Esculpir(se) un monstruo: «Mantícora» (Carlos Vermut, 2022)
Cuando Carlos Vermut anunció que estaba a punto de estrenar un nuevo film, toda la comunidad de admiradores, críticos y profesionales del cine centraron su mirada en cualquier noticia o comunicado que diese más pistas sobre la nueva obra del director. No es para menos, si tenemos en cuenta que carga sobre sus espaldas con tres películas por las que se le ha consagrado como un genio del cine de autor de suspense. Diamond flash (2011), Magical girl (2014) y Quién te cantará (2018) son la prueba de que Carlos Vermut es un outsider del cine español, un realizador fascinado por personajes e historias complejas que intentan adentrarse y aproximarse en la oscuridad del ser humano.
Ahora nos presenta Mantícora, un film difícil de digerir, analizar y abordar. Carlos Vermut construye un film con muchas capas, estructurado en tres actos muy claros en los que juega constantemente con la elipsis, el fuera de campo y dos realidades: la “real” y tangible que conocemos, y la “digital” e intangible.
Julián, interpretado por Nacho Sánchez, es el protagonista del film. Trabaja diseñando personajes para una desarrolladora de videojuegos. Es un excelente dibujante y se dedica a crear modelos de los monstruos contra los que se enfrentará el protagonista del próximo videojuego que están a punto de sacar.
Mientras está trabajando en su casa advierte, por una ventana que da al patio interior del edificio, que la cocina de su vecino está ardiendo. Julián sale de su casa y oye los gritos de auxilio de un niño que no logra abrir la puerta de su casa para sobrevivir. Tras unos minutos de tensión, el peligro ha pasado. Julián ha logrado salvar al niño, Cristian, y extinguir el fuego.
A partir de este suceso empezamos a entrever en Julián una extraña fascinación por Cristian. Pronto atenderemos al más oscuro secreto del protagonista que, aprovechándose de sus capacidades para el diseño 3D de personajes, realiza un modelo de Cristian. A través del fuera de campo, Vermut nos da a entender que Julian -en ese universo intangible, digital e irreal en el que diseña a sus monstruos al que accede a través de sus gafas y equipo de realidad virtual- coloca al modelo desnudo del niño en una postura sexual y acto seguido se masturba ante él.
Este acto atroz nos hace despertar un rechazo total hacia el protagonista, quien actúa con una moral que recuerda a la de Rodión Raskólnikov, el protagonista de Crimen y castigo (Fiódor Dostoyevski, 1866). Parece que es un personaje que se cree en cierto sentido con la superioridad moral de cometer ese acto monstruoso en ese mundo digital (más cercano a la intangibilidad de los sueños y las fantasías) por haber salvado al niño en el mundo real.
Sin embargo, igual que le sucede al protagonista de la novela de Dostoyevski, Julián comenzará a cuestionar sus propios actos y a sentirse como un ser despreciable. Es cuando conoce a Diana, interpretada por Zoe Stein, una amiga de una compañera de trabajo, el momento en el que siente que puede dejar atrás sus impulsos sexuales pedófilos. Julián borra el archivo 3D del modelo con la voluntad de dejar atrás y olvidar los actos cometidos. No obstante para el espectador es imposible olvidarlos, además que el aspecto aniñado de Diana evidencia la búsqueda de Julián por alguien con quien poder estar sin ser juzgado y que a la vez despierte en él la atracción sexual que intenta esconder.
El film es siniestro y perturbador. Carlos Vermut desea explorar unos personajes atrapados por unas necesidades oscuras que les convierten en esclavos de sus deseos y carencias. A través del personaje de Julián intenta entender lo que hay de humano en un pedófilo, que no pederasta, pues el último es quien ha cometido abusos y agresiones sexuales a niños, mientras que la pedofília es considerada un trastorno mental caracterizada por la presencia de fantasías sexuales relacionadas con los niños.
Si bien el discurso del director pretende poner foco a casos de conductas pedófilas con tal de provocar que aquellas personas que se ven en situaciones parecidas las comuniquen con profesionales especializados para que esas fantasías no vaya a más y se materialicen, está claro que camina por un hilo muy fino que puede incluso resultar inapropiado si se entiende el film como un intento de blanquear la pedofilia o la pederastia.
Sin embargo, el film es bastante claro a la hora de condenar las conductas de Julián. En torno a él giran constantemente metáforas que lo comparan con la figura del monstruo. Es una especie de monstruo social -y así acaba sintiéndose él- que esculpe monstruos; que acaba esculpiéndose a sí mismo.
No obstante el director de Quién te cantará lleva a cabo una propuesta cinematográfica muy comedida. Siguiendo la estela de maestros del séptimo arte como Eric Rhomer (influencia admitida por el propio realizador) o Robert Bresson, Carlos Vermut deja que sus personajes y sus interpretaciones lleven el peso de la tensión. Las miradas, las voces –sus tonos y timbres- y la actitud corpórea de los actores es clave para entender una película en la que todo lo visceral y monstruoso ocurre fuera de campo, o mejor dicho, ocurre dentro de la mente del espectador.
La fotografía es tenue. Priman tonos grisáceos en absoluto saturados. Los movimientos de cámara son sutiles. Permanece quieta encuadrando una acción que se desarrolla en muchas ocasiones sin el clásico montaje de plano-contraplano. La cámara se mueve cuando debe hacerlo. En esos momentos el movimiento se convierte en significante, dota de sentido a la imagen huérfana de música; qué mejor música que el silencio, y los sonidos que suceden en la ciudad y en la intimidad.
Mantícora es una película dura e incómoda. Su temática no es nada fácil. Hay quien dirá que en el cine todo vale. Lo mismo dice el protagonista sobre los videojuegos. La clave es, seguramente, tratar el tema de manera inteligente, no dejándose llevar por la fascinación del personaje atormentado sino por -y con- respeto, atención y precisión. Ese respeto que merecen quienes realmente han sufrido por culpa de la pedofilia.
Carlos Vermut logra un film que no busca recrearse en el dolor ni en la perversión, ni acude a dramatismos innecesarios, ni a clichés que acaben blanqueando al pedófilo a través de una representación demasiado inverosímil que le quite peso al asunto. Vermut es efectivo y usa el lenguaje cinematográfico con maestría. Sin duda será un film del que se hablará durante mucho tiempo.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.