Apropiación y práctica interpretativa: «Picnic at Hanging Rock» (2018)
En 1967 aparecía publicada la novela de Joan Lindsay Picnic at Hanging Rock, en ella, la escritora australiana relataba la misteriosa y no resuelta desaparición el 14 de febrero de 1900 de tres alumnas y una profesora de la Appleyard School durante una excusión a Hanging Rock. Una historia narrada magistralmente en la que Lindsay no solo pone en escena lo acontecido en los momentos previos a la excursión o describe la vida de los personajes en la escuela Appleyard sino que propone al lector una libertad interpretativa acerca de la desaparición de las muchachas. Así, la multiplicación de los puntos de vista de los protagonistas del caso (estudiantes, profesoras, policías, vecinos, habitantes de la comarca, prensa) implica una multiplicidad de versiones ofrecidas al lector a modo de mind game y, por tanto, también implica la toma de decisiones del espectador respecto al hecho. En definitiva, la novela de Joan Lindsay es una magnífica muestra de práctica interpretativa en la que la posible realidad y la ficción se entremezclan, se superponen y se desdibujan; algo que deja claro la autora: «el lector tendrá que decidir por sí mismo si Picnic en Hanging Rock es una historia real o ficticia. En cualquier caso, semejante cuestión parece no revestir demasiada importancia, dado que el fatídico picnic tuvo lugar en el año 1900, y los personajes que aparecen en este libro llevan mucho tiempo muertos». Una perturbadora aclaración incorporada en la cultura popular australiana que da interpretaciones varias sobre el hecho (suicidios, violaciones, desaparición premeditada, abducción extraterrestre) en una mezcla de X-Files y Cold Case recogidos tanto en la película de 1975 dirigida por el australiano Peter Weir como en la miniserie de 2018 producida por la también australiana Freemantle Media International.
Tal como comenta Julie Sanders en su imprescindible texto Adaptation and Appropriation, una de las principales características de la apropiación reside en la construcción por parte de guionistas y directores de puntos de vista alternativos, de prácticas interpretativas que conducen también a prácticas narrativas interconectadas. Esta definición se ajusta de manera espectacular a Picnic at Hanging Rock de tal modo que resulta imposible separar la película de la novela, y la miniserie, de la novela y la película. Las tres seguirán una estructura asimilable a un thriller, es decir, a la resolución (o no) de un misterio desarrollado aparentemente en tres actos canónicos: la excursión de las alumnas y los personajes con los que se encuentran, la búsqueda de las desaparecidas y las consecuencias para los personajes del no-cierre del caso. Sin embargo, la propuesta de Weir (director de The Truman Show, The Mosquito Coast, Dead Poets Society o Master and Commander, entre otras) y de la canadiense Larysa Kondracki (directora de The Whistleblower y de episodios de series como Gotham, Better call Saul, The Americans, The Walking Dead, Legion o Halt and Catch Fire) van a diferir en la selección de los elementos de la novela de Lindsay pero compartiendo un respeto absoluto a su esencia.
La propuesta de Peter Weir juega con la dualidad realidad-ficción. Desde el primer momento se nos avisa de que probablemente estemos dentro de un sueño de tal modo que Picnic at Hanging Rock construye una estructura basada en la elipsis, en el fuera de campo entendido como todos aquellos elementos eliminados de la visualización pero cuyas acciones pueden ser reconstruidas por el espectador. Weir sugiere y el espectador imagina. Un fuera de campo que sirve igualmente para la construcción de lo misterioso, de la otredad que se oculta (o no) en esa mole prehistórica que es capaz de paralizar los relojes (y, por tanto, el tiempo) y que se llama Hanging Rock. Un espacio de misterio y hostilidad que seduce (¿o quizá abduce?) a las alumnas Miranda Reid como centro gravitatorio de la historia, Irma Leopold y Marion Quade y a la profesora semiesotérica Miss Greta McCraw, y que condicionará para siempre las vidas de las personas que estuvieron ese día en la montaña (Michael Fitzhubert, Albert Crundall), investigaron el caso (el inspector Bumpher) o permanecieron en la academia (Sara Weybourne, Edith y la directora Appleyard) congelando, en cierta medida, su tiempo personal. Un espacio laberíntico que, a través de la planificación, la música, la mirada en off y la gestualidad de las alumnas perdidas abandona su fisicidad para transformarse en un espacio onírico y en el lugar de las hipótesis del espectador.
Con un tremendo respeto —y un indudable homenaje— al film de Peter Weir y al texto de Lindsay, la miniserie Picnic at Hanging Rock va a mostrar en seis episodios la historia del misterio de la montaña de una manera más realista por decirlo de algún modo; algo evidente ya que el medio en el que se inserta es diferente tanto en formato como en duración. Así, el guion firmado por la dramaturga Beatrix Christian y Alice Addison introduce al espectador al mundo y la cotidianeidad de la Appleyard School regentada por la despótica Hester Appleyard (Natalie Dormen), una mujer recién llegada a Australia y con un pasado turbulento y hampón del que forma una parte esencial su marido-protector-¿proxeneta? Arthur; un personaje rememorado constantemente en la novela aunque no con estas características. La evidente licencia que hace avanzar la trama de Hester y dibuja su tremenda sordidez sirve en la miniserie para mostrar el ambiente político de Australia en pleno movimiento de creación de la Conferederación colonial de semiindependencia frente al Imperio Británico y para subrayar el papel de este país como colonia de deportación de prisioneros al que también se desplazaban personas perseguidas o que deseaban ocultar su identidad por motivos legales fueran del tipo que fueran. El pasado de Hester se refleja en su trato con las alumnas de la Appleyard School y sus profesoras. Una línea argumental parcialmente elidida en la película, presente en la novela de Lindsay y lógicamente extendida en la miniserie.
De este modo, e independientemente del misterio de la desaparición de las jóvenes y de la utilización de argumentos presentes en la novela y que afectan esencialmente a los personajes masculinos (Michael Fitzhubert, Albert Crundall), a las alumnas de la escuela (Edith y Sara) ya las profesoras (Dianne de Poitiers, Dora Lumley), Picnic at Hanging Rock se sustenta en la critica del sistema educativo represor de la época ejemplificado en la escuela Appleyard. Así, a lo largo de la investigación del caso, la miniserie muestra las relaciones de amistad/sororidad no exenta de una atracción sexual entre las tres jóvenes desaparecidas ampliando los backstories y personalidades de cada una de ellas extendiendo las informaciones suministradas por la novela. Miranda Reid (Lilly Sullivan) ya no será esa diosa venerada, ese «ángel de Botticelli» idolatrada por todos, sino una joven perteneciente a una familia de potentados granjeros y criada en un entorno masculino que le impide dedicarse a hacer/ser lo que a ella le gusta: el contacto con la naturaleza y la gestión del patrimonio familiar que destestan sus hermanos. Irma Leopold (Samara Weaving) es la rica heredera que se comporta de manera extravagante no tanto para llamar la atención como para mostrar su vacío personal que suplen sus dos compañeras de la escuela y su «salvador» Michael Fitzhubert quien solo busca su amistad. Finalmente, Marion Quade (Madeleine Madden) es una joven intelectualmente brillante que descubre su identidad sexual en la escuela, una identidad que debe ocultar/ser ocultada.
En definitiva, el sistema educativo es un corsé —no es gratuita la utilización de esta palabra— de tal manera que Picnic at Hanging Rock sugiere dicha situación opresiva como el principal motivo de la desaparición de las tres alumnas (y la profesora de arte) el día de San Valentín. Una represión que convertirá a la díscola y creativa huérfana Sara Weybourne (Inez Curro) en el crisol perfecto donde se proyectan y focalizan todas las deficiencias de un sistema castrador. O, si se prefiere, las ansias de conversión de Australia en un país independizado de la urbe como signo de cambio y de rechazo de lo caduco se trasladan a la escuela Appleyard, como metáfora de lo más rancio del Imperio donde la creatividad y la modernidad es castigada. Una modernidad personificada en tres mujeres jóvenes que buscan (o encuentran, depende de cómo se mire) la invisibilidad para un sistema social obsoleto.
Como se ha comentado al inicio de este post, tanto la producción de Peter Weir como la miniserie dirigida por Larysa Kondracki ofrecen prácticas interpretativas en torno a Picnic at Hanging Rock de Joan Lindsay sin romper ni su estructura ni su esencia. Mientras la película —que precisa de unos cuantos visionados para poder apreciar su elaborada puesta en escena y sofisticación— apela directamente a la imaginación del espectador, la miniserie combina hábilmente la descripción de los acontecimientos desde mútliples puntos de vista; una forma caleidoscópica perfectamente utilizada en la novela a la que las guionistas añaden conflictos dramáticos que hacen evolucionar las acciones previas o posteriores a la desaparición en la montaña de Hanging Rock. Dos narrativas estéticamente diferenciadas que tienen en común la necesidad de participación activa de las audiencias. Y también tienen en común la procedencia de sus creadores . Y es aquí donde debemos poner en valor la miniserie Picnic at Hanging Rock como muestra de la ficción televisiva australiana más reciente que combina la calidad de sus producciones con la comercialidad de sus argumentos, unas historias que cumplen a la perfección con las políticas culturales del país y su cuota de financiación a aquellas historias que desarrollen «contenidos australianos». Un proceso de dinamización industrial y creativo semejante al que ha provocado el auge y la consolidación de las ficciones danesa o islandesa como representantes del llamado «nordic noir» y que en la última década ha dado producciones tan interesantes como Please like me (2013-2016), The Kettering Incident (2016), Secret City (2016) o la más que magnífica y reciente Stateless (2020). Una ficción que reivindicamos y de obligado visionado.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.