Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

(Par)A Godard: La Pasión de Nana. «Vivir su vida» (Jean-Luc Godard, 1962)

Nana desea cambiar de vida, aunque todavía siente ternura por su ex pareja Paul, un periodista fracasado. Sobre todo, le gustaría resolver sus problemas económicos. Una noche, acepta seguir a un extraño de los Campos Elíseos hasta un hotel y se prostituye… Así comienza el largometraje Vivir su vida, todo un hito del «período de Anna Karina» de Jean-Luc Godard.

Acompañada por una prodigiosa banda sonora compuesta por Michel Legrand (el creador de la música de Cléo de 5 a 7 (Agnès Varda, 1962), Las señoritas de Rochefort (Jacques Demy, 1967) o Piel de asno (Jacques Demy, 1970), a lo largo de los doce cuadros que la componen, el espectador sigue los melancólicos andares de Nana -que alude al personaje homónimo de Zola-, una entrañable joven en busca de reconocimiento y libertad, para quien «vivir su vida» consiste sobre todo en ganarse la vida. Su sueño es hacer teatro o cine y busca la independencia sentimental y financiera frente a los hombres.

Para Nana, el hecho de existir pasa por la mirada de los otros, pero también por una íntima exigencia de expresión

Sin hogar y vencida por el aburrimiento, se sumerge en la prostitución. Atrapada en los engranajes del oficio, pronto se encuentra en un burdel, en manos de Raoul, un proxeneta gélido e imparcial que la somete al rol de la «prostituta buena», un dócil producto de consumo. Esta sería la paradoja más evidente de la película: una joven rebelde en busca de libertad, que, sin embargo, opta por vender su cuerpo. 

Esta es una elección que Nana asume y defiende, detrás de la cual flota el eco sartreano de la filosofía existencialista. «Yo creo que siempre somos responsables de lo que hacemos», le dice a su amiga Yvette. En ningún momento la descripción de esta vida adopta el tono patético que tan a menudo encontramos en los medios y productos audiovisuales. Lejos de victimizarse, Nana se presenta como una mujer libre, que encuentra en esta independencia económica una manera de existir para sí misma y por sí misma. Como todas las demás mujeres de la época, es a la vez libre y sumisa, Nana encarna la imagen de la mujer de una sociedad determinada.

Detrás del aparente naturalismo de una imagen escogida sobre el terreno, emerge otro sesgo: el de una estética discreta

Ahí radica el carácter documental de la película. También, desde el punto de vista técnico, el uso repetido de travellings que muestran prostitutas en las aceras de París, la omnipresencia de los efectos de sonido que evocan la vida cotidiana y, especialmente, la voz en off de Raoul que describe la vida de las chicas de la calle, incluidos detalles prácticos y artículos legales. Es todo un estudio sociológico de su época a través de los ojos de Nana. La vida cotidiana de la década de 1960 se evoca constantemente, ya sea a través de la presencia del filósofo Brice Parain o incluso del cartel de Jules y Jim (François Truffaut, 1968). Además, Godard se basó en el libro La prostitución de Marcel Sacotte, realizando un verdadero trabajo de investigación.

A pesar de la aparente preocupación por el realismo, usando los códigos de la Nueva Ola del cine francés, Godard, nos recuerda constantemente que lo que vemos es solo cine. Ya sea a través de planos discontinuos, intercalados por cuadros que indican el paso al siguiente capítulo o por la puesta en escena y personajes fantasiosos. Uno no puede evitar pensar en la famosa escena en la que Nana, al ritmo de una máquina de discos, serpentea entre las mesas de billar y se lanza a bailar y la cámara juega con el fuera de campo y la profundidad.

El presentimiento de Nana sobre su destino choca con todo el entusiasmo y la vitalidad que demuestra. Su maravillamiento por el mundo que la rodea es también lo que la expone a su brutalidad. El presentimiento sobre su destino aparece implícitamente en esos momentos en que su rostro de pronto se torna melancólico. Así, tras decirle a su amiga Simone que todo está bien, ya que las cosas son como son, esta última frase se pronuncia con tristeza, y delata la resignación detrás del ímpetu de nuestra protagonista.

El hecho de que Nana esté sentada visionando Juana de Arco y la pantalla se encuentre algo más elevada contribuye a la creación de planos picados y contrapicados

Destaca la referencia a la Juana de Arco, encarnada por la legendaria María Falconetti, de Dreyer. Las poderosas imágenes del filme, en las que se aprecian los magníficos primeros planos de Juana de Arco, se intercalan con los primeros planos de Nana, construyéndose así una conjunción entre los dos filmes. Nana se conduele del padecimiento de Juana de Arco, pero también sufre por ella misma. Asimismo, los diálogos que se producen entre los ejecutores y Juana de Arco tienen relación con el terrible devenir de la propia Nana.

La actuación de Anna Karina, suntuosa y conmovedora, es el elemento central de la película: únicamente la vemos a ella, los otros personajes parecen ser solo títeres, destinados a dar respuesta a Nana. Los primeros planos de su rostro tan expresivos son innumerables y nos recuerdan que el director concibió su obra como una declaración de amor a quien, después de haber sido su musa, se convirtió en su esposa.

Tras Vivir su vida, la prostitución se convertiría en un tema recurrente en la obra del cineasta que trataría en Masculino, Femenino (1966), Dos o tres cosas que sé de ella (1967), La chinoise (1967) y Salve quién puede, la vida (1989). Por la tensión que la atraviesa y la destreza con la que cuestiona tanto la realidad como la poesía, del cine y del ámbito social, Vivir su vida sigue suscitando un gran asombro y admiración.

 

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