RIRCA recomienda: lo mejor de la técnica stop motion (I)
En un mundo dominado por el dúo Disney-Pixar y las ocasionales apariciones de Dreamworks en cartelera, la animación en 3D se ha convertido en la norma. Tan solo los estudios japoneses —con perdón de pequeños grupos occidentales como Cartoon Saloon— apuestan todavía por la, aparentemente, añeja animación en 2D. Si el estigma con esta técnica es prominente, más todavía resulta con el stop motion o animación en volumen, una técnica de animación vista siempre como complementaria antes que un formato a través del cual contar historias íntegras. Su dificultad de grabación comporta su mayor motivo de evasión por parte de tantos estudios: manipular objetos de tamaño variable que representan escenarios, herramientas y personajes para fotografiar cada ligero movimiento y así crear, como un negativo, una sensación de dinamismo.
A pesar de sus dificultades, las posibilidades del stop motion siempre han sido amplias; prueba de ello es la época iniciática del cine como medio artístico. De sobras conocidas son los elaborados diseños de producción que dieron lugar a secciones de stop motion en las obras de George Méliès (A Trip to the Moon, 1902), Willis H. O’Brien (King Kong, Merian C. Cooper y Ernest B. Shoedsack, 1933) o Jean Cocteau (Beauty and the Beast, 1946; Orpheus, 1950). Nacida como una técnica para crear efectos especiales de mayor envergadura, el stop motion recibió en los cincuenta y sesenta una reestructuración de la mano de un maestro de la industria: Ray Harryhausen, que, conmovido por el trabajo de O’Brien en la mentada King Kong de 1933, maravilló a la industria con su aportación en los efectos de The Beast from 20,000 Fathoms (Eugène Lourié, 1953), It Came from Beneath the Sea (Robert Gordon, 1955) y Jason and the Argonauts (Don Chaffey, 1963), de la que hablaremos más abajo. Con el avance de la técnica, surgieron variantes del stop motion: la puppet animation, con muñecos de trapo, y la claymation, con figuras de, generalmente, plastilina.
Con el auge de las series de televisión, los setenta acogieron en su haber numerosas ficciones televisivas con personajes móviles a través de la técnica stop motion. La expansión fue tal que el caso no solo se dio en los usuales países de habla inglesa (Trumpton, 1967; The Wombles, 1973-1975); también tuvieron cierta relevancia Japón (las producciones de Rankin/Bass) y Checoeslovaquia (las obras de Jan Švankmajer y la serie televisiva Pat & Mat, que inició en 1976 y sigue sumando episodios en la actualidad de manera irregular), entre otros países. Incluso Disney comenzaba a experimentar con la técnica.
Hallamos la época de transición del stop motion en los ochenta, donde se plantaron las semillas para las producciones más elaboradas de los noventa, aquellas que conocemos como el origen auténtico del cine en stop motion actual. La trilogía original de Star Wars (George Lucas, 1977; 1980; 1983) empleó la técnica para recrear las escenas de mayor dificultad arquitectónica a través de maquetas, y cintas de la talla de Raiders of the Lost Ark (Steven Spielberg, 1981), RoboCop (Paul Verhoeven, 1987) o The Terminator (James Cameron, 1984) incluyeron varias escenas que mostraban las nuevas capacidades del stop motion. Destacan en televisión las obras de Churchill Films (1986-1991), la famosa Pingu (1986-2000) y el mockumentary Creature Comforts (1989).
Los noventa supusieron el auge del stop motion con las inestimables aportaciones de Henry Selick y Tim Burton, algunas de manera individual y otras en conjunto; fueron ambos pioneros en el cine grabado íntegramente con la técnica stop motion. Con The Nightmare Before Christmas (Henry Selick y Tim Burton, 1993) y James and the Giant Peach (Henry Selick, 1996), el dúo inspiró a nuevos directores para la entrada del siglo XXI mientras experimentaban con la técnica: Corpse Bride (Tim Burton, 2005), Coraline (Henry Selick, 2009) y Frankenweenie (Tim Burton, 2012) son tanto herederas de sus obras anteriores como revitalizaciones del medio. No debe darse por sentada la importancia de Bob the Builder (1999-2009) en la configuración de un nuevo panorama del stop motion para el siglo XXI.
En las últimas dos décadas, el stop motion ha entrado en una era de tapadillos donde las cintas en stop motion no se publicitan con la ostentación que debieran y sus estrenos apenas alcanzan una o dos iteraciones anuales. Cohabitan con las creaciones ya mentadas de Burton y Selick dos estudios dedicados íntegramente a la técnica: Aardman Animations y Laika. El primero es responsable de las franquicias Wallace & Gromit y Shaun the Sheep, además de las producciones Chicken Run (Peter Lord y Nick Park, 2000) y The Pirates! In an Adventure with Scientists! (Peter Lord, 2012). El segundo, sin duda más prominente en la actualidad, tiene en su haber seis cintas desde 2009; debemos destacar la ya mentada Coraline y sus dos últimas cintas, que amplían en su complejidad las posibilidades del stop motion: Kubo and the Two Strings (Travis Knight, 2016) y Missing Link (Chris Butler, 2019). Además de estas cintas, existen proyectos íntegros en la técnica de la mano de creadores de renombre: Wes Anderson (Fantastic Mr. Fox en 2009 y Isle of Dogs en 2018), Guillermo del Toro con su reciente ganadora del Óscar a Mejor Película Animada (Guillermo del Toro’s Pinocchio, 2022) y Charlie Kaufman con la apabullante Anomalisa (2015), que trata de llevar la técnica a terrenos más adultos.
En estas dos entradas, visitaremos algunas de las obras más conocidas en el uso del stop motion y otras apenas comentadas en la industria. Nos dejamos en el tintero cintas tan fascinantes como Mary and Max (Adam Elliot, 2009) y Ma vie de Courgette (Claude Barras, 2016), pero esperamos que su mención sirva para animar a adentrarse en el nicho del stop motion y seguir de cerca sus nuevas iteraciones.
Aitor Fernández de Marticorena Gallego: La casa lobo (Joaquín Cociña y Cristóbal León, 2018)
En la década de los setenta, Chile se convirtió en un receptáculo de emigración alemana. Los remanentes del nazismo se instalaron en una pequeña comuna de Parral, la actual Villa Baviera, a la que bautizaron como «Colonia Dignidad». En ella comenzó a surgir un culto religioso bajo el mando del predicador luterano alemán Paul Schäfer, cuyo liderazgo se extendió hasta bien entrado el siglo XXI, cuando las autoridades chilenas enjuiciaron en 2006 a Schäfer y otros 26 miembros de la colonia por pederastia, torturas, vejaciones y asesinatos a miembros del culto. Se trata de uno de los episodios más angustiosos de la historia chilena reciente, un recordatorio de los peligros del nazismo y el culto extático.
La casa lobo es una cinta experimental nacida en Chile que hace de la Colonia Dignidad su trasfondo para transmitir el dolor de una superviviente ficcional del culto, la niña María, tras haber sufrido los abusos del predicador Schäfer. La lente fílmica es subjetiva: toda la historia se narra a modo de cuento infantil, donde María es Caperucita Roja y uno de los Tres Cerditos, y Schäfer, el lobo acechante de sendas historias. Los otros dos Cerditos son, en efecto, cerdos que María encuentra en su huida del culto y a los que convierte en hijos dentro de su imaginación. Este es el único refugio seguro de María; solo en su imaginación puede disociarse del trauma de sus vivencias en la Colonia Dignidad.
Toda la cinta transcurre en plano secuencia dentro de una casa abandonada donde María y sus cerdos tratan de sobrevivir al paso de los meses. Joaquín Cociña y Cristóbal León, directores de la película, emplean dos técnicas para transmitir el paso del tiempo y mantener, a su vez, la ficción de un plano secuencia: el dibujo con tiza y el stop motion. En lugar de buscar la credibilidad orgánica del estudio Laika o las obras de Tim Burton y Henry Selick, La casa lobo se adscribe a la corriente del stop motion que podríamos llamar «inacabada»; durante la realización de los fotogramas, los objetos se mueven, los muñecos cambian ligeramente de posición, las velas se consumen antes y los hilos no se eliminan en posproducción. Todo en la cinta camina sobre el valle inquietante, donde las imperfecciones en la técnica incomodan al espectador. Al rehuir de la banda sonora y emplear como baza la experimentación, acompañada de un diseño de sonido punzante, el realismo se resalta en contraposición con las imperfecciones y su resultado es una angustia constante. Las voces humanas, para más inri, son apenas susurros al oído, mientras que los cerdos emiten impactantes chillidos agónicos.
La estética inacabada del stop motion hace de su mezcla con dibujos en tiza una clase magistral en estética y diseño de producción. Los escenarios, a pesar de ser grabados tras las cámaras en una sola habitación, se transforman frente a los ojos del espectador para crear la ilusión de diferentes espacios. Un sillón puede convertirse en una mesa, una maceta en un cuadro y una persona, en una cama. Las figuras humanas se entremezclan en ocasiones con el escenario y, de sopetón, unos cuadros bien posicionados se superponen con dibujos en tiza para convertirse en un rostro tan expresivo como tétrico. La casa lobo abotarga los sentidos con sombras de formas veladamente reconocibles, espacios cambiantes, objetos en lugares incorrectos y humanos con textura de objeto.
Nos encontramos ante una cinta grotesca, sucia e inquietante. Su profunda plasticidad se hace táctil ante el espectador y lo sumerge en una atmósfera viciada de la que no parece haber salida. El stop motion no es un complemento; forma parte del ADN mismo de la experiencia y corre por sus venas como sangre enferma. Coagula en las retinas y graba a fuego una advertencia sobre el pasado del nazismo, de Chile y de la naturaleza humana. Porque también podría ser su presente.
Patricia Trapero: Jason and the Argonauts (Don Chaffey, 1963)
Sería totalmente injusto e ilógico en un post dedicado a la técnica del stop motion no referirnos a la aportación del maestro Ray Harryhausen. Este cineasta, nacido en 1920, realmente es el iniciador de los que ahora conocemos como efectos especiales y que ya consideramos como «normales» en las producciones cinematográficas contemporáneas —muchas de ellas grandes blockbusters, como es el caso de Avatar: the way of water— pero totalmente inusuales en la década de los cincuenta cuando empiezan a consolidarse los trabajos de Harryhausen. En ellos diseña mundos fantásticos y criaturas mitológicas inaugurando la conocida como dynamation como técnica compositiva de combinación de imágenes reales con maquetas, muñecos articulados y marionetas. Una perfecta combinación entre el stop motion y la retroproyección en un trabajo absolutamente artesanal. De esta manera, la revisión de los trabajos de Harryhausen nos permite ver a mujeres serpiente, cíclopes, luchas entre elefantes y tiranosaurios, cienpiés galácticos, estatuas de divinidades orientales con múltiples brazos que cobran vida, escorpiones y medusas gigantes, krakens, espíritus malignos, pulpos gigantes y una gran variedad de bestias fantásticas.
Todas ellas serán amenazas para los humanos en argumentos basados en mitos e historias del imaginario colectivo con producciones como The 7th voyage of Sinbad (1958), The Golden voyage of Sinbad (1973), Sinbad and the Eye of the Tiger (1977) o The Clash of Titans (1981). Y también lo serán como consecuencia de la intrusión de los humanos en un hábitat que no les pertenece como en The beast from 20.000 fathoms (1953) donde aparece la iconografía precursora de Godzilla, It came from beneath the sea (1955) o First Men in the Moon (1964). Y es que no podemos dejar de mencionar las palabras del propio Harryhausen quien confesó que el ir a ver King Kong (Merian C. Cooper y Ernst B. Schoedsack, 1933) con solo trece años, le decidió a dedicarse a crear monstruos para el cine, e incluso recrearlos casi nostálgicamente como es el diseño del mismo King Kong para el film-casi-remake Mighty Joe Young (Ernest B. Shoedsack, 1949) donde colabora con Willis O’Brien como director de efectos especiales consiguiendo un Oscar a los mejores efectos visuales. Como tampoco podemos dejar de mencionar la concesión del Oscar que lleva el nombre de Gordon E. Sawyer Award en 1991 a su trayectoria profesional, concedido por la comisión encargada de valorar los avances científicos y técnicos en la cinematografía.
Así, Jason and the Argonauts se sitúa en la primera variable que hemos señalado. El argumento no es otro que las fantásticas aventuras que le suceden a Jasón con los tripulantes del Argos en búsqueda del vellocino de oro. Este viaje se verá plagado de obstáculos que deben superarse y que son construidos por Harryhausen: desde la gigantesca hidra que en cierta manera custodia el paso hasta el vellocino hasta la persecución del monumental coloso de Rodas que quiere impedir que los argonautas lleguen a su destino final. Sobre todos ellos, destaca la lucha de los griegos con un ejército de esqueletos que cobran vida —que se rememoran en The Mummy, 1999— y que ya se han convertido casi en el icono del trabajo de Harryhausen. Solo por ello, el visionado del film es imprescindible. Pero también porque nos permite apreciar la incidencia de la experimentación de este autor visionario en cineastas contemporáneos como Steven Spielberg, Peter Jackson y su compañía Weta Digital —vendida en 2021 a la compañía de creación de videojuegos Unity Technologies —, Guillermo del Toro, George Lucas, James Cameron o Tim Burton, y también en productoras como Aardman, la factoría Henson o la mencionada Weta Digital Si ya el listado de criaturas fantásticas creadas por Harryhausen permite ver su contribución a la historia del cine, el visionado de cualquiera de sus películas ayudará a establecer el recorrido histórico de las técnicas de animación en stop motion y de su incidencia en la evolución de los efectos especiales en los productos audiovisuales
Nuria Vidal: Marcel the Shell With Shoes On (Dean Fleischer Camp, 2022)
El 2022 fue un año excelente para la animación. Desde grandes estudios como Pixar, Netflix Animation y, en especial, Dreamworks – que firman dos de las mejores películas de animación del año, Puss in Boots: The Last Wish y The Bad Guys – hasta films de autor como Pinocho de Guillermo del Toro, Apollo 10 ½ de Richard Linklater y, la cinta que nos va a ocupar la recomendación de hoy: Marcel the Shell With Shoes On. Siendo la ópera prima del cineasta Dean Fleischer Camp, el largometraje está planteado como un falso documental donde seguimos a Marcel, una joven concha antropomórfica en su día a día. La génesis de proyecto surge de la mano del cineasta y de la actriz/cómica Jenny Slate quien, de manera improvisada, creó la voz de Marcel como simple entretenimiento. Con el tiempo, la idea se materializó en una serie de cortometrajes con el mismo nombre que la cinta del 2022 y que contaba con Slate como co-guionista y, obviamente, interpretando a Marcel en un trabajo impecable y delicado.
Al contrario que en los cortometrajes, el propio Fleischer Camp aparece e interactúa con Marcel quien nos relata su extraordinaria rutina y su convivencia en una casa de alquiler con su anciana abuela Connie (interpretada por Isabella Rossellini). Durante el trascurso de la película, el espectador descubre poco a poco la personalidad de Marcel, su manera de enfrentarse al mundo y su filosofía de vida, mientras las conversaciones con Fleischer dejan, también, su impronta en la pequeña conchita. Una preciosa relación entre ambos que se convierte en una amistad de aprendizaje recíproco que vertebra el film. Marcel es una conchita, pero desprende una humanidad genuina y una curiosidad contagiosa por el mundo que le rodea. En este sentido, la evolución de Marcel va ligada a las temáticas que subyacen en la película como la familia, la memoria, la soledad y la pérdida. El formato mockumentary sirve, así, para crear una película sencilla, pero con un aura semipoética y llena de nostalgia en cada imagen.
A pesar de que el film está filmado en imagen real, Marcel, Connie y el resto de conchitas están realizadas con un stop motion sencillo que aporta naturalidad al conjunto. Una característica que le otorgó la posibilidad de entrar en la competición en los Oscar 2023 en la categoría de animación. Según el reglamento de la Academia, las películas elegibles en la categoría deben estar realizadas en un 75% en animación y/o debe constar un número significativo de personajes principales animados. La nominación de Marcel the Shell, una sorpresa dentro de la categoría en contraposición a otras cintas íntegramente animadas, es completamente válida (y también celebrada) en estos términos; aunque el propio Fleischer Camp manifestó la incongruencia de la Academia frente a otras no-elegibles como Apollo 10 ½. En definitiva, otro año más tenemos unos Oscar con polémicas.
Si bien las reivindicaciones de los cineastas en 2022 giraron en torno a la consideración de la animación como una técnica expresiva y no como un género o como un tipo de películas asociadas a un público específico, largometrajes como Marcel the Shell son prueba de la voluntad de los cineastas por explorar con el lenguaje en cualquier formato. Aunque, aún queda mucho que recorrer. El tagline de la película es “todo el mundo quiere a Marcel”. Pues bien, esperemos que vosotros también os encariñéis de él como lo hemos hecho nosotros.
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