Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

5 razones para ver «The Kingdom I & II» y «The Kingdom: Exodus» (ARTE & Denmarks Radio, 1994-1997; 2022)

En este 5 razones, invocamos a una de las personificaciones del concepto «controversia». Su humor y sus bromas acerca de «entender a Hitler» en una conferencia de prensa provocó que fuera considerado persona non grata en Cannes durante 7 años. Su sistema de dirección ha provocado que celebridades como Björk —protagonista de su Dancer in the Dark (2000)—, Nicole Kidman o Paul Bettany —con quienes trabajó en Dogville (2003)— lo hayan vetado e incluso le hayan acusado de acoso sexual —tema que ha quedado en terreno de nadie, aunque los datos no parecen dejar en muy buen lugar al director—. Sus películas plantean uno de los acercamientos más aterradores al concepto del mal —Antichrist (2009) o  The House that Jack Built (2018)— y proponen maneras extremadamente sensibles de lidiar con las enfermedades mentales —Melancholia (2011)—, todo siempre en el generoso marco de la autoficción. En este 5 razones, decía, invocamos a Lars von Trier. ¿Con qué motivo? Pues para hablar de las tres temporadas de The Kingdom (ARTE & Denmarks Radio, 1994-1997; 2022).

Su historia nos lleva a un peculiar hospital danés en el que comienzan a suceder fenómenos que se escapan de toda lógica racional. Pero ¿por qué explicarlo yo cuando la propia serie te propone una introducción tan célebre e intrigante como esta?:

El Hospital Reino descansa sobre tierras pantanosas, cuyas aguas habían servido para lavar ropa. Aquí se blanqueaban grandes cantidades de ropa y el vapor que desprendía la ropa mojada envolvió el lugar en una niebla permanente. Siglos después, se construyó el hospital aquí. Los blanqueadores dieron paso a médicos e investigadores, las mentes más privilegiadas de la nación y la mejor tecnología. Para enaltecer su trabajo, llamaron al hospital El Reino. Ahora la vida se planificaría y la ignorancia y la superstición no volverían a hacer temblar los pilares de la ciencia. Quizá crecieron demasiado su arrogancia y su insistente negación de lo espiritual. Es como si hubieran vuelto el frío y la humedad. Signos de cansancio aparecen en el sólido y moderno edificio. Ningún vivo lo sabe aún, pero el Reino va a reabrir sus puertas.

Proponemos aquí 5 razones por las que introducirte en la extravagante psique del genio y diablo Lars von Trier no es una tan mala idea como pueda parecer en un principio.

La Sra. Drusse (Kirsten Rolffes) en una de las escenas en las que contacta con el más allá.

1. El surrealismo de sus personajes. Ya sea a través de una mujer que finge una enfermedad para poder entrar en el hospital y contactar con espíritus o a través de un médico que desarrolla una relación afectivo-emocional con su hepatocarcinoma, pasando por supuesto por una buena dosis de suecos xenófobos, interinos «zombis» y bebés con hidrocefalia, los personajes de las tres temporadas de The Kingdom conforman un fresco maravilloso que permite al espectador regocijarse en los vaivenes absurdos de una historia que poco se esforzará por tratar bien a sus protagonistas. Y es que la magia de Lars von Trier no solo radica en unas premisas que pueden horrorizarte o maravillarte a partes iguales, sino que también insufla vida a sus proyectos a través de un plantel de caracteres que, representen o no arquetipos, ahondan en el espíritu de lo humano sin demasiados tapujos. Suyos son algunos de los personajes más salvajes y con mayor ausencia de remordimientos de la historia del cine. Algo de eso sangra en la concepción de esta serie, incluso si estamos hablando de una época algo temprana en la obra del autor para este tipo de cosas.

2. Los inicios del Dogma 95. Como bien indica el marbete, este movimiento vanguardista nació en 1995, esto es, un año después del estreno de la primera temporada de The Kingdom. Sin embargo, ya vemos varios indicios de que el proyecto iniciado por Thomas Vinterberg y el propio von Trier tuvo sus momentos iniciales en la concepción de esta serie, en especial las dos primeras temporadas, pues ya la tercera se estrena en una época en la que el Dogma ha caído por su propio peso. Quizá no cumpla con algunos de los «votos de castidad» del movimiento, como no usar efectos ópticos o filtros, pero los fundamentos, como que los rodajes se lleven a cabo en localizaciones reales, que se ruede cámara en mano o que la iluminación sea lo más natural posible, ya están presentes en prácticamente cada uno de los planos que conforman la totalidad de la serie. De esta manera, aquí hay otra razón para verla: supone un documento de capital importancia para contextualizar de forma satisfactoria uno de los movimientos cinematográficos más relevantes y vanguardistas de la historia.

Ernst-Hugo Järegård —habitual de Von Trier— y Peter Mygind interpretan a Stig Helmer y a Morten ‘Mogge’ Moesgaard, respectivamente.

3. Lo autorreferencial de su estilo. Son casi 25 los años que separan el estreno de la segunda temporada de la tercera. Durante ese período, se han concebido nuevas generaciones de cineastas, la tecnología para llevar a cabo las películas ha cambiado en prácticamente todos sus aspectos y, más importante, el propio Lars von Trier ha cambiado radicalmente su estilo. Lejos quedan los preceptos del mencionado Dogma 95. Desde Antichrist (2009), el director se ha enfrascado en un nuevo modelo de cine que responde más a cuestiones hiperestéticas y no tanto a un conseguido realismo. Cámaras lentas, efectos especiales, cambios de color a blanco y negro, programas informáticos que mueven las cámaras sin intervención directa de un ser humano. Su estilo ha virado en una dirección notablemente distinta a las películas que hacía en los 90 y principios de los 2000. Así pues, la revelación que se nos muestra al comienzo de la tercera temporada, sin entrar en terreno spoiler, vale oro en tanto que nos muestra a un director que es plenamente consciente de este viraje y lo enfatiza con una inteligente yuxtaposición de aquello que lo hizo grande antes y que lo hace grande ahora. Además, supone un documento fantástico para trazar las influencias del propio von Trier. Vemos a Bergman y vemos a Tarkovsky, este último hasta tal punto que la gente ha bromeado diciendo que The Kingdom vendría a ser algo así como Grey’s Anatomy (ABC, 2005-) si esta estuviese dirigida por el director ruso. Sin embargo, el eco principal viene por parte de la Twin Peaks (1990-1991; 2017) de David Lynch, con la que traza unos paralelismos que no solo se quedan en lo estrictamente estilístico, sino que también en su extraña concepción estructural en lo que respecta a sus estrenos: tres son las temporadas que conforman ambas series y 25 años, aproximadamente, son los que separan los estrenos de la segunda y tercera temporada en ambos casos. ¿Envidia o motivación, por parte de von Trier? Quizá ambas.

4. Su sorprendente talante cómico. Quizá a los que ya hayan visto The Boss of It All (2006), firmada por el propio von Trier, no se sorprende tanto de esto que voy a decir, pero que The Kingdom se enmarque en unas coordenadas que de forma tan prístina exploran la comedia de las situaciones que se generan es un rara avis notable dentro de la filmografía de su director. Se podrá argumentar que algunas de sus últimas películas plantean también ciertos toques humorísticos, como puede suceder en The House that Jack Built (2018), pero el humor desplegado en estos productos responde a una naturaleza mucho más autorreferencial, irónica y profundamente egoísta. El tipo de chistes y practical jokes que se desvelan en The Kingdom parecen concebirse en un universo mucho más anclado a la comedia comercial, aunque siempre concebida dentro de un macabro absurdo que le aporta esa dosis de originalidad que tan peculiar la hace.

«¡Escoria danesa!», grita Helmer Jr. en honor a su padre a cada oportunidad que tiene, se convierte en la frase estrella de la serie.

5. Y su innegable gusto por la tragedia. Ya en 1988 con el estreno de su Medea —escrita para televisión por uno de sus ídolos absolutos, Carl Th. Dreyer, y protagonizada por el siempre fantástico Udo Kier— von Trier mostró una cierto gusto por la tragedia clásica. En gran medida, muchas de sus películas también demuestran una influencia notable por el mundo de lo eminentemente trágico. Su Melancholia (2011), por ejemplo, nos ofrece una revisión del, ya considerado hoy en día, mito de Ofelia a través de la deprimida e inconsolable Justine, interpretada por Kirsten Dunst. En The Kingdom, el gusto por lo trágico, más allá de todas aquellas desgracias que le suceden a los protagonistas, viene a través del establecimiento de un coro griego conformado por dos lavaplatos que comentan todo aquello que va sucediendo en el hospital. En las primeras dos temporadas, el coro está formado por dos simpáticos personajes que llevan a cabo su labor de forma ejemplar mientras conjeturan acerca de lo que sucederá en el futuro de la serie. Sin embargo, en la tercera, uno de esos componentes humanos se ha sustituido por una máquina parlante no muy dispuesta a trabajar de lavaplatos. Tal vez un comentario acerca de cómo cambian los tiempos o, simplemente, una de las rarezas tan suyas de von Trier.

«What relish is in this? How runs the stream?», se pregunta Sebastian al final de la primera escena del cuarto acto de la Twelfth Night de Shakespeare al ver como Olivia, en un arranque de pasión, le confiesa algunas cosas que no debería. Eso mismo me pregunto yo cada vez que terminaba un capítulo de la serie que aquí nos ha ocupado: ¿qué tendrá von Trier en la mollera? Sea como fuere, lo que le ocupa el pensamiento debe ser verdaderamente interesante y entretenido como para que nos ofrezca estos mundos donde conviven la humildad y el egocentrismo, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Es un juego de binarios en el que nada avanza por donde acostumbran a avanzar los personajes y sus tramas. Entrar en The Kingdom puede no parecer sencillo, pero una vez entras en su juego, su humorismo y sus extravagancias resultan altamente satisfactorias. Eso sí: si quieren entrar al mundo del Reino, solo hace falta tener en cuenta que vais a presenciar una cópula del bien con el mal.

 

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