«Beau Is Afraid» (Ari Aster, 2023): la pesadilla de la paranoia
A nadie sorprende a estas alturas que el terror es un género de capa caída. Cuando aparece en cartelera una película de terror, uno ya sabe a qué atenerse: personajes con pocas luces, jumpscares a tutiplén y tramas insulsas que llevan por bandera el agujero de guion. Si hay algún monstruo en ella, esperamos que revelen su diseño en los primeros treinta minutos; si hay un grupo de protagonistas, sabemos quiénes morirán y en qué orden. En los últimos años, el género se ha transformado en una evolución lógica, con mayor presupuesto, del cine slasher y la serie B, las variantes más gore y morbosas del cine de terror. Si bien en su época tenían un encanto especial y escandalizaban a una sociedad todavía sensible a la sangre y la violencia, en la actualidad es un ejercicio puro de morbo que se compone mayormente de errores (y algún que otro acierto). Su público es la audiencia joven y sus ambiciones, muchas veces nulas.
En este contexto surgen varios autores que, con sus obras, han revitalizado el género en años recientes. Los nombres de Jordan Peele (Get Out, 2017; Us, 2019), Robert Eggers (The Witch, 2015; The Lighthouse, 2019) y Ari Aster (Hereditary, 2018; Midsommar, 2019) comienzan a ser reconocidos hasta el punto de que los tres han dirigido películas de alto presupuesto como últimas iteraciones en su filmografía. Todos ellos fracasos, pero también apuestas por parte de productoras y recordatorios de que todavía hay gente preocupada por la salud del género de terror. Y es que tanto Peele como Eggers y Aster vuelven a las raíces del género, a la vertiente psicológica y la crítica social.
Aproximémonos así a la última obra de Ari Aster, a la espera de que Eggers y Peele regresen al terror. Beau Is Afraid es un salto de fe de su director y las productoras que lo apoyan: 35 millones de dólares como presupuesto, el respaldo de la siempre destacable A24 y un metraje de tres horas de duración. El ritmo es pausado; el tono, meditativo, y la atmósfera, surrealista. El fracaso en taquilla estaba asegurado. Sin embargo, cuando uno entra en su juego, la última cinta de Ari Aster ofrece una experiencia inigualable. Que este artículo sirva de recomendación para cualquiera que quiera experimentar la cara más interesante del terror actual.
Beau Is Afraid es, en su premisa, una película sencilla. Su propio título encapsula su núcleo: Beau Wassermann (Joaquin Phoenix) es un hombre tranquilo, pasivo, que tan solo ve trastocada su calma por un problema: tiene miedo a todo y a todos. Evita las relaciones interpersonales, siente una ansiedad social que lo impele a refugiarse en casa y hace una montaña de una mota de polvo. Es, a todas luces, un hombre dominado por la paranoia. Ari Aster parte de este único rasgo para explorar la psique de Beau en un ejercicio de cruda vivisección. Las situaciones que vive el protagonista de principio a fin no son sino hipérboles de su realidad, a cuyo fin emplea el director la técnica del surrealismo, si no realismo mágico. «¿Qué es lo peor que podría pasar en este momento?», parece preguntarse Beau, y el espectador es partícipe de una escenificación de sus mayores miedos. Un apuñalamiento en mitad de la calle, la invasión de su casa por parte de todo un barrio de maleantes, la muerte grotesca de un familiar, la experiencia cercana a la muerte por el simple hecho de tomar una pastilla… Nada de esto tiene valor en sí mismo; es la dirección y el montaje quienes protagonizan la tensión que domina toda la cinta. Aster se reapropia del mejor Darren Aronofsky y aprende de sus escenas más cargadas de suspense y ansiedad (especialmente en Requiem for a Dream [2000] y mother! [2017]) para brindar una experiencia agónica durante tres horas. Como el mejor cine de terror, Beau Is Afraid no quiere mostrarnos la paranoia; quiere que la sintamos en nuestras carnes.
Nada en la cinta responde a redundancias; cada nueva escena explora una faceta específica de la psique de Beau. Las tres partes en que se divide la cinta organizan el examen del personaje: la primera muestra el contexto físico y emocional en que se sitúa Beau, un cúmulo de ansiedades y peligros a pie de calle; la segunda pone a Beau el objetivo de acudir a un funeral y cómo defrauda las expectativas de todo el mundo involuntariamente; la tercera, finalmente, profundiza en la relación de Beau con su madre, sus miedos más arraigados y el origen de su paranoia. En el midpoint de la película, como puente entre la segunda y tercera partes, se introduce una sección de 12 minutos cuyo apartado técnico y visual lo destaca de cualquier otro momento del metraje: una colaboración de Ari Aster con, casualmente, Joaquín Cociña y Cristóbal León, de los que hablamos el mes pasado como auténticos maestros del stop motion actual. Es un refinamiento de la técnica de los dos artistas que eleva su capacidad con el stop motion a nuevas cotas, difícilmente alcanzables sin su inventiva y capacidades. Es la constatación de Beau Is Afraid como una película, paradójicamente, sin miedo a experimentar para sumergir al espectador en un trance. Si el cine es, según investigadores como Ramon Carmona (Cómo se comenta un texto fílmico, 1991, 40), un sueño controlado por la posibilidad de salir de la sala en cualquier momento, Ari Aster es un hipnotista capaz de inducir al onirismo más creíble.
Hablar de Beau Is Afraid sin mencionar a Joaquin Phoenix es, como suele ocurrir con el reconocido actor, un error. Heredando aquel cambio de voz que tuvo que forzar para interpretar al Joker en la película homónima de Todd Phillips, Phoenix dota a Beau de una fragilidad casi infantil. Hace de su personaje un hombre doliente y empático; no se excede en su miseria ni enaltece sus mejores virtudes. Tan solo en las escenas finales, cuando Beau alcanza el punto de ruptura, se permite Phoenix una descarga de emoción.
Antes he elogiado la dirección y el montaje, mas no la cinematografía. Pawel Pogorzelski es, como Hoyte van Hoytema para Christopher Nolan o Roger Deakins para Sam Mendes y Dennis Villeneuve, el director de fotografía fetiche de Ari Aster. Presente desde su primera hasta su última película hasta el momento, Pogorzelski dota a las obras del director un ambiente de sueño lúcido nunca antes tan presente como en esta obra. Gracias al presupuesto y al tono de claro realismo mágico, tanto Aster como Pogorzelski pueden dar rienda suelta a las escenas más oníricas de sus bibliografías. La escala de la producción permite saltar de escenario en escenario de manera orgánica y todo adquiere una textura irreal pero creíble.
Las virtudes de Beau Is Afraid son inagotables. Cautivan durante tres horas por su extrañeza y dejan huella por su excelso tratamiento de la paranoia. Pocas obras existen actualmente capaces de capturar con tan buena mano un tema tan actual como la ansiedad, y muchas menos llegan a inducir en el espectador esas mismas sensaciones dentro del espacio fílmico. Sus tres horas de duración pueden echar para atrás y, en ocasiones, notarse en exceso, y puede que su mensaje se haga comprensible ya en su primer tercio, pero lo que significa la cinta para su género es más que la suma de sus partes. Recomendamos desde Rirca Beau is Afraid porque, más allá de sus evidentes aciertos, cristalizan un tipo de cine de terror que, esperamos, cree escuela.
Graduado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Titulado en el Máster en Lenguas y Literaturas Modernas (Estudios Culturales y de Género) y el Máster de Formación de Profesorado, ambos en la misma UIB. Apasionado por la cultura y yokotarado de corazón, salgo en busca de esas obras que remueven una parte de mi interior. Sea literatura, videojuegos, películas o series, todo puede ser un diálogo si se encuentra el verbo adecuado.