Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Sobre Koreeda (VI): «Still Walking» (2008) o la presencia ineludible

Lo biográfico no es un aspecto ajeno al cine de Hirokazu Koreeda. A su manera, casi todas sus películas han girado alrededor de elementos verídicos que, si bien no tenían mucho que ver con él mismo, sí que querían pintar un fresco de las vidas de otras personas. Desde los trabajos inspirados por sus pinitos en el mundo del documental —Maborosi (1995), After Life (1998)— hasta aquellas películas influenciadas por sucesos que han sucedido en la contemporaneidad —Distance (2001), Nobody Knows (2004), Hana (2006)—, una parte considerable del atractivo que presenta el cine del director es la formulación de un corpus vivo que busca representar la sensibilidad japonesa de su época. Sin embargo, ni una sola de las películas mencionadas trata aspectos propios de su vida. A través de un «acercamiento distanciado», que permite la entrada de la empatía al campo de juego mientras sigue planteando un punto crítico acerca del tema en cuestión que está tratando, Koreeda ha relegado esa faceta de cronista de ficción a productos que poco o nada revelan acerca de su experiencia personal, intrínseca e intransferible. Esta es una de las normas que viene a romper Still Walking (2008), su sexta película de ficción. Tanto la madre como el padre de Koreeda habían fallecido en un periodo de tiempo relativamente corto (Muñoz Garnica 2022, 192), así que el director dejó de lado algunos proyectos —como la producción de Air Doll, próxima entrada en esta retrospectiva— para focalizarse en trabajar un guion que le permitiera lidiar con su fallecimiento, en especial con el de su madre, figura tan importante y querida para él.

La historia nos enmarca en una atmósfera de costumbres. Como cada año, varios hijos van a casa de sus dos ancianos padres a visitarlos para conmemorar el trágico fallecimiento del hijo mayor, Junpei, que murió en un accidente tras salvar a otra potencial víctima. Para algunos de estos hijos, volver a la casa de sus padres implica una nueva oportunidad para pasar tiempo con ellos; para otros, la llegada a ese universo inmutable trae consigo el complejo recuerdo de todo lo que uno ha perdido y de aquellas relaciones que nunca llegaron a cristalizarse debidamente. Como película, Still Walking nos sumergirá de lleno en las 24 horas —que es lo que dura la estancia de los hijos allí— de una familia que esconde verdades calladas y elude que el tiempo pasa.

El almuerzo y la cena como instancias costumbristas en las que se cristalizan las dinámicas familiares.

Comencemos el análisis por lo que podría considerarse «el elefante en la habitación»: esa presencia ineludible. En el artículo sobre Still Walking que Dennis Lim —director artístico del New York Film Festival (NYFF) y autor de varios libros sobre cine— escribe para Criterion, el mencionado autor comienza con una frase lapidaria: «Death looms over the films of Hirokazu Kore-eda». Es totalmente cierto que las películas del director recordadas y reseñadas hasta la fecha tienen un fuerte componente mortuorio. La muerte, al fin y al cabo, trae consigo la asunción de un camino. Esto es algo que bien sabe la protagonista de Maborosi, que tiene que reorganizarse emocionalmente ante el repentino suicidio de su pareja, o los protagonistas de Distance, que aun habiendo pasado un tiempo considerable entre el suicidio de sus familiares y amigos, todavía están transitando el hecho de cómo recordarlos y cómo lidiar con el daño que hicieron, o ese samurái desmañado que protagoniza Hana, que busca una satisfacción para el asesinato de su padre en forma de venganza. Para los personajes de las películas de Koreeda, la muerte es una incógnita que debe ser resuelta de una manera u otra. Hay algo verdaderamente desolador, en ocasiones místico, en ver como estas personas van traspasando los velos de cada uno de los estadios del duelo. Vagan la nebulosa del recuerdo en busca de alguna respuesta que les pueda servir para entender como aquellas presencias constantes, aferradas al material del día a día, han dejado de existir.

Entre la casa de los padres y la tumba de Junpei media un camino relativamente largo, figuración físico-simbólica del trayecto del duelo que deben llevar a cabo los que le sobrevivieron.

Si Still Walking ya rompía con la norma del biografismo ajeno, también hace lo propio con la representación de la muerte. Las circunstancias alrededor de la muerte de Junpei, el hermano mayor, están bastante claras. No hay apenas misterio que desentrañar en el núcleo temático de la película: prácticamente todo el mundo ha sabido sobrellevar, a su manera, su muerte. En lugar de la incógnita protagonista de las anteriores películas de Koreeda, parece haber una respuesta propia de cada uno de los personajes. La hermana, Chinami (YOU) parece haber corrido un tupido velo sobre el hecho y ha querido seguir adelante con su vida sin mayores dramas. Por su parte, Ryota (Hiroshi Abe) permanece en una actitud similar a la de Chinami, ya no tan solo porque ha pasado un tiempo considerable entre la muerte de su hermano y el presente, sino también porque parece tener otros problemas por los que preocuparse. El elemento interesante está en cómo los padres, Toshiko (Kirin Kiki) y Kyohei (Yoshio Harada), lidian con la idea de la muerte de un hijo. Hay un principio de antinaturalidad en que unos padres sobrevivan a un hijo. El ciclo propio de la muerte sigue una procesión lógica dadas las circunstancias de ir cumpliendo años: los hijos sobrevivirán a los padres y, así, sucesivamente. De esta manera, resulta intrigante conocer las estrategias que siguen estos dos personajes para que la muerte de su hijo sea más llevadera. Ya no es solo que Kyohei proyecte sobre Ryota todo lo que podría haber sido Junpei —además de, en cierta manera, lamente que no fuera Ryota el que murió en lugar de su hermano—, sino que tanto Toshiko como Kyohei buscan un chivo expiatorio en el personaje de Yoshio, la persona que Junpei salvó del accidente y que, aparentemente, provocó su muerte. Una vez al año, Yoshio los visita para agradecerles la labor de su hermano al salvarle la vida y, a su vez, para pedir perdón por seguir vivo. Es Toshiko la que nos revela que ambos encuentran un cierto tipo de justicia poética, algo así como una satisfacción retorcida, en ver a Yoshio humillarse de esa manera. Al fin y al cabo, según lo ven ellos, es Junpei quien debería seguir vivo, no Yoshio. Desde esta perspectiva discutida aquí, Still Walking parece un cierre de arco en el que la muerte aparece con una respuesta fija. Lo que importa en el seno de la película es las implicaciones éticas detrás de la justificación de su propia manera de lidiar con esa muerte. ¿Es correcto cargar sobre Yoshio una carga por algo que él mismo no había demandado? ¿Hasta qué punto debemos simpatizar con los padres por plantear una forma de tan dudosa moralidad para poder seguir adelante?

Como es costumbre en Koreeda, la infancia ofrece breves momentos de callada explosión poética.

Paralela a la temática de la muerte, tenemos las relaciones familiares. Al tratarse de un guion en el que lo contemplativo ocupa gran parte de la metodología expresiva de la película, el componente intersubjetivo gozará de una presencia singular a lo largo de todo el metraje. Quizá la más importante sea la relación trazada entre Ryoka y su padre. Ya hemos adelantado que una característica propia de esta relación descansa sobre el hecho de que Ryoka parece pensar que sus padres hubieran preferido que él muriera en lugar de Junpei. Esto ya trae consigo toda una serie de «pistas» que nos ponen en sobre aviso sobre la calidad de esta relación. Y es que entre ambos personajes parece existir un abismo comunicativo. Kyohei es una presencia difícil, recluido en sí mismo, constructor de una capa de hermetismo alrededor de su propia persona. Ryoka detesta ese comportamiento de su padre, pero a su vez lo reitera con su propia forma de ser, homologándolos como dos figuras de distinta generación unidos por un mismo código genético cultural, hecho que remarca precisamente esa imposibilidad comunicativa.

La falta de comunicación por parte de Kyohei se extiende hacia todos los lados hasta permear también su relación con su esposa, Toshiko. Aunque en el centro de su experiencia compartida no haya nada similar a esa herencia cultural, sí que parece materializarse esa presencia ineludible que, en lugar de presentarse en la forma de Junpei, acoge la forma de un vacío que difícilmente pueden ignorar. La tradición parece ser lo único que les permite seguir adelante con ese universo de incomunicación, elemento que se configura simultáneamente como consuelo —los viajes al cementerio para rememorar al hijo— y carga —todas las presuposiciones ligadas a la narrativa tradicional hegemónica—. Son los abismos que se abren entre personajes una nueva concepción de la presencia ineludible, un algo incómodo que fundamenta los callados choques que se dan en contadas ocasiones en Still Walking.

La tristemente fallecida Kirin Kiki en el papel de madre, uno de los personajes más complejos de la película.

En un momento dado, cuando padre, hijo y nieto caminan hasta la playa, la cámara descansa sobre un barco encallado en la orilla. Aparece como proyección simbólica de lo inamovible e inmutable, de algo que permanece ahí indefinidamente, como si lo hubiesen dejado a su suerte, desatendido. En el centro de Still Walking habita un abandono que se magnifica en esa fascinación por lo tradicional, por lo repetido e inflexible. Precisamente por esa obsesión con no dejar atrás las cosas uno pierde la oportunidad de formarse a sí mismo con el tiempo y quizá de endurecerse como un callo, sí, pero siempre con la oportunidad de relocalizar ese avance y ese progreso propio hacia lugares más felices. La vieja casa de los padres es un espacio donde el tiempo apenas ha pasado. Es, en ocasiones, un tierno viaje a la infancia, pero generalmente la atmósfera cristaliza en una profunda incomodidad, sintomatología de los axiomas cortados, de las sinapsis interrumpidas.


MUÑOZ GARNICA, M. (2022). Hirokazu Koreeda. Madrid: Cátedra.

 

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