veíamos sacar provecho de la reventa de bolas de nieve de recuerdo de Texas, ahora lo consigue haciendo la competencia a la máquina expendedora de snacks de su instituto. Cuando ve a cercarse a alguien a ella, él ofrece, junto a su mejor sonrisa y verborrea (técnicas cuya efectividad ya había comprobado en su anterior iniciativa “empresarial”), su macuto lleno de los mismos tentempiés, pero a un precio más barato.

Resulta enternecedor, además, comprobar cómo el joven desea emplear parte de sus beneficios en la compra de un regalo para Verónica, de la que sigue enamorado. Este enamoramiento da lugar a que en la serie se intercalen escenas fantasiosas -que empiezan a ser frecuentes (mencionaremos otra en el comentario del episodio 4)- en las que Georgie se imagina paseando por los pasillos del instituto llevando del brazo a su amor -por cierto que salen los dos muy guapos en esta escena- tirando por los aires el dinero que le sobra. Pero la vuelta a la realidad no es tan favorecedora: Verónica rechaza la cara gargantilla que su enamorado le regala con tanta ilusión. Éste, lejos de venirse abajo, demuestra de nuevo empezar a tener más inteligencia de la que había venido mostrando hasta hace pocos episodios. Así que, consciente del rechazo del primer regalo por su ostentación, repite la operación con otro que también demuestre su interés por la chica, pero sin caer en el error anterior. Le ofrece, pues, en un estuche similar, otro collar pero de caramelitos, provocando la sonrisa de su destinataria, que no puede resistirse esta vez a aceptar el obsequio.

Pero a su hermano pequeño no le van tan bien las cosas (recordemos que es el protagonista de la patada en el culo del título). A nadie le sorprenderá a estas alturas de la serie saber que quien le da esa patada es la propia Meemaw, por su comportamiento ante el rechazo de ésta a llevarle a las clases de Dr. Linkletter. Y es que la abuela ya le había advertido a Sheldon que no debía meterse en los asuntos de los mayores. Pero, ante su insistencia, termina explicándole que el verdadero interés del profesor no es Sheldon, sino ella misma. Esta información -como la abuela ya esperaba- no encaja en la cuadriculada mente de Sheldon, ya que su Meemaw está ya comprometida con el Dr. Sturgis, por lo que decide ir a la raíz del problema y preguntarle al propio Linkletter si lo que le había dicho su abuela era verdad. Éste, lógicamente, lo niega, alegrando a Sheldon, que va a restregarle su “descubrimiento” a su abuela. La conversación termina en la acusación de “egoísta” de Sheldon a su abuela, que agota su paciencia con este nieto tan especial y corta por lo sano con la ya mencionada patada.

Sheldon, viéndose incomprendido por todos los mayores, se escapa buscando al único que le entiende -y que se encuentra recluido en un hospital psiquiátrico, como ya sabemos-: su admirado Dr. Sturgis. De esta parte del episodio destacaría dos aspectos la conversación de Sheldon con el vendedor de tiques, quien, abrumado por su verborrea incontinente termina comprándole él mismo, como adulto que es (solo se le permite vender tiques a mayores de edad), el billete para que se fuera ya; y la que tiene lugar en el autobús con una viajera. Pero esta aventura termina rápidamente con la llegada de la policía en busca del prófugo, escena que sirve también al Sheldon adulto con su voz en off para recordarnos que esta no fue más que una de las muchas veces que la autoridad policial lo devolvía a casa. El episodio, como suele ocurrir, termina bien: con Sheldon haciendo las paces y disculpándose a su familia, eso sí, a su manera, mostrando parte de un episodio de Stark Treck, que sus miembros no acaban de “pillar”. Tanto les cuesta a los genios pedir disculparse…

El episodio 4 pone el foco de nuevo en Sheldon y otros personajes secundarios. En esta ocasión el turno es de Missy y su padre. «Hobbitses, Physicses and a Ball with Zip» vuelve a poner en un buen lugar a otro personaje que no suele salir muy bien parado en la serie: al otro George, el senior. Ya le habíamos visto en temporadas anteriores ocupándose en particular de alguno de sus hijos (especialmente de Sheldon) a petición de su mujer, Mary, que, siempre pendiente de su prole, está muy atenta a las necesidades que detecta en ellos.

La novedad de esta vez es que George dedica tiempo y atención a su hija pequeña sin que nadie se lo pida; es más, llega incluso a provocar un poco de celos y curiosidad en Mary, que no sabe qué se traen entre manos mientras el padre enseña a su hija a jugar al beisbol y le aporta información en relación a este deporte. George demuestra tener gran intuición y tacto al sospechar que detrás de tanto no interés no había otra intención que la de conseguir gustar a un chico (y eso que se le habían escapado detalles más obvios y que todo padre suele conocer sobre su prole, tales como que si su hija es diestra o zurda). A pesar de ello, sigue ayudándole y pasando tiempo con ella. Esta situación da lugar a escenas entrañables paterno-filiales que hacen que la chica siga adelante feliz -y tan traviesa como siempre- a pesar de no haber conseguido su «objetivo amoroso».

Mientras tanto, Mary sigue preocupada por la posibilidad de que su pequeño acabe, como el Dr. Sturgis, encerrado en un psiquiátrico. Y, la verdad es que este geniecillo da motivos para ello, pues sus obsesiones por resolver complejos problemas, le llevan a no pensar en otra cosa e incluso a destrozarse las uñas, que no para de comerse. Por todo esto, tanto Mary como Meemaw intentan distraer a Sheldon con otras actividades que le ayuden a olvidarse de la ciencia.

Gracias a ello la serie muestra escenas graciosísimas, como una en la que la abuela y el nieto practican aeróbic, cada uno con movimientos nada convencionales propios de la edad avanzada en el primer caso, o de un empollón poco ágil, en el segundo. Y eso que esta abuela no es nada típica, como demuestra cuando es preguntada por sus «distracciones» y responde que son fumar, beber, y apostar… Pero, como suele ocurrirles a muchas personas, esa respuesta trata más bien de configurar una fama de mala persona que no se corresponde con sus actos, pues, la vemos de nuevo en este episodio tratando de ayudar a su nieto, a quien lleva además a los bolos, a jugar al bingo… hace todo lo que puede por evadirle de la obsesión por la ciencia.

Como podemos imaginar, esto es misión imposible: el niño ve teorías y aplicaciones científicas por todas partes y usa en su mente fórmulas matemáticas para resolver todo tipo de situaciones, incluyendo las más lúdicas, que su abuela le proporciona. Todo esto le lleva a probar con lo que él considera el polo opuesto de la ciencia: la ficción. De entre las muchas opciones posibles, elige El Señor de los anillos, de J.R.R. Tolkien -el resumen de cuyos contenidos asusta a la religiosa Mary, pero cuyo título le tranquiliza en parte, al menos, al tener la palabra «Señor».

Pero, de nuevo, la obcecación del pequeño en relación a la perfección numérica y la lógica le lleva a obsesionarse con datos de fechas que no le cuadran. Llega a tener pesadillas -de nuevo otra escena de fantasía que muestra nuevos registros del Ian Armitage- en las que, encarnando personajes de la obra en cuestión, discute consigo mismo sobre la poca utilidad de su nueva obstinación en comparación con la más útil en relación a la ciencia. En resumidas cuentas, se viene a dar a entender que es imposible que Sheldon cambie esta fuerte atracción hacia la ciencia que siente, y que se corrobora en The Big Bang Theory, donde le vemos con una actitud similar ya de adulto. No obstante, como vimos en el final de Big Bang, aunque con dificultad y mucho tiempo, Sheldon sí que llegará a aprender a valorar otros aspectos de la vida más que los logros científicos, especialmente el amor: a su mujer, a su familia y a sus amigos. Si él consigue mejorar, todos tenemos esperanza…          

 

 

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