Los cantos del amor y la tragedia: «Música» (Angela Schanelec, 2023)
Galardonada con el premio a mejor guion en el pasado Festival de Berlín, ha llegado a nuestras salas, gracias a la distribuidora Atalante, la nueva película de Angela Schanelec: Música; una obra reflexiva y controvertida.
En los montes de una localidad griega, una pareja abandona a un recién nacido. El médico que encuentra al bebé, dentro de un establo de cabras, decide adoptar a la inocente criatura y criarlo junto a su mujer. Años más tarde, cuando el niño ya es un adolescente, este comete un homicidio involuntario y es llevado a prisión. Allí conoce a una trabajadora de la que se enamorará y con la que formará una familia; hasta que las garras de la tragedia vuelvan a actuar.
La propuesta formal y estilística de Angela Schanelec para retratar esta historia es de lo más sorprendente. La directora y escritora opta por construir un relato basado en el distanciamiento brechtiano a través de varios elementos. Por un lado, la posición de la cámara, casi siempre distanciada de los personajes y sin moverse, adopta un rol observacional con el que el espectador se identifica. Ver Música podría ser, sencillamente, ver pasar la vida e interpretarla.
Por otro lado, los actores aparecen en escena como entes hieráticos, desprovistos de emoción aparente. Los rostros de Jon e Iro, los protagonistas interpretados por Aliocha Schneider y Agathe Bonitzer, parecen tener siempre la misma expresividad. Tan solo sus ojos, sus miradas, y sus gestos desvelan sus verdaderas emociones. Uno de los mayores gestos de amor que veremos en la película será ver cómo Iro ha grabado en una cinta de casete las piezas de Bach, Vivaldi y Handel -entre otros músicos que tanto emocionan a Jon- para que el muchacho las pueda escuchar en su celda. En ese sentido, la propuesta de mise en scène de Schanelec nos podría recordar al hieratismo de Bresson o de Jean-Marie Straub; incluso, por ir a un film del mismo año, al de Kaurismaki en Fallen Leaves (2023). Pero el retrato humanista del director finlandés no tiene nada que ver con el de Angela Schanelec; su relato corresponde, si acaso, a la mirada distanciada e irónica de los dioses.
Música es una suerte de adaptación libre del mito de Edipo relatado por Sófocles en Edipo rey. Un niño abandonado en las montañas, adoptado por lugareños, a quien le persigue la tragedia, el conflicto familiar… En ese sentido se entiende aquello que afirmaba en el párrafo anterior sobre «la mirada de los dioses». Jon e Iro son personajes que sienten y padecen, pero se muestran fríos ante nuestros ojos. Es complicado sentir apego por ellos. Sí empatizamos con ese proceso, misterioso, de fascinación y enamoramiento de Iro. Es emotivo ver cómo ella cuida de él, pero cuesta entrar en sus vidas, que se nos presenta a través de varios saltos temporales que también conforman ese distanciamiento emocional. Tan solo a través de la música que hace Jon podemos llegar a empatizar y sentirnos conmocionados. También él es una suerte de Orfeo que es capaz de amansar a las bestias y a los dioses (los espectadores) con sus cantos. En un film de emociones reprimidas y hieráticas, la música irrumpe como algo trascendental.
La propuesta arriesgada de Angela Schanelec ha hecho que gran parte del público salga decepcionada. Y es cierto que la forma de construir este relato es compleja. Entrar en Música exige dejarse llevar y aguantar una obra que, de alguna forma, te impide entrar en ella como estamos acostumbrados. Sin embargo, si hacemos un esfuerzo seremos capaces de ver sus puntos fuertes y su brillantez.
Graduado en Comunicación Audiovisual en el Centro de Enseñanza Superior Alberta Giménez (Universidad de Comillas). Apasionado por el cine, las series de televisión, los cómics y toda forma de arte secuencial. Interesado en toda obra filosófica, transgresora e innovadora.