«Infinity Train» (Cartoon Network, 2019-2021): próxima parada, introspección
En un lugar fuera del espacio y del tiempo circula un tren. Sus vagones se extienden hasta la infinidad y no se detienen nunca. En ellos no se hallan viajeros, sino mundos enteros contenidos en su reducido espacio. Esta es la primera lección que enseña Infinity Train: todo es simple en apariencia, pero complejo en su interior. Los mundos de cada vagón tienen su propia fauna y flora, sus habitantes y sociedades, cuando no se componen directamente de conceptos abstractos. Todos existen para sí mismos, pero también para aquellos que se suben al tren. Y es que en sus entrañas se encuentra todo un sistema de programación y distribución de pasajeros. Solo hay una condición para entrar en el tren infinito: tener algún padecimiento emocional. Padres en situación de divorcio, falta de identidad, dependencia extrema en los demás, abandono familiar, envidia o la muerte de alguien cercano son algunos de los motivos que llevan a los protagonistas de las cuatro temporadas a subirse al tren. El sistema de programación les asigna, en función del camino que deben recorrer para aceptar las distintas situaciones y formarse como personas, un número que se proyecta permanentemente en la palma derecha de sus manos.
Para reducir el número, los pasajeros deben recorrer los distintos vagones. Muchos de ellos plantean pruebas sencillas de superar desde el punto de vista del pasajero. Otros desafían los preceptos que hasta entonces formaban parte de su ideología. Y algunos, solo unos pocos, exigen un cambio en la mentalidad de la persona para abrir sus puertas al siguiente vagón. El objetivo: llegar al número 0 y abrir así el portal de vuelta a casa con la sabiduría adquirida en el tren infinito. El diseño del vehículo —si no ente pandimensional o, en su defecto, adimensional— se asegura de que cada pasajero tenga una serie de vagones que, de un modo u otro, caigan en la segunda o tercera categorías. Lo que para uno puede ser un paseo por el bosque, para otro termina convirtiéndose en la horma de su zapato. Esta es la naturaleza del tren y, en consecuencia, la naturaleza de la propia serie.
Infinity Train surge en plena era de la revitalización animada televisiva. Convive junto a otras obras recientes: los mundos imaginativos, alejados de la fantasía tradicional de Adventure Time (Cartoon Network, 2010-2018) o Amphibia (Disney, 2019-2022); la búsqueda de la superación personal de Steven Universe (2013-2020); el flujo de creatividad constante de Gravity Falls (Disney, 2012-2016) o el humor absurdo, particular, de Regular Show (Cartoon Network, 2010-2017) son algunas de las aproximaciones que hace Infinity Train al panorama actual. No es casualidad que haya aparecido una mención a Regular Show: Owen Dennis, la mente creativa detrás de Infinity Train, trabajó también en ella como guionista y storyboarder. Su estilo e influencias se filtran para dar a luz una obra vasta y comprometida con su mensaje.
En su vastedad se encuentra la voluntad expansiva de Owen Dennis. Cada temporada presenta a un personaje con un problema específico, pero la resolución tan solo afecta al viaje personal. Los mayores misterios —qué es el Infinity Train, quién lo controla, cómo funciona, qué seres tienen permitida su salida… y así hasta, cómo no, el infinito— o bien quedan en el aire o bien se resuelven con cuentagotas a lo largo de las temporadas. Dennis había conceptualizado un total de ocho temporadas («Libros», según la nomenclatura oficial), cada una con un tema específico que iría llevando gradualmente hacia la aceptación. Por desgracia, como ya ha ocurrido con la recién cancelada The Owl House (Disney, 2020-2023), Disney perpetúa el estigma de la infantilización de series animadas al no permitir que continúen por ser demasiado maduras para niños. Infinity Train parte de una ventaja: contener sus historias por temporada, de manera que todas tienen un punto autoconclusivo que permite aceptar la cuarta temporada como última, no tanto en su serialización como en sus intenciones. La consideración de «Libros» para denominar temporadas es fruto de ese deseo autoconclusivo. Ahora bien, los misterios sin resolver y personajes sin resolución (especialmente Amelia Hughes, un personaje capital desde la primera temporada y motivo, por edad, de marcar esa puerta de entrada «restrictiva para los niños» de la quinta temporada) se hacen notar cuando suena por última vez la tonadilla de créditos. La quinta temporada habría debatido la moralidad de poner a pasajeros en situaciones no consensuadas, según los comentarios del director en el noveno episodio de la segunda temporada («The Tape Car»).
El producto resultante, aun inconcluso, ejecuta el potencial de su premisa con gracia. Del mismo modo que tiene una voluntad expansiva, también mejora a cada temporada, con perdón de una cuarta algo más transicional. La primera (titulada «The Perennial Child») nos presenta las posibilidades del mundo y sus temas a través de los ojos de Tulip Olsen, una niña de 13 años en pleno debate interno por el divorcio de sus padres. La exploración de esta diatriba marca su punto álgido en el quinto episodio, donde Tulip revive sus recuerdos ante la noticia del divorcio con la sabiduría adquirida con el tiempo y la distancia emocional. Tulip se cierra a sus propios sentimientos hasta el séptimo episodio, donde un encuentro con el reflejo físico de sus propias características la lleva a la introspección. La serie adquiere un tono más oscuro a partir de ese punto y cierra la primera temporada con el enfrentamiento de Tulip y The Conductor, un ente misterioso que controla el tren. Tal y como expresaba al inicio, todo lo aparentemente simple esconde un mundo complejo; sucede lo mismo con The Conductor, quien, bajo su faceta de antagonista, oculta una persona con sus propios problemas emocionales, esta vez cimentados en un trauma fermentado con el paso de las décadas. El viaje de Tulip termina, pero The Conductor sigue en el tren durante las siguientes temporadas en un viaje de introspección.
La segunda temporada («Cracked Reflection») marca el punto en que Dennis decide ampliar su mundo. La protagonista es, subversivamente, el reflejo de Tulip en la temporada anterior. A diferencia de ella, su viaje se relaciona con la búsqueda de la identidad propia. M.T. (Mirror Tulip) es un personaje marcadamente andrógino, de actitudes asociadas a la masculinidad, voz femenina y discriminado por el sistema. Todo resulta en una analogía de la transición de género y les persones no binaries que, probablemente, Dennis tuvo que camuflar entre pronombres femeninos para evitar rifirrafes con el gran ratón que producía la serie. Su viaje personal se basa en el compañerismo. Mientras que Tulip hace migas de inmediato con One-One (un robot de comportamiento dual) y Atticus (el rey de los corgis), M.T. debe aprender que la soledad no tiene por qué marcar su camino. Así, se crea una relación de sinergia emocional entre M.T. y otro pasajero llamado Jesse Cosay. Los problemas de ambos llevan a reyertas constantes, pero también a reflexiones personales que cambian sus perspectivas mientras descubren juntos el funcionamiento del tren. El final es un canto de esperanza para aquellas personas discriminadas por el sistema al grito de «juntos, podemos».
La tercera temporada («Cult of the Conductor»), al igual que la segunda respecto a la primera, se encuentra protagonizada por personajes de su respectivo séptimo episodio: Grace y Simon, líderes de una secta compuesta de niños asalvajados, abandonados y sin rumbo. Infinity Train subvierte una vez más las expectativas saturando el espacio protagonista con dos personajes distintos que, si bien funcionan en tándem, no comparten ni ideologías ni viajes personales. El tono oscuro que permeaba algunas escenas de la primera y segunda temporadas penetra en las entrañas de la tercera, donde la premisa se apoya sobre dos personajes que manipulan las mentes de niños con tácticas expertas. Dennis muestra su dominio sobre los mensajes positivos al plantear soluciones completamente distintas para sendos protagonistas. No comparte el optimismo pacifista exacerbado de Steven Universe, donde todo tiene solución e incluso un genocida merece perdón, ni sigue la línea usual de las series de televisión animadas. En su lugar, lanza el crudo pero cierto mensaje de que algunas personas son incapaces de cambiar y representan un peligro para sí mismas y para la vida en sociedad.
Finalmente, la cuarta y, quizás, más débil incursión en el Infinity Train repite la dualidad de la tercera temporada, esta vez con dos jóvenes con una amistad tan arraigada y una ideología tan común que podrían pasar por gemelos. Reciben y reducen sus contadores al mismo tiempo. Sin embargo, surgen roces en sus formas de encarar el mundo. Para contrarrestar la crudeza del mensaje en la tercera temporada, la cuarta postula la existencia de parejas que pueden cambiar al mismo tiempo de manera no solo sinérgica, sino compartida. Guiados por la timbre de recepción mágica Kez, Min-Gi Park y Ryan Akagi superarán las distintas pruebas del tren al unísono para llegar a una perspectiva equilibrada para ambos, revelando en el proceso los padecimientos emocionales de Kez. No solo los pasajeros sufren heridas psicológicas; cualquier ser con consciencia puede ser objeto de esos dardos.
En el panorama actual de la serialización animada televisiva, se echan en falta obras que, al modo de Over the Garden Wall (Cartoon Network, 2014), la ya mencionada Gravity Falls o Adventure Time, se atrevan del modo que se atreve Infinity Train a tratar temas adultos, de mensajes maduros e implicaciones más oscuras que la media de series del formato animado. Es hora de romper el estigma. Puede que Infinity Train no haya funcionado para la productora por ese mismo motivo, pero supone la prueba definitiva de que comulgar un estilo para todos los públicos con mensajes más realistas, crudos y maduros es posible. La animación, con su potencial y su inherente unión de todas las artes (en tanto que incluye la pintura dentro de las virtudes ya existentes en el cine), puede hablar tanto a niños como a adultos. No debería perderse de vista ese objetivo a la hora de realizar sus obras.
Graduado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Titulado en el Máster en Lenguas y Literaturas Modernas (Estudios Culturales y de Género) y el Máster de Formación de Profesorado, ambos en la misma UIB. Apasionado por la cultura y yokotarado de corazón, salgo en busca de esas obras que remueven una parte de mi interior. Sea literatura, videojuegos, películas o series, todo puede ser un diálogo si se encuentra el verbo adecuado.