Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para ver ‘Lo que hacemos en las sombras’

En la industria audiovisual pocas cosas parecen estar más claras que la idea de que si algo funciona, no debes cambiarlo. Si un tipo de personaje hace gracia, llévalo de sitcom en sitcom con diferentes nombres y peinados; si un giro al género le ha caído bien al público, explótalo como si lo hubieras inventado tú; si hay códigos reconocibles y que tienen éxito, juega a recompensar al espectador que los detecta y perpetúa. En parte, esto es lo que ha pasado con un título que primero fue cortometraje (2005), después largo (2014) y que ahora vemos en formato serie de televisión: Lo que hacemos en las sombras (HBO España, 2019; originalmente What We Do in the Shadows, distribuida en EEUU por FX). El resultado, sin embargo, no es una comedia más, ni una historia de vampiros más. Es una locura deliciosa que al principio se mira casi con sonrojo, y que termina disfrutándose a carcajada limpia si una se deja llevar. Es cierto que me he resistido, pero ahora tengo al menos estas cinco razones para recomendarla.

1) Su humor más que gamberro en tiempos de corrección política: Cuando cada día tenemos más miedo a decir, escribir o incluso dibujar según qué cosas, los personajes de Lo que hacemos en las sombras se permiten barbaridades hilarantes como seres que están fuera de contexto en la vida urbana estadounidense de nuestra era. Con siglos a sus espaldas, Nandor, Laszlo y Nadja se encuentran en Staten Island (Nueva York) como peces fuera del agua, y sus observaciones sin edulcorar así lo demuestran. Como espectadora algo cansada de los vampiros seductores (ellos) y las víctimas lánguidas (ellas), reconozco regocijarme especialmente en los exabruptos feministas radicales de la única mujer que vive en una casa llena de tipos que, con o sin capa, no son más que machos de los de toda la vida.

2) Su ironía auto-referencial: Cuando otras comedias nos han mareado ya con los códigos visuales del mockumentary, y cuando varias películas y series han intentado actualizar las narrativas vampíricas clásicas, llega esta serie, se toma a sí misma a risa y hace que todo funcione. Aquello de la cámara en mano, los gazapos que hacen visible de pronto a un miembro torpe del equipo documental, los planos que se desenfocan unos segundos, los elementos anacrónicos en el set… El creador de esta propuesta, Jemaine Clement, lo funde todo y consigue que fluya. La serie parece a ratos una producción de serie B con vestuario cutre y maquillaje barato, y a ratos una entrevista magistral con un actor que, de tanto hacer de Drácula, ha acabado por volverse tarumba. No me pregunten cómo, pero al final todo encaja.

3) Su subtexto crítico: A primera vista, la versión episódica de Lo que hacemos en las sombras no es más que un divertimento para irreverentes del género gótico. Si le prestamos atención, sin embargo, podremos apreciar su ácida visión del imperialismo y sus violencias (la banda vampírica tiene la misión de conquistar el mundo, y está a puntito de lograrlo: ya tiene dos calles de Staten Island); la explotación de clase (el “familiar” de los vampiros, Guillermo, tiene ambiciones de eternidad, y acaba siendo un empleado doméstico pisoteado y mal pagado); la erotización y abuso de jovencitas vírgenes (Nadja le da la vuelta, transformando a una tímida víctima en una vampiresa feroz); las relaciones tóxicas (Colin, que no chupa la sangre, sino la energía a base de aburrir al personal, es una creación magistral); la estasis que provoca la burocracia (impagables las escenas de la troupe en los plenos del Ayuntamiento); etc. Como toda buena comedia, se ríe de su propia narrativa, pero también de muchas cosas más.

4) Su riqueza intertextual: Como no podría ser de otra manera en la era de la convergencia y la transmedialidad, Lo que hacemos en las sombras viene directamente de productos audiovisuales anteriores –el corto y el largo ya mencionados– y se proyecta en varias direcciones para dialogar con muchos más. Si la referencia a Bram Stoker es casi continuada (para hacer con ella todo tipo de bestialidades, por cierto), y si se menciona explícitamente a «mordedores» populares como Tom Cruise en Entrevista con el vampiro (1994), también están presentes en el guion títulos menos solemnes como Jóvenes ocultos (1987), que nos trajo vampiros adolescentes mucho antes que la melosa –y también referenciada por Clement y sus guionistas– saga Twilight (2008-2012) o la rompedora serie Buffy, Cazavampiros (The WB, 1997-2003). El efecto recompensa para el público aficionado tanto al gótico clásico como al neogótico en sus diversas formas está garantizado.

5) Sus cameos: Cualquier oportunidad de ver a Tilda Swinton debe ser aprovechada, por breve que sea. Hay otras apariciones estelares, especialmente en el séptimo episodio de los diez que de momento tenemos disponibles, pero solo por Swinton merece la pena acercarse al particular universo de Nandor el Implacable y sus extravagantes compañeros de piso. Háganlo.

 

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