Mi «liga de guionistas extraordinarios» (3): Beau Willimon, la dramaturgia yuxtapuesta, la política y House of Cards
Beauregard, Beau, Willimon ocupa esta tercera entrega de mi particular «liga de guionistas extraordinarios» por la que han desfilado ya John Logan y Jonathan Nolan. El lector de esta miniserie casi privada se habrá dado cuenta de que todos los nombres aparecidos hasta el momento forman parte de mi fetichismo particular en el que se juntan en un triángulo casi perfecto un trabajo de escritura, un director de cine al que se une el nombre de mi guionista extraordinario y una serie de televisión. Si en el primer caso se unía Logan con Sam Mendes y Penny Dreadful, y en el segundo eran Christopher Nolan y Person of Interest, en éste van a ser David Fincher y House of Cards.
La trayectoria de Beau Willimon, nacido en Virginia en 1977, va a estar unida principalmente al teatro. Desde las clases impartidas por John Hamm en 1995 a las que asistía nuestro guionista hasta su reconocimiento como showrunner de la serie de Netflix en 2012, la vida profesional de Willimon ha sido muy variada pero siempre ha estado unida a las tablas y a su aprendizaje como escritor. Estudiante de escritura dramática en la Columbia School of the Arts en la que consiguió un MFA en 2003 y del Lila Acheson Wallace American Playwrights Program en la prestigiosa escuela Juilliard en New York, Willimon empieza a ser conocido en el mundo del teatro en 2008, año en que estrena su obra Farraguth North en el off Broadway con un elenco formado por John Gallagher Jr,, Chris Noth y Olivia Thirbly. Esta obra, que fue llevada a la pantalla con el título de The Ides of March (2011) con dirección de George Clooney quien compartió la adaptación de la misma con el autor ponía en evidencia las claves que va a desarrollar en la serie que lo ha lanzado al estrellato, bueno, al reconocimiento mundial. Unas claves que no son para nada independientes entre ellas, bien al contrario.
1. Los modelos teatrales aplicados de manera escrupulosa a la construcción del guión cinematográfico. Sí, decimos cinematográfico porque el propio Willimon comentará de la serie House of Cards que él lo que quería era hacer una película que durara casi nueve horas. Ni que decir tiene que la plataforma de Netflix se ajusta perfectamente a esta idea. Sin embargo e independientemente de estas afirmaciones, una pormenorizada disección de la escritura de Willimon pone en evidencia la maestría en la adaptación de las estructuras teatrales al medio audiovisual. Ya en su momento comentamos esta característica al hablar del estreno de la tercera temporada de House of Cards y de la construcción eminentemente shakespeareana en su estructura argumental y definición de personajes como también de su deuda a los postulados brechtianos reflejados en la construcción de un relato de la ambición y manipulación política totalmente atemporal y lejos de cualquier espacio concreto; en definitiva, la construcción de una crónica en la que el espectador es llevado de la mano por los personajes. No nos atrevemos a hablar de didactismo -como una de las bases de la dramaturgia brechtiana- pero sí de un efecto de distanciamiento en el estricto sentido de hacer reflexionar al espectador sobre lo que está contemplando.
2. La política como argumento. Beau Willimon, como también le sucediera a Michael Dobbs, autor de la trilogía de House of Cards llevada a la pantalla por la BBC en 1990, ha tenido una relación directa con el trasfondo político. Conocedor de las bambalinas del poder -o de la intención de llegar a él- , Willimon trabajó como voluntario en las campañas al senado de Charles Schumer y de Hillary Clinton entre 1998 y 2000, así como en las campañas presidenciales de Bill Bradley y Howard Dean entre 2000 y 2004. Un entrenamiento en las filas del Partido Demócrata estadounidense muy diferente al de Dobbs, miembro del Partido Conservador británico y consejero de Margaret Tatcher cuando la «Dama de Hierro» era líder de la oposición, entre otros muchos cargos.
Sin embargo los argumentos desarrollados por Willimon van a convertirse en radiografías de situaciones políticas, en disecciones de los motivos ocultos de los personajes y sus turbulentas historias personales alejándose de las complicadas tramas pseudohistóricas o pseudodocumentales a las que nos tienen acostumbrados algunas ficciones televisivas como 24 o Homeland solo por poner algunos ejemplos en los que se nos explica la geografía del terrorismo, las complejas relaciones diplomáticas de los Estados Unidos o el «necesario» establecimientos del New World Order. Willimon personalizará a sus protagonistas -los Underwood en House of Cards, Stephen Meyers y Mike Morris en The Ides of March- señalándolos como personajes-símbolo de las formas de concebir la política y de su puesta en práctica. Una situación esta que no difiere del retrato de Arturo Ui, Leokadjia Begbick y los próceres de Mahagonny o del estudioso-maquiavélico Mortimer de las adaptaciones isabelinas de Brecht. Una situación que siempre es sórdida y universal.
3. La sordidez de los argumentos y el claroscuro de la puesta en escena. Con todos estos precedentes, no es de extrañar que David Fincher se convirtiera en el productor de la serie de Netflix. La naturaleza oscura de los personajes fincherianos que hemos visto en Se7en, Fight Club, Millenium -aunque destroce completamente el personaje de Lisbeth Salander- , Zodiac, Panic Room, Alien 3 y, especialmente en Gone Girl se ve potenciada por una puesta en escena que remarca cómo los personajes son engullidos por su entorno. Un hecho que servirá, en definitiva, para potenciarlos.
Willimon se está convirtiendo en un guionista que nos puede deparar grandes proyectos audiovisuales y también teatrales, aunque seguramente estos últimos no los podremos disfrutar como quisiéramos. No le perderemos de vista. Mientras tanto, esperaremos el estreno de la cuarta temporada de House of Cards.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.