La belleza está en el interior: «Crimes of the future» (David Cronenberg, 2022)
Desde Maps to the stars -escalofriante retrato del Hollywood más repugnante, pretencioso y maldito– estrenada en 2014 parecía que David Cronenberg, coronado en los años ochenta como el rey de la nueva corriente de terror macabro body-horror, había decidido retirarse del panorama audiovisual mientras que su hijo Brandon Cronenberg se hacía con el título de su padre gracias a películas como Antiviral (2012) o Possessor (2020), aclamados como magníficos ejemplos del terror de la nueva carne. Aunque recientemente el nombre de Julia Ducournau se ha alzado como nuevo rostro del género.
Asimismo, cuando apareció la noticia de que el maestro del body-horror había comenzado a trabajar en una nueva cinta, miles de admiradores quedaron a la espera de la nueva propuesta del director de Videodrome (1983)
En Crimes of the future David Cronenberg resurge como maestro del terror gore. Y es que su cine obliga al espectador a entender el Mundo desde cero. En cada nueva película del director canadiense aprendes a andar de nuevo. Atenta contra la tranquilidad de la butaca y acompaña al espectador a un mundo tan solo comprensible por la propia mente del creador.
En esta nueva cinta seguimos la carrera artística de los performers Saul Tenser (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux). Ambos viven en un planeta Tierra putrefacto, oscuro y hostil en el que el ser humano comienza a adaptarse a las ínfimas condiciones de un mundo devastado que poco a poco se va convirtiendo en un vertedero sintético. Solo unos pocos humanos comienzan a desarrollar nuevos órganos dentro de sus cuerpos que parecen facilitar la nueva vida en la Tierra, aunque su naturaleza choca con todos los demás sistemas orgánicos de sus cuerpos.
Las perfórmances artísticas de Tenser y Caprice consisten en la exhibición de la amputación quirúrgica de esos órganos que van apareciendo en el cuerpo del hombre. Con gran cuidado y sensualidad, su pareja, extrae las vísceras marcadas con tatuajes que ella misma realiza en el interior del cuerpo de su amante. Cientos de espectadores observan con asombro y excitación el ritual mientras lo graban con cámaras Super 8mm.
En este mundo en el que el ser humano parece estar condenado/bendecido con la posibilidad de evolucionar, Tenser se hallará en un verdadero dilema: luchar contra su propio cuerpo extrayéndose sus propias vísceras y trabajando con el gobierno por un control de los nuevos órganos -sección secreta que llevan los doctores Wippet (Don McKellar) y Timlin (Kristen Stewart)- o aceptar la naturaleza de su ser y dar el primer paso por un nuevo futuro para el ser humano adaptado a un mundo monstruoso.
La película regresa a esa visceralidad explícita del body-horror. La cámara de Cronenberg no teme al retratar un mundo donde todo lo tecnológico sobrepasa la máxima del diseñador de producto de que todo esté hecho a medida para el ser humano. La carne es ya una textura propia (y necesaria) del mundo. Cómo no podría ser entonces que toda maquinaria tenga un aspecto cercano a lo orgánico y humano. Máquinas de autopsias, herramientas, utensilios quirúrgicos, etc. todo creado con una estética cercana al ser humano, como si se tratase de una pesadillesca extensión del cuerpo. Todo en ese mundo intenta aproximarse a lo humano, a lo artesanal. Por ello ruedan las performances con Super 8, porque es el formato más analógico y cercano a la artesanía humana.
Ese universo donde la carne como textura espacial (necesaria para los personajes) nos lleva a un mundo encerrado en un órgano; como la propia escena de créditos iniciales nos sugiere. Y no cualquier órgano, pues las recurrentes maquinarias que aparecen en la película remiten constantemente a lo uterino, a la idea de un nuevo nacimiento, un lugar materno en el que la máquina adopta el papel de madre que ayuda a sus hijos adoptivos (los humanos) a aliviar el dolor, a comer, a reconocerse…
Como toda obra del body-horror, el tratamiento del cuerpo humano es esencial. Esta vez, Cronenberg propone un cuerpo que disfruta con el dolor hasta sus últimas consecuencias. En Crash (1996) la excitación sexual sucedía con esa evidente hibridación entre máquina y hombre. Con la colisión de dos autos y la consecuencia en el cuerpo a la deriva. En Dead ringers (1988) por los dobles y la mutación genital. En Crimes of the future con la herida. La cicatriz como el recuerdo de un amor consumado, de una brecha penetrada. «La cirugía es el nuevo sexo» confiesa Timlin tras fascinarse por la perfórmance de Tenser. Acto seguido le declara su voluntad de ser seccionada por las manos del artista.
Ahora el amor son los cuerpos seccionados. El dolor como la muestra más salvaje de que estamos vivos. La belleza ahora está en el interior tan solo alcanzable a través de la herida. Ya poco importa la superficialidad. Interesa la víscera. Lo que nos hace humanos. Y el rechazo por todo lo que no sea internamente humano. Todo lo que no sea así debe ser trastocado. De nuevo el ser humano y su caprichosa necesidad de imprimir su huella (recordemos los tatuajes en los órganos) en toda expresión de la naturaleza.
El film navega en esa ambivalencia difícil de entender para el espectador, aunque en ningún momento Cronenberg pretende ser demasiado críptico; algo que ha molestado a varios espectadores que han encontrado el film demasiado sobreexplicativo. Pero es que quizá sea erróneo pensar que Cronenberg quiera estar advirtiéndonos de algo o que, al menos, su principal voluntad sea transmitirnos un mensaje moralizante a través de la película. El director canadiense nos cuenta una fábula terrorífica y macabra y no hay más. Y puede que se deba celebrar esa misma necesidad de transportar al espectador y sugerir nuevos mundos con enigmas cuyo eco lleguen a nuestra realidad.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.