La tentación de escuchar a nuestros demonios internos: análisis de «Monsterland» (eps 5-8)
Continuamos con el análisis de la serie antológica Monsterland. Después de repasar las claves que propone esta nueva aproximación al terror cotidiano y la creación de la monstruosidad en sus cuatro primeros episodios (tenéis el link al final del artículo), nos aventuramos en indagar acerca de los posibles significados de los capítulos 5-8. Una segunda parte que mantiene las premisas conceptuales de la serie creada por Mary Laws y que se centra en una reformulación de personajes icónicos del género del terror en todas sus variantes. Con sus más y sus menos (en un formato episódico es muy difícil no realizar comparaciones), la serie tiene un relato consistente con temáticas que reflexionan directamente con problemáticas sociales y cercanas al público. Aunque sea una producción más modesta de lo que pueda ser Black Mirror – como reina de las series antológicas – el valor de Monsterland reside en la creación de una mirada crítica que va más allá de sus cualidades artísticas (que también las tiene).
Plainfield, Illinois.
Esta segunda parte comienza con la historia de Kate (una extraordinaria Taylor Schilling) y Shawn (Roberta Colindrez), un matrimonio que se ve en constante crisis debido a la enfermedad mental de la primera. Cuando Kate sufre un brote psicótico que la hace querer suicidarse, Shawn toma una decisión que les cambiará su forma de relacionarse. En este sentido, la estabilidad familiar y el matrimonio son dos de los ejes centrales del episodio donde se contraponen los puntos de vista de Shawn y Kate alternando una narración entre pasado y presente.
Siendo el episodio más complejo y más emotivo de la serie, su tesis gira en torno a la dicotomía entre la vida y la muerte; y los temores que sufren las dos protagonistas respecto a ello ¿Se puede tener miedo a la vida? Algo que se estructura a través de la figura del undead (el no-muerto) para crear su reflexión y su discurso de manera muy inteligente. Es decir, una criatura que se encuentra en el límite en el ser/el no-ser siendo una de los personajes más icónicos de la lucha por la identidad en la cultura popular. Kate y Shawn se ven en una encrucijada moral donde la negociación con la pérdida es uno de los temas centrales del episodio, donde «dejar ir a los muertos» se expresa como el sacrificio de amor definitivo – una historia que puede ir en paralelo con el capítulo Be Right Back de Black Mirror. Así, nos encontramos con un capítulo que desarrolla una detallista imaginería de la vida/ la muerte con un fuerte simbolismo en su puesta en escena; así como un estilo narrativo gótico-romántico contemporaneizado. Sin duda, el episodio cinco es el más ambicioso, poético, emotivo y mejor confeccionado de la serie.
Palacios, Texas.
En esta sexta parte nos encontramos que el episodio más sencillo a nivel argumental y conceptual de la serie. La trama nos sitúa en una pueblo pesquero afectado por la contaminación del vertido químico de Titan – conectando, así, con el capítulo 4 – donde reside Sharko (Trieu Tran), un marinero enfermo que se aísla de la comunidad. Un día encuentra una misteriosa criatura marina en la playa y decide acogerla en su casa. Aquí nos hallamos frente a un argumento que se desarrolla en torno a la iconografía de la mitología clásica marítima.
De este modo, la alusión a leyendas que provienen del folklore marítimo está diseñado para configurar su parte terrorífica – más de cara a su giro final que en su desarrollo. Así, Sharko es un protagonista «enamorado del mar» cuyo aislamiento social le induce a crear su propio microcosmos donde la ilusión se mezcla con su realidad. El contacto con la criatura alimenta su deseo de tener una vida plena y en su «verdadero habitad». Algo que nos recuerda la importancia de la relación del ser humano con la naturaleza y, lo que es más significativo dentro del episodio, lo que la naturaleza está dispuesta a hacer para sobrevivir (pensemos que en toda relación hay dos partes a tener en cuenta). El relato épico mitologólico clásico se abandona para crear una atmósfera más íntima que funciona muy bien dentro del discurso donde la idealización romántica y las pasiones sustituye a la lógica. En definitiva, un episodio menos sesudo y más emocional que el resto.
Iron River, Michigan.
Uno de los elementos definitorios de Monsterland es la capacidad de poner como protagonistas a personajes moralmente cuestionables y que, en principio, no resultarían empáticos para el público. Como el caso de Toni (1×01) o el de Annie (1×03), donde sus decisiones (ambas relacionadas con la maternidad) las convertirían en «villanas» de manera automática, la protagonista del capítulo sigue un esquema similar. La trama se centra en Lauren (una estupenda Kelly Marie Tran), una joven cuya vida es relativamente perfecta. Sin embargo, el recuerdo de la desaparición de su amiga Helen diez años atrás la persigue constantemente. Así, asistimos a un episodio donde se plantean las circunstancias de la desaparición de la chica y la implicación de Lauren en el caso. Una historia donde los prejuicios tienen un papel vital.
Así, se apuesta por una aproximación a lo siniestro y lo perverso con una protagonista casi psicopática en un ejercicio de narrativa de «suplantación de identidad». Una trama donde los clichés juegan un papel importante con la envidia y la venganza como elementos de gran peso. Sin embargo, la ambigüedad de lo acontecido es aquello que guía la narración de forma sorprendente alternando entre la especulación, la mentira y la verdad. Aquí es cuando los prejuicios hacen acto de presencia ¿Podría una chica como Lauren tener la vida que debería tener Helen? Temáticas como el control, el menosprecio (según los cánones sociales) y la crueldad humana son las claves argumentales del episodio y que llevan a un inesperado final. Para ello, se utilizan recursos como la iconografía del bosque como escenario de lo oculto o la brujería como figura de la rebeldía.
Newark, New Jersey.
Para su epílogo, Monsterland apuesta por el onirismo y la ciencia-ficción. La historia se centra en el proceso de duelo del matrimonio Cooke. Mientras Amy (Adepero Oduye) intenta seguir adelante, Brian (Mike Colter) se aferra a la culpa y los recuerdos de su hija. En el viaje de la pareja por derrotar a sus demonios internos, rescatan a una de las criatura caídas del cielo que la población denominarán como «ángeles». En este sentido, el capítulo gira en torno a la representación del «otro» a partir de la figura del extraterrestre.
La otredad es la temática por excelencia del género del terror, ya sea a través de criaturas sobrenaturales o, en el caso de Monsterland, la aparición del lado cuestionable y prohibido del ser humano. El capítulo se narra a cuenta gotas centrándose más en las circunstancias personales de Brian/Amy que en lo paranormal de forma un tanto difusa. De hecho, su secuencia más interesante tiene que ver con la reaparición de Kaitlyn Dever como Toni, la protagonista del primer episodio (quien ya había hecho un cameo en el ep 3). Una forma de cohesionar el universo de Monsterland y de cerrar el círculo conceptual de la serie. Los creadores deciden que Toni represente, así, la «monstruosidad» humana en todas sus facetas siendo un personaje realmente interesante y psicológicamente complejo con mucho potencial. Aunque su aparición pueda resultar gratuita, sirve de contraste con la forma de pensar de Brian y la temática del capítulo ¿Qué son estos «ángeles» y para qué han venido? Algo que deriva a un debate entre el bien/el mal y la salvación/destrucción como parte de una iconografía bíblica para definir la otredad ¿Son los alienígenas formas divinas? A pesar de que el episodio se dispersa a la hora de plantear su tesis, es una forma suficientemente sugerente para concluir la serie.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.