Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

Solos en casa: Reseña del episodio 14 de El joven Sheldon

El joven Sheldon vuelve después de unas pequeñas vacaciones de un mes en el que se ha echado de menos. El episodio decimocuarto, «Ensalada de patatas, un palo de escoba y el whisky de papá», ha vuelto con el mes de marzo, lleno de la genialidad que lo caracterizaba antes de su breve ausencia.

El argumento de desencadena a raíz de la propuesta que el sacerdote de la parroquia a la que asisten los Cooper hace a Mary de encargarse de la misma en distintos aspectos para sustituir a quien se encargaba de ello hasta entonces. A Mary, que ya en episodios anteriores mostró su interés por gozar de cierta independencia económica, así como de realizarse laboralmente, le resulta imposible disimular lo mucho que le ilusiona la oferta de trabajo, que no podía encajar mejor con su perfil (resulta graciosa la descripción de tareas que tendrá que realizar, y el modo exaltadamente ilusionado en que la expone a su marido). No obstante, Mary se encuentra con el más que frecuente problema en nuestra sociedad de compaginar la vida laboral con la familiar. «¿Qué va a hacer con sus mellizos cuando salgan de colegio?» es la pregunta del millón. En primer lugar, recurre, confiada, a la abuela (como tantos padres hacen en nuestros días). Pero, como también hemos venido señalando en comentarios de episodios anteriores, Meemaw es una abuela nada convencional y no duda ni un segundo en rechazar la «oferta» de pasar las tardes con sus adorados nietos. Como dice a Mary, aunque los quiere mucho, también le encanta el helado y no se pasa varias horas comiéndolo cada tarde. Si no la conociéramos ya, nos parecerían excusas malas las que da a su hija: tiene clases de aeróbic acuático, de salsa y participa en un campeonato de bolos (podemos verla con su equipación oficial incluso). Concluye su discurso de rechazo advirtiendo a Mary que, si no va dejando ser a sus hijos más responsables (para fundamentar su idea de que los deje solos en casa), los va a seguir criando como unos cobardicas.

No es que Mary quede convencida por su madre, pero el hecho de que su propio esposo coincida con ella (para sorpresa de todos, pues son más qeu evidentes y conocidas sus múltiples discrepancias) le hace pensar que quizá lleven razón y haya llegado la hora de dar una oportunidad a los mellizos de demostrar que pueden ser responsables (cosa que no deja de sorprender, teniendo en cuenta lo hiper-responsable que es Mary y que sus hijos solo tienen 9 años). Sobra decir que con George Jr. no cuenta Mary, entre otras cosas, porque pasa las tardes entrenando al fútbol (y si estuviera… sería casi peor, por lo que ya conocemos de él).

Una vez todo organizado, Mary pasa su primer día de trabajo en la parroquia, que está cuajado de momentos de humor ya desde su misma llegada a recepción, donde le recibe una vieja que fuma sin parar a pesar de su persistente tos, a la vez que mastica un chicle de nicotina para dejar de hacerlo, que no tiene reparo en sacar de su boca y enseñar a Mary. La tos no le evita, tampoco, llamar a voces (que parece imposible que provengan de los mismos pulmones que no paran de recibir humo de su cigarro y se quejan tosiendo) al párroco para preguntarle si puede atender a la nueva trabajadora. Cuando lo hace, somos testigos de nuevo de una escena cuya gracia se basa en la inversión de roles entre Mary y el sacerdote, ya que es él quien confiesa sus problemas matrimoniales a ella, a la vez que le pide consejos.

Mientras tanto, los mellizos demuestran formar un buen equipo, uno que nos recuerda al que hacen el Sheldon adulto y Penny en The Big Bang Theory: uno aportando orden extremo y conocimientos teóricos, y la otra sentido común y práctico para la resolución de problemas cotidianos. En concreto, Missy es capaz de quitar una astilla que Sheldon se clava en el dedo al coger el palo de la escoba. También son capaces de defenderse de la posible entrada de un intruso en la casa usando el extintor de incendios, aunque, una vez «el invasor» se limpia la espuma que cubre su rostro, descubrimos que no era otra que la abuela, que quiso comprobar cómo iba la cosa antes de irse a su partido de bolos.

Pero, en cualquier caso, todo salió bastante bien y, aunque Mary huele a whisky al llegar a casa, no era sino del usado para la esterilización de las pinzas que Missy usó para sacar la astilla a su hermano. Encuentra, pues, todo en orden en su hogar, con los pequeños viendo tranquilamente la televisión y sintiéndose héroes por un día, al menos, demostrando formar así un gran equipo sumando sus distintas cualidades.  

 

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