La tentación de escuchar a nuestros demonios internos: análisis de «Monsterland» (eps 1-4)
La antología episódica es un medio narrativo que está en aumento en el terreno de la ficción televisiva. Un formato breve con mucho éxito entre las audiencias que permite explorar un mismo universo temático desde el prisma de diferentes historias y personajes con un sentido unitario. Así, la antología es una fórmula que se nutre de los géneros y de la descodificación del público para desentrañar aquellas tesis que se quiere contar en cada una de las etapas de la historia. Desde la ciencia ficción en The Twilight Zone, el posthumanismo en Electric Dreams y Love Death & Robots, el romance en Modern Love, las relaciones interpersonales en Easy; hasta el acercamiento a lo macabro en Lore o nuestro contacto con la tecnología en la distópica Black Mirror. Todos maravillosos ejemplos.
En este contexto se ubica la nueva serie de terror antológica creada por Mary Laws, guionista de The Neon Demon (2016) y de la serie Preacher. Dividida en 8 partes, Monsterland explora lo más prohibido y oscuro del ser humano a través de su contacto con lo sobrenatural. En este artículo realizaremos un análisis sobre las posibles claves interpretativas que nos ofrecen los primeros 4 episodios.
Port Fourchon, Louisiana.
El primer episodio actúa como presentación de las premisas de la serie y su base conceptual y temática. Así, la trama se centra en Toni (Kaitlyn Dever), una joven madre soltera que sufre de serios problemas económicos mientras lidia con el mal comportamiento de su hija de cuatro años, Jack. Su encuentro con el misterioso Alex (Jonathan Tucker) le hace replantearse sus decisiones vitales hasta el momento. En este sentido, la premisa de Monsterland no se centra exclusivamente en el elemento sobrenatural/maligno del género del terror, sino en la creación de la monstruosidad de los personajes cotidianos que se tienen que enfrentar a un conflicto interno que les hace cuestionarse su comportamiento y su moralidad. Este encuentro con lo siniestro es aquello que puede convertir a sus protagonistas corrientes en «monstruos» si sucumben a sus traumas y demonios internos a ojos de los espectadores. Algo que pretende reflexionar sobre nuestros propios actos en situaciones extremas como las que se encuentran los personajes ¿Haríamos lo mismo? ¿Los podemos juzgar?
Precisamente, el episodio de Toni es un buen ejemplo de esta dicotomía entre el bien y el mal. O al menos, aquello que es lo «moralmente correcto o no». A través del viaje emocional de la protagonista – apoyado en una extraordinaria Kaitlyn Dever quien realiza su interpretación más visceral hasta el momento – asistimos a una toma de consciencia sobre su propia identidad donde sus sueños truncados por su prematura maternidad y la carencia afectiva guían el arco del personaje y su lado más oscuro. Una falta de libertad que se traduce en un reflejo de los abusos de su entorno como catalizador de la toma de sus decisiones y que definen su personalidad («somos lo que decidimos«). Este primer capítulo reflexiona sobre la maternidad y la violencia de género en todas sus variantes (sistémicas e individuales) que conforman una entidad moral que atraviesa el episodio y que culmina con una narrativa de ladrones de cuerpos. Así, la psicopatía – es decir, la monstruosidad entendida como una algo asociado a la maldad humana – se convierte en la guía narrativa y visual del episodio. Con una aproximación estética más cercana a la ficción criminal fincheriana que a un producto de terror, la problemática de la identidad es el eje del capítulo donde la cierta sensación de gratuidad de los elementos fantásticos se compensa con una reflexión más compleja.
Eugene, Oregon.
El segundo episodio se centra en Nick (Charlie Tahan) un adolescente que debe hacerse cargo de su madre enferma y de la estabilidad familiar, una responsabilidad demasiado alta para un joven de su edad. De repente, una noche se presenta en su casa una extraña sombra que lo atormenta. Pronto, Nick decidirá actuar. Como sucede con Toni, lo terrorífico hace acto de presencia como forma simbólica y detonante del desarrollo del personaje y de sus traumas internos. En este caso, como reflejo de la soledad, la obsesión y la paranoia.
En este sentido, Monsterland construye sus historias a partir de las proyecciones de los miedos reales/cotidianos de los personajes que se manifiestan en su entorno físico de una forma concreta. Nick comienza a ver a esta sombra que lo persigue y lo inquieta ¿Es acaso una proyección de sí mismo o es algo más? Así, la narración del episodio se centra en la línea entre realidad y fantasía donde Nick, solitario y falto de interacción social, se enfrasca en su propio universo motivado por su ira contenida. Algo que se expone en el episodio a través la representación de internet y de la interacción en entornos virtuales. La avatarización y la sensación de comunidad online es uno de los elementos clave para la interpretación de la tesis del capítulo en su conjunto. Una narración que se pone en escena a través de la humanización de estos avatares como manifestación de la mente del protagonista, haciéndolo más empatizable y entrañable – ayudado por la emocional interpretación de Charlie Tahan. En definitiva, esta segunda parte configura su relato a partir de la figura del doble, la conspiranoia y la hiperrealidad – algo cercano a la última versión de El Hombre Invisible (2020) – como escenario para lo terrorífico cuyo final completamente ambiguo da lugar a la reflexión sobre su verdadero significado.
New Orleans, Louisiana.
Esta historia nos traslada a Nueva Orleans donde Annie (Nicole Beharie) y Joe (Hamish Linklater) son unos recién comprometidos que disfrutan de un día en familia cuando, George, el hijo de ella le anuncia que le persigue un monstruo con ojos negros. Así, la trama nos situará 14 años después cuando la estabilidad familiar se trunca por unas turbias acusaciones sobre Joe y el retorno al hogar de George (Marquis Rodríguez). Pronto, a Annie se le aparece un misterioso trompetista fantasma que la acecha sin descanso.
En este caso, lo terrorífico se presenta como algo fantasmagórico que persigue a la protagonista como forma de recurrir a sus traumas y preocupaciones. La obsesión por la ruptura familiar consume a Annie hasta dejarla en un estado demente y vulnerable a la presencia de lo fantástico. Un recurso muy bien integrado en el episodio como parte de las fórmulas del género del horror. Así pues, su base conceptual utiliza la iconografía cultural de Nueva Orleans como ciudad con una tradición ocultista como escenario perfecto para el terror. El jazz, la arquitectura y el folklore criollo construyen la atmósfera mística de la historia y la desarrolla entorno al descenso a la locura del personaje. Entonces, nos encontramos con un episodio que mezcla lo onírico con lo paranoico en donde Annie tiene que enfrentarse a su pasado traumático, siendo consciente o no de ello ¿Qué pretende esconder? La reflexión acerca del abuso sexual a menores, la negación de la verdad, la hipocresía y la culpa es lo que guían lo fantástico donde – como representa Papa Legba en AHS Coven – los personajes se encierran en su infierno personal como barrera frente al trauma. Un capítulo realmente devastador en su concepto inicial que hace reflexionar a las audiencias.
New York City, New York.
El cuarto episodio nos ubica en la isla de Manhattan donde el jefe de una empresa de construcciones se tiene que enfrentar a una auditoria en el Congreso debido al vertido de sustancias peligrosas en el océano. Así, Stanley Price (Bill Camp) y su asistente Josh (Michael Hsu Rosen) se replantean sus decisiones que llevaron a la terrible situación medioambiental culminando en un enfrentamiento directo con el demonio. De este modo, la historia se centra en la crítica hacia la perpetuación de las cúpulas de poder, los privilegios de clases y el corporativismo sistémico.
En este sentido, la narración del episodio se sustenta en la utilización de la iconografía religiosa cristiana como eje principal de su discurso. La alusión a los pecados, a la culpabilidad ético-moral de los actos cometidos, la imaginería de las representaciones bíblicas y las crisis de fe son elementos clave que se desarrollan en la trama y que suponen la evolución de Josh y Stan – especialmente de éste último. Una simbología que equipara al corporativismo y el poder con el Diablo y el mal de forma eficaz. Sin embargo, la tesis con un claro mensaje profético sobre el Apocalipsis se convierte en una fórmula obvia en su conjunto. Lo que este episodio acierta en la explotación de su iconografía terrorífica, se contrarresta con un mensaje demasiado evidente y sin originalidad. Algo que hace encontrarnos con el capítulo «más flojo» a nivel conceptual en contraposición a las múltiples y sutiles lecturas que ofrecen los anteriores.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.