Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: visiones del futuro (I)

El futuro es el habitáculo de las esperanzas, pero también de los más temibles miedos. A lo largo de los siglos, y dependiendo exclusivamente del estado de las cosas que presente la civilización en ese período en concreto, hemos soñado tanto con viajes a la Luna como con gobiernos totalitarios oprimiendo al ciudadano. La imaginación nos ha llevado por derroteros que han sabido ver lo mejor del ser humano y por otros que, al contrario, han querido acentuar nuestra aparente malignidad innata. Todo ello proyectado en ese continente de lo futurible, donde se nos aparece —en ocasiones, no de forma muy democrática— y coge forma lo bueno, lo malo y lo peor. El futuro se vuelve espacio en nuestro pensamiento, y en él podemos ver aquello que es de facto imposible en el presente hacerse posible.

La ficción ha sido la principal depositaria de los deseos y las preocupaciones del ser humano al ofrecer un contexto en el que ambos elementos pueden desarrollarse extensamente y a conciencia. En el cine, basta ir prácticamente al inicio de su historia para ver muestras de ello. Georges Méliès, el que puede tener en su haber el privilegio de ser el primer explotador del cinematógrafo en clave ficcional, nos llevó, primero, a la psicología perturbada de un astrónomo que ve cómo la Luna se le aparece delante de sus narices en The Astronomers Dream (1898) y, posteriormente, a la aparentemente cremosa superficie de la misma Luna en un viaje espacial en cohete en A Trip to the Moon (1902). No es de extrañar que los inicios de la ciencia ficción aplicada al séptimo arte corran tan parejos con los propios comienzos del mismo género en la ficción literaria. Al fin y al cabo, la ciencia ficción daría sus primeros y torpes pasos con el trabajo paródico de Luciano de Samósata (Historia verdadera, escrita en el siglo II después de Cristo) y la novela científica de Johannes Kepler (Somnium, publicada en 1634), ambas obras que hacen referencia explícita a viajes espaciales a nuestro satélite natural. El ser humano siempre ha tenido la tendencia de mirar hacia arriba y preguntarse qué clase de mundos esconde la negror del universo.

A pesar de que los viajes intergalácticos siguen siendo uno de los fetiches del género, el inventario del motivos ficcionales se engrosaría y el futuro se colmaría de ciborgs, vehículos voladores y estaciones planetarias y espaciales. Hasta bien entrado el siglo XX, la naturaleza de la ciencia ficción respondía, más bien, a una cualidad fantástica que a una verdadera aplicación de los conocimientos científicos adquiridos con los años. Sin embargo, la tendencia crítica y militante de los artistas a comienzos de siglo y la propia inercia del progreso inflamaron la imaginación de los cineastas y favorecieron la creación de productos que tendieran a objetivos más complejos. Uno de los ejemplos más tempranos y, simultáneamente, reivindicativos de esta tendencia cae sobre la Metropolis (1927) de Fritz Lang, que se benefició de un guion de Thea von Harbou —quien adaptaba su propia novela, publicada dos años antes— para retratar un mundo excesivamente dominado por el raciocinio que tiene en muy poca consideración el poder empático y sentimental del corazón. En los confines de esta película, vemos representados la crítica social a través de una distopía configurada a través de la negatividad al yuxtaponer la comodidad de los ricos con las penurias del proletariado. La Metropolis de Lang se levantaría como hoja de ruta esencial para todos aquellos productos que todavía quedaban por venir.

Llevar a cabo un repaso de esta nómina sería plantearse un David contra Goliat referencial muy poco recomendable para el propósito de este escrito, así que, en lo que al séptimo arte se refiere, nombraremos unos pocos y señalaremos su trascendencia: lo insondable del espacio exterior en la Forbidden Planet (1956) de Fred M. Wilcox, la abulia ciudadana y la totalitarización del gobierno en la THX 1138 (1971) de George Lucas, el miedo a las réplicas y demás inteligencias artificiales en la Blade Runner (1982) de Ridley Scott, la paranoia de la simulación en la The Matrix (1999) de las hermanas Wachowski, la extinción de la humanidad en Children of Men (2006) de Alfonso Cuarón o la llegada inminente de abrumadores seres alienígenas a la Tierra en Arrival (2016) de Denis Villeneuve. Esta variopinta y, evidentemente, incompleta lista viene a ser una humilde representación de cómo el mundo de la ciencia ficción en el séptimo arte ha evolucionado desde lo primitivo de ese Méliès fantasioso de finales de siglo XIX y comienzos del XX hasta las ansiedades hipermodernas de las inteligencias artificiales y el vacío existencial de la contemporaneidad.

El modelo serial también merece especial atención en este inventario. En este sentido, Star Trek: The Original Series (NBC, 1968-1969) resultó ser una absoluta pionera de los viajes intergalácticos a través de un espacio sideral que conocemos de forma más intuitiva que fáctica. Con su calidad y su gancho, abrió las puertas a la parafernalia de la space opera futurísticas a lo largo de las próximas décadas, con ejemplos tan célebres como Battlestar Galactica (ABC, 1978-1979), V (NBC, 1983) o Firefly (Fox, 2002), entre otros tantos casos. Y no solo se han llevado a cabo buenas space operas que especulan con qué nos depara el futuro, sino que también productos tan vitoreados como Westworld (HBO, 2016-2022) o Severance (Apple TV+, 2022-) merecen ser mencionados en este representativo inventario.

Dentro de la serialidad, el mundo del anime también nos ha dejado ejemplos tan terroríficos como memorables con productos como Neon Genesis Evangelion (Hideaki Anno, 1995-1996), Cowboy Bebop (Shinichirō Watanabe, 1998) o Trigun (Satoshi Nishimura, 1998). Todas ellas, tanto las series como los animes, creadoras de un imaginario espacial que oscila entre lo maravilloso y lo perturbador. Otros trabajos distópicos y muy celebrados en el mundo del manganime son, entre muchos otros, Time of Eve (Yasuhiro Yoshiura, 2008) o Psycho-Pass (Naoyoshi Shiotani, 2012).

Como no podía ser de otra manera, y ya para terminar con este superficial repaso, los videojuegos también han propuesto a lo largo de su historia meritorios ejemplos que buscan profundizar sobre la condición humana en contextos futuros. Desde la simpatía de un Eastward (Pixpil, 2021) hasta la solemnidad de un Detroit: Become Human (Quantic Dream, 2020), pasando obligatoriamente por la incómoda nostalgia del BioShock Infinite (Irrational Games, 2013) o la divertida rejugabilidad de un Katana Zero (Askiisoft, 2019), el mundo de los videolúdico ha traído consigo narrativas inmersivas que permiten al jugador experimentar cómodamente desde sus casas las en ocasiones divertidas y en otras opresivas circunstancias de aquel futuro que tan difícil nos resulta descifrar.

Desde RIRCA, ofrecemos y recomendamos a continuación toda una serie de productos culturales que han querido acercarse a ese misterio perpetuo que tenemos por costumbre llamar futuro.

Gerard Bibiloni: Outland (Peter Hyams, 1981)

Atmósfera cero (1981) | MUBI

Quizá los wésterns clásicos estuvieran de capa caída para cuando Sam Peckinpah estrenara en 1969 el mayor exponente del wéstern crepuscular que se conoció en la segunda mitad de siglo XX, The Wild Bunch, pero los temas que abundaron en estas representaciones romantizadas del género no siguieron el mismo destino. Materias como la individualidad, la masculinidad o el destino manifiesto tuvieron su propio desarrollo en futuros estrenos cinematográficos, muchos de ellos utilizando como base la hoja de ruta trazada por los grandes maestros del wéstern. Uno de los exponentes más interesantes y, simultáneamente, menos recordados de este último grupo de filmes es Outland (Peter Hyams, 1981), un space wéstern en toda regla que se fundamenta en la High Noon (1952) de Fred Zinnemann para hablar de la explotación minera, el anticapitalismo y de, digamos, la “soledad ante el peligro”.

Sean Connery interpreta a William O’Niel, un íntegro y cabal marshal recién llegado a una base minera en la luna Ío de Júpiter. En la estación, se ve en la tesitura de tener que enfrentarse a un ambiente en el que las señales de no ser bienvenido abundan, situación que cristaliza en ciertas actitudes dirigidas por parte de los trabajadores hacia el tipo de autoridad que O’Niel representa. Será en esta atmósfera donde se verá forzado a desenmarañar las redes de una violenta banda de narcotraficantes operando en la base. Debido a su intachable código moral, O’Niel hará frente a la coyuntura, incluso si con ello está arriesgando su propia vida.

La película no solo supone algo interesante a nivel argumental, sino que también resulta ser un prodigio técnico al ser la primera película en utilizar Introvision, esto es, un proceso de proyección frontal que coloca como fondo de escena material pregrabado sobre el que la película en sí puede rodarse. Se planteó como un avance del Zoptic, también método de proyección frontal que fue utilizado famosamente en la Superman (1978) de Richard Donner para grabar las escenas de altos vuelos del superhéroe. Si bien en Outland los usos de la Introvision no son tan heroicas como en la película de Donner, sí que nos brinda una oportunidad de acceder a una artesanía imaginativa de un diseño de producción que, en las escenas espaciales, sigue maravillando por una cuestión de pura iconicidad.

Nuria Vidal: Arkangel (Black Mirror, 4×02)

No es ninguna novedad que cada uno de los episodios que conforman la serie Black Mirror contemplan una reflexión acerca de la condición humana y su relación con la tecnología. Sus argumentos se acercan a la realidad del espectador de tal manera que sus contenidos son parábolas y fábulas extremas o perturbadoras sobre el uso de la tecnología desde perspectivas sociales, políticas, ideológicas, utilitarias y éticas. La antología, pues, plantea historias “proféticas” que desdibujan los límites entre lo posible y lo probable en torno a la relación entre el hombre y la máquina en todas sus variantes. Hoy recomendamos Arkangel, un episodio que ha pasado muy desapercibido y que tiene una gran relevancia en los debates que plantea.

Dirigido por Jodie Foster, la trama sigue a Marie (Rosemarie DeWitt), una madre soltera que utiliza un sistema experimental llamado “Arkangel” que monitoriza a tiempo real a su hija Sara. En cierta medida, el sistema “Arkangel” es, para Marie, un mecanismo adecuado para la conciliación familiar desde la perspectiva de la seguridad. El implante ocular, conectado a una tablet como pantalla de visualización, permite la geolocalización, muestra las constantes vitales y dispone de filtros opcionales de control parental centrados en la violencia, el sexo y las situaciones emocionales estresantes. En este último caso, el programa hace que el usuario (Sara) vea dichas situaciones con imágenes pixeladas o lo que es lo mismo, los usuarios van a vivir una realidad distorsionada. Sin embargo, cuando Sara (Brenna Harding) llega a la adolescencia, Marie utiliza el dispositivo para espiar a su hija lo que supone la ruptura de la relación materno-filial.

En Arkangel se exploran los efectos del control parental tecnológico en la educación de los hijos que niega una parte esencial del crecimiento emocional construyendo en torno a ellos una burbuja sobreprotectora y, por tanto, creando una hiperrealidad donde la negatividad y el peligro no existen. Una premisa que lleva implícita el cuestionamiento ético del uso de las tecnologías en el que se rompe la dicotomía entre el bien y el mal, lo positivo y lo negativo, la realidad y la virtualidad. Así, las posibles consecuencias de la sobreprotección se llevan al extremo en Arkangel donde se plantean los riegos de la (mala) educación virtual, la seguridad de los menores frente a los peligros de la desinformación de Internet, el control-descontrol sobre el contenido del consumo de nuestros hijos y los límites entre el derecho a saber y no-saber.

Igualmente, el debate acerca de la sobreexposición a las imágenes, la censura y la educación visual también son temáticas que subyacen en el episodio de manera tangencial. Un debate que se extiende al papel de la familia en la educación de los hijos y que podemos enmarcar en la voluntad de la serie de acercar los temas presentados a la contemporaneidad de las audiencias. Arkangel se convierte, así, en uno de los episodios imprescindibles de Black Mirror que se acerca peligrosamente a un futuro inminente.

Guillermo Amengual: The Beast (La Bestia) (Bertrand Bonello, 2023)

Recién estrenada en los cines españoles, The Beast (La Bestia), la nueva película de Bertrand Bonello –Casa de tolerancia (2011), Zombie Child (2019)-, viene a advertirnos de un futuro próximo terrorífico al que deberemos enfrentarnos para salvaguardar la poca humanidad que nos queda.

El presente de la película ocurre en París, en el año 2044. El mundo ha sido dominado por la inteligencia artificial y los pocos humanos que quedan se sienten presionados a realizar una terapia de regresión de vidas pasadas con tal de sanar sus traumas generacionales. El objetivo final de estas sesiones será acabar con todo tipo de emociones que pongan en peligro la capacidad de los humanos por trabajar adecuadamente. Si el tratamiento finaliza como es debido, los humanos podrán acceder a buenos puestos de trabajo. Giselle, la protagonista del film interpretada por una magnífica Léa Seydoux, quiere realizar esta terapia con tal de conseguir un mejor empleo. Sin embargo, dentro de ella hay un temor oculto que la persigue desde hace mucho tiempo.

Bertrand Bonello parte del relato La bestia en la jungla de Henry James para construir su particular visión de un futuro distópico a través de una estructura desordenada y laberíntica llena de elipsis temporales. De esta forma busca la complicidad y atención del espectador para desenmarañar el misterio que atraviesa a sus protagonistas en todas las vidas que han vivido. En cada una de ellas, Giselle se enfrenta al sentido del amor, al (oscuro) objeto de deseo que se materializa en Louis -interpretado por George MacKay- un joven que aparece en su vida como guardián y, a la vez, amenaza. El objetivo de la inteligencia artificial, como decía al principio, es erradicar ese temor, ese misterio; mientras que el de Giselle, será entenderlo, preservarlo y, sobre todo, que a través de él, pueda llegar a encontrarse con el Louis del año 2044.

Aunque el 2023 ya nos diese una película sobre vidas pasadas como, valga la redundancia, Vidas Pasadas de Celine Song, el film de Bonello se adentra en esa idea de la reencarnación con la crudeza con la que los griegos clásicos hablaban de la imposibilidad de escapar del destino y el misterio trágico de nuestras vidas que nos apresa, pero que también configura nuestra humanidad. Además, otro de los puntos fuertes de The Beast es la reflexión acerca de los límites, imperfecciones y fronteras de la imagen digital; de la que todos somos esclavos.

 

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