Las conspiraciones del poder y la despersonalización: «Kingdom» (Netflix)
Debo reconocer que el gran descubrimiento de estos meses de confinamiento, desescaladas y restricciones ha sido la ficción televisiva coreana. Supongo que muchos pensarán que con mucho retraso y seguramente es así pero a diferencia con algunas ficciones de otras nacionalidades, la K-fiction, como también sucede con la cinematografía oriental, es terriblemente adictiva. La razón no es otra que la ruptura de unos argumentos enmarcados en los clichés de sus respectivos géneros y que se desarrollan desde perspectivas inusuales y ciertamente arriesgadas donde lo humano se convierte en el eje central de la narración. A eso hay que unir una milimétrica puesta en escena de altísimo valor estético. De ahí el enganche del espectador. Todo ello está en Kingdom, producida por Netflix, desarrollada por el momento en dos temporadas y estrenadas en dicha plataforma el 25 de enero de 2019 y el 13 de marzo de 2020 respectivamente.
Basada en el manga de 2014 The Kingdom of the Gods (al que debe añadirse Burning Hell) firmado por Young In-wan y Kim Eun-hee e ilustrado por Yang Kyun-il, la serie se sitúa en el siglo XIV durante la dinastía Joseon. Los crecientes rumores acerca del estado de salud del rey a los que no son ajenos los de su posible muerte provocan el recelo del príncipe heredero Lee Chang (Ju Ji-hoon) quien se enfrenta con el poderoso primer ministro Cho Hak-joo (Ryu Seung-Kyong) y su clan, incluida la reina consorte (Kim Hye-Jun). Acusado de alta traición y en espera del nacimiento de un posible futuro heredero que lo apartaría del reinado, Chang debe huir del palacio. Durante su viaje descubre que el país está asolado por una enfermedad que se propaga muy rápidamente: una epidemia zombie.
Así, este sucinto esquema argumental implica dos elementos indiscutibles: el viaje del héroe, por una parte; y la adscripción de la serie al terror protagonizado por undeads, por otra parte. Dos elementos que se mantienen a lo largo de las dos temporadas emitidas hasta el momento, que siguen el esquema previsible de huida-persecución y cómo en este se entromete la más que rápida conversión de la población en zombies. Una zombificación que se convierte en una auténtica pesadilla y que desemboca, como no puede ser de otro modo, en espectaculares momentos de lucha contra el monstruo. Y así sucede en los primeros episodios de Kingdom en los que el príncipe Chang —ciertamente caprichoso, un tanto naif y esencialmente elitista— acompañado de su mano derecha Moo-Young (Kim Shang-Ho) inicia su periplo perseguido muy de cerca por la guardia real en manos de los Haewon Cho. Ni que decir tiene que una de sus primeras paradas será en el epicentro de la pandemia.
Pero este esquema esencial que también encontramos en la mayoría de las producciones del género a la que no es ajena la más que magnífica Train to Busan (Yeong Shan-Ho, 2016) va a verse rápidamente trastocado para convertirse en una crítica hacia el poder. Del mismo modo como sucede en Train to Busan, Kingdom plantea un claro mensaje sociopolítico: cómo un poder corrupto tiene a sus principales víctimas en la población, una población considerada como uniforme, masificada y, sobre todo, despersonalizada de tal manera que es transformada en un objeto con el que experimentar o usar despiadadamente para conseguir objetivos políticos unipersonales o partidistas. De hecho, la epidemia que asola el país en Kingdom responde, en términos contemporáneos, a una conspiración generada desde las altas instancias —algo que siempre flota en el aire en cualquier brote pandémico siempre y cuando esté situado en el primer mundo, eso sí— con el objetivo de vencer al enemigo y seguir manteniendo el control de la nación. No es de extrañar, pues, que los argumentos de los distintos episodios de la serie se centren en la conversión de Chang hacia la buena gobernanza y su toma de conciencia de la cotidianeidad de un pueblo hambriento y abandonado por sus gobernantes.
Un viaje del héroe en toda regla en el que no faltan «alegres compañeros» ciertamente canónicos pero no exentos de epicidad tanto en sus acciones como en su configuración como personajes. Algunos de ellos nos retrotraen nostálgicamente a nuestra adolescencia cuando TVE emitió entre 1973 y 1974 la sin par Suikoden de Nippon Television (traducida en España como La frontera Azul) y su banda de proscritos guerreros del Liang Shan Po. Chang tendrá en Moo-Young a un hipotético mentor que, como marcan los manuales, posee las cualidades que parecen faltarle a Chang con el que mantiene una relación de confianza y de constantes fricciones que tendrán su punto álgido en la segunda temporada de Kingdom. Y hemos utilizado conscientemente el término «hipotético» para la mentorización de Chang porque este rol lo van a asumir los personajes del pueblo: el cazador de tigres Yeong-Shin (Kim Sung-kyu) un leal y estereotipado guerrero cercano a veces a la picaresca; y la sanadora-casi-científica Seo-bi (Bae Doona), auténtica espectadora del nacimiento de la pandemia y también hacedora de su posible desmantelamiento. Dos personajes estos últimos que sirven de termómetro moral de Chang en relación con su pueblo. Unos «alegres compañeros» que se van nutriendo a lo largo de las temporadas con representantes del poder como es el caso de Cho Beom-Pal (Jun Suk-ho), sobrino del malévolo primer ministro y auténtico comic relief de Kingdom; y especialmente de los habitantes y mandatarios de las distintas poblaciones por las que atraviesa Chang combatiendo la pandemia. Una estructura canónica que refuerza el mensaje político de la serie y la transformación del protagonista en un héroe épico en acciones y decisiones.
Pero Kingdom se ha vendido como una serie de zombies, unos undeads creados artificialmente y que se han convertido en una amenaza para la nación. Como hemos comentado, la pandemia va a afectar a una población desabastecida, utilizada como carne de cañón para las guerras y para la recaudación de impuestos; en definitiva, para el sustento de un poder tiránico. De modo que el zombie es el reflejo de lo peor del ser humano-gobernante. Hasta aquí, no habría casi ninguna variación respecto a ficciones cinematográficas o seriales previas, la novedad radica en la construcción de la casuística del contagio. Una casuística que no es monolítica como marca el género sino que sufre mutaciones que afectan a las acciones de defensa propuestas por Chang y los seguidores que va asimilando en su viaje. Así, los zombies de Kingdom son capaces de adaptarse o rechazar el entorno climático y natural; y el contagio tiene variables. Dos aspectos que rompen con la previsibilidad del resultado del combate entre humanos y undeads confiriendo un extremado dinamismo a la serie al mantener siempre en vilo al espectador. O, si se prefiere, el ritmo de la serie (especialmente en la segunda temporada) resulta frenético para las audiencias. De esta manera, y contrariamente a la idea de que la serie es una «serie de zombies», las actuaciones de estos están extraordinariamente controladas convirtiéndose en un soporte para la línea personal de Chang y la lucha por el poder del clan Chao. Esta alternancia, juntamente con las apabullantes y épicas escenas de masas de zombies al ataque, refuerzan la adicción a Kingdom.
Por todo ello, resulta reductivo el tagline propagadístico de Kingdom. Como también resulta imprescindible la referencia a la cuidadísima puesta en escena de la serie dirigida por Kim Seong-Hun y Park In-Je para cada una de las temporadas. Una puesta en escena que, independientemente lo exótico que pueda parecernos el ambiente para un espectador occidental, recoge cada uno de los tonos marcados por el argumento: la sordidez y secretismo del palacio, la diferenciación de espacios y acciones del viaje de Chang que va en paralelo con su transformación personal, el misticismo de Seo-bi, el trasfondo marcial en todos los sentidos del cazador de tigres y la miseria de la población. Y también la puesta en escena y especialmente la cinematografía va a mutar como hacen los zombies de Kingdom utilizando planificaciones específicas para cada uno de los ataques extremadamente coreografiados —algo extraordinariamente difícil en un movimiento de masas como se da en la serie— y con una magistral utilización de la luz natural como ambiente y como configuración del estado anímico de personajes y espectadores. Sin olvidar, evidentemente, el vestuario —no podemos dejar de mencionar esos impresionantes sombreros que lucen los personajes— y el maquillaje. No en vano Kingdom se hizo con los premios al mejor actor, guion y técnica —que engloba todos los elementos de la puesta en escena— del 2nd Asian Contents Awards del Festival Internacional de Cine de Busan en 2020.
Afortunadamente para nosotros, Netflix ha renovado Kingdom para una tercera temporada. Y no es de extrañar por el gran éxito de audiencias y porque la segunda temporada se cierra con dos más que potentes cliffhangers que fomentan todavía más esta adicción a la serie. Todas las noticias apuntan a abril de 2021 para su estreno aunque parece poco probable porque todavía no se han hecho públicas informaciones sobre la temporada. Esperemos que este más que esperado estreno no se alargue excesivamente porque Kingdom es una serie de obligado visionado.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.