El Doctor de Peter Capaldi: deconstrucción y reconstrucción de la figura mítica de Doctor Who (BBC, 2014-2017)
La siguiente entrada contiene spoilers de la era de Peter Capaldi en Doctor Who. Se recomienda un visionado previo para no arruinar la experiencia.
El mes pasado abordamos la penúltima de las retrospectivas sobre Doctor Who, esta vez centrada en la dupla Steven Moffat-Peter Capaldi, el uno director y showrunner, el otro actor protagonista en el apogeo de su carrera. Ante una serie progresivamente más expansiva, cada retrospectiva ha ido aumentado en extensión y, por ello, son cada vez más los elementos que quedan en el tintero. La representación queer a través de Jack Harness fue uno de ellos durante la época de Russel T Davies, y recibió una entrada separada, paralela a las retrospectivas. Del mismo modo, en la época de Steven Moffat, hay varios temas merecedores de entradas propias: el trato dispar a la mujer durante sus primeras tres temporadas y su posterior resolución, la desaparición de valores esenciales al Doctor en pos de un humor complaciente, las relaciones de Doctor Who con el trabajo paralelo de Moffat en Sherlock (BBC, 2010-2017)… Solo uno de estos temas parece necesitar una entrada propia en el punto en que se encuentra la retrospectiva: el tratamiento del Doctor a través de su duodécima encarnación. El Doctor de Capaldi.
La frase que mejor define a esta nueva encarnación se encuentra en boca del Duodécimo. En la conversación con su acompañante Clara al final del episodio «Mummy on the Orient Express» (T8, E8), el Doctor expresa que «A veces, las únicas opciones que tenemos son malas, pero aun así tienes que elegir». Otros Doctores anteriores se habían visto constantemente contra las cuerdas de su moralidad: el Doctor de Tennant empuñando una pistola para decidir una vida o el de Smith con su álter ego Dream Lord son algunos de estos ejemplos. Sin embargo, en todos ellos, sus Doctores habían encontrado siempre alternativas pacíficas, acordes a sus códigos de valores. Solo algunas acciones del Décimo, especialmente las referentes al Time Lord Victorious (capaz de cambiar eventos históricos, con una faceta muchas veces maligna), prefiguraban al Doctor de Capaldi, uno caracterizado por esa necesidad de escoger el mal menor en situaciones adversas. Por primera vez en la Era Revivida aparecía un Doctor verdaderamente ambiguo, dominado por la duda: «¿Soy un buen hombre?» (T9, E2).
Exploremos la caracterización del Duodécimo a través de su tema principal, compuesto por el ya mítico Murray Gold. El título es definitorio: «A good man?». En los siete minutos y medio de duración, Gold sintetiza las bases del personaje. Comienza con una tonada melancólica, fúnebre, de un Doctor que conoce el día de su propia muerte, de la del universo y todos sus habitantes. Es un hombre solitario, atormentado por su propia existencia, por sus muchos errores pasados y, por desgracia, también los futuros. Ha visto morir a muchos acompañantes, algunos de manera física, otros de manera mental, todos ellos víctimas de su mortalidad. La vida del Doctor, como descubre Clara en la novena temporada, es una de riesgos que un ser humano común jamás podría asumir. Ahí se encuentra la paradoja del Doctor y, por extensión, del doliente Duodécimo: necesita amigos que detengan sus excesos y le devuelvan los pies a la Tierra, pero también sabe que no existe ser en el Universo capaz de acompañarle por toda la eternidad. Dice el Duodécimo sobre su propia condición de inmortal que «la inmortalidad no es vivir eternamente. […] La inmortalidad es que todos los demás mueren.» (T9, E5).
Segundo 43. La tonada melancólica de Murray Gold es, de sopetón, interrumpida con tañidos estelares, sonidos que evocan el cosmos infinito. El Doctor es, quizás, el ser más conectado a las estrellas, un recuerdo para la humanidad de los mundos más allá de la atmósfera terrestre. Viaja, ayuda y aprende de sus experiencias, no como un hombre bueno o malo, sino tan solo como «un idiota con una cabina y un destornillador» (T8, E12). La figura del Doctor es un modelo de vida, un ser milenario que nos recuerda nuestra propia mortalidad, pero también el impacto que nuestras acciones pueden realizar en el curso de la humanidad. Ser bueno y amable es, al final, lo único que queda cuando uno descubre la nimiedad de nuestra existencia en el gran esquema del cosmos.
Minuto 1:50. Los tañidos estelares se entremezclan con los acordes fúnebres de la primera sección mientras adquieren, progresivamente, un tono heroico. Este es el Doctor que todos conocemos, el Doctor de Eccleston, de Tennant, de Smith, incluso de más atrás, de los antiguos Patrick Troughton, Tom Baker o Paul McGann. Un Doctor que no duda jamás en ayudar a los necesitados. No hace lo que hace por satisfacción personal o por ser venerado. Un lema repetido a lo largo de la décima temporada, probablemente el más lúcido de la época de Moffat, es «Without hope. Without witness. Without reward». Sin esperanza, testigo ni recompensa. Solo las dos últimas máximas ya son suficiente para definir al Doctor, pero Moffat añade una capa más al altruismo incondicional de la figura mítica: la ausencia de esperanza. El Duodécimo no espera ganar siempre, consciente tanto de sus errores como de la inevitabilidad de la muerte para sus acompañantes. A pesar de ello, sigue luchando, siempre con un solo objetivo: resolver el conflicto de la mejor manera posible. Con bondad. Con piedad.
Minuto 4:40. Tras la trepidante sección medial de la canción, de altos y bajos correspondientes al fluctuante desempeño del deber del Doctor, Gold se detiene en un lejano sonido de tambores. Al igual que con The Master en la cuarta temporada, los tambores simbolizan el descenso a la locura. El Duodécimo combate el deterioro de su salud mental, consumida por las dudas. ¿Es un hombre bueno? ¿Es quien escoge el mal menor o es aquel que lo provoca? ¿Desactiva la bomba o tan solo prolonga la inevitable explosión? El Doctor de Capaldi sufre más que ningún otro antes porque, tras milenios de enfudarse la capa y salvar al mundo, siente que pierde de vista lo más importante: ni el futuro ni el pasado; el presente inmediato. Los acompañantes que arriesgan sus vidas, los botones que decide presionar, las personas que salva en momentos de crisis. El joven Davros que tiene la posibilidad de rescatar.
Minuto 5:35. Donde Gold vuelve a la carga con unas heroicas trompetas acompañadas de una sinfonía triunfante, pero de notas extendidas hacia el inevitable fin del universo, el Doctor extiende la mano al joven Davros. En la mitología de Doctor Who, Davros es el ser más peligroso del universo por diseñar la única raza eminentemente malvada: los daleks, nacidos del y para el odio. Y el Doctor, a pesar de saberlo, trata de conciliar con un Davros a las puertas de la muerte no para perdonarlo, sino para comprenderlo y ofrecerle un final piadoso. Sus palabras al Davros inocente, anterior a su caída en picado hacia la locura: «Da igual que sea amigo o enemigo. Lo importante es que haya piedad. Siempre piedad» (T9, E2).
Minuto 6:23. Gold cierra su tema del Duodécimo como el propio Moffat al final de la décima temporada: de manera heroica y emocionante. Los tambores y las trompetas se unen y adquieren nuevos tonos, nuevos acordes. El Doctor no es una sola de sus facetas, es todas ellas al mismo tiempo. El hombre melancólico y solitario. El inalcanzable ser de las estrellas. El modelo de vida que actúa por puro altruismo. El hombre que duda sobre su bondad. Aquel que extiende la mano. El Doctor es un héroe sin armas, capa ni grandilocuencia. Es en su núcleo un hombre que, como todos nosotros, hace lo que puede. Y, al final, eso es lo más importante: que actúa hasta la extenuación «porque es lo correcto, porque es decente y, sobre todo, porque es bueno» (T10, E12). Para que nadie más sufra lo que él ha sufrido (T9, E8).
No podemos hablar del Doctor de Peter Capaldi, del Duodécimo, sin abordar el episodio, quizás, más brillante de la historia televisiva. A primera vista, puede parecer una hipérbole, pero «Heaven Sent» (T9, E11) es una obra capaz de cambiar la perspectiva de un individuo sobre el mundo que le rodea. Es, como Sayonara Wild Hearts (Simogo, 2019), como Outer Wilds (Mobius Digital, 2019), como Everything Everywhere All At Once (Dan Kwan y Daniel Scheinert, 2022), una de esas historias de la que uno sale siendo mejor persona. Pero «Heaven Sent» no existe en un vacío; para comprender el arco de personaje del Duodécimo, uno debe prestar también atención al anterior episodio «Face the Raven» (T9, E12), al posterior «Hell Bent» (T9, E12) y a los dos capítulos finales de la época de Moffat: «The Doctor Falls» (T10, E12) y «Twice Upon a Time» (T10, Especial 2).
El Duodécimo, inicialmente frío y cascarrabias, descubre su auténtica identidad al final de la octava temporada. Es, recordemos, «un idiota con una cabina y un destornillador. Alguien que está de paso. Ayudando. Aprendiendo» (T8, E12). A partir de la novena temporada, el Doctor intenta mejorar como persona para adecuarse a ese estándar. Se aproxima a Davros desde, por primera vez, un punto de vista piadoso (T9, E2), sigue las instrucciones de Clara para interactuar amablemente con otras personas (T9, E3), y hace todo lo posible para enseñar a la zygon Bonnie los horrores de la guerra y el valor de la vida (T9, E8). El Doctor siempre había retenido esta bondad, pero el Duodécimo debe aprender a profundizar en ella para ser la mejor versión de sí mismo, aprovechando el nuevo ciclo regenerativo concedido por los Time Lords en los últimos momentos del Undécimo (T7, Especial 4). Sin embargo, un hecho detiene este avance personal: la muerte de Clara en «Face the Raven». Ella misma conoce las consecuencias de su muerte: en una relación tan estrecha con el Duodécimo, ha aprendido que el Doctor es capaz de perder la cordura, de convertirse en un monstruo y vengarse de la manera más brutal posible. Pero no debe hacerlo; debe honrar la memoria de Clara y, como buen Doctor, emplear sus habilidades para, por primera vez, dejar de culpar a otros y sanar él mismo.
«Heaven Sent» es la consecuencia inevitable de la muerte de Clara. Como episodio contenido en sí mismo, se trata de una desgarradora alegoría de la pérdida, el duelo y la sanación. Encerrado en su Infierno personal, el Doctor debe revivir el más horrible de los sufrimientos: sentir el dolor de la muerte de Clara y recorrer el castillo en el que se encuentra aprisionado, lleno de recuerdos punzantes, mientras trata de encontrar la salida. Cuando perdemos a una persona, revivimos su imagen, los recuerdos compartidos, la alegría de un pasado mejor, pero también la tristeza de esos momentos que jamás volverán. Mientras tanto, la sombra de la muerte se cierne sobre nosotros, igual que el Velo sobre el Doctor, la encarnación de sus mayores miedos. El Doctor apenas puede dormir, comer ni descansar, pues el Velo siempre le persigue lenta e inexorablemente por los pasillos del castillo. Nos encerramos en nosotros mismos, incapaces de encontrar la salida. Sentimos la sombra de aquello que se ha llevado a nuestro ser querido y que, algún día, se nos llevará a nosotros, mientras perdemos la capacidad de cumplir hasta las tareas más rutinarias, hasta las tareas más necesarias para vivir.
Y, entonces, el Duodécimo Doctor encuentra la salida en la habitación numerada simbólicamente «12». La respuesta está en nuestro interior. Debemos entrar en lo más profundo de nuestro ser y descubrir qué hay en él, dónde está la sanación. Para el Doctor, es su hogar, su TARDIS. Solo hay un problema: entre él y la salida, la TARDIS, hay un muro de azbantio, un mineral 400 veces más duro que el diamante. Ni siquiera cuando entramos en nosotros mismos, cuando exploramos las causas y consecuencias de nuestro estado, cuando intentamos sanar, somos capaces. Es el punto de máxima desesperación: detrás, el Velo se aproxima en un lento andar por un pasillo estrecho, el recuerdo inevitable de la muerte del ser querido. Delante, el muro de azbantio, el obstáculo hasta la sanación. El Doctor pierde, como nosotros, las ganas de vivir, pero el recuerdo de Clara aparece por última vez en su interior para recordarle la lección más valiosa: «gana». Y es que, al igual que nosotros, el Doctor siempre ha ganado en el juego de la vida y este no es el momento de perder. Al borde de la extenuación física y mental, el Doctor hace lo único que puede hacerse: golpear el muro con sus puños desnudos. Soportando el dolor de cada golpe contra el duro material.
Pero todo esfuerzo parece inútil. El Velo alcanza al Doctor y lo deja en un estado físico y mental todavía peor que antes de golpear el muro. Algo en nuestro interior, y en el interior del Doctor, nos hace seguir adelante, recorrer de nuevo los pasillos del castillo hasta llegar al origen de todo y, entonces, descubrir la cruda realidad: hay una salida, solo una. Llevarnos al límite, quemar nuestro interior para dar vida a un nuevo yo. El Doctor emplea sus últimas fuerzas para generar energía, morir y repetir el ciclo. Porque todos estos eventos eran, tan solo, uno de miles de millones de ciclos donde lloramos, nos engañamos a nosotros mismos, recordamos, seguimos adelante, nos rendimos, sacamos renovadas fuerzas y volvemos a caer en la miseria. Y aquí es donde el Doctor se erige como un modelo de vida, como aquel que debemos asimilar ante cualquier situación de crisis, el pájaro que desgasta la montaña de diamante en la historia del pastorcillo de los hermanos Grimm. Al ritmo de la épica de Murray Gold en su tema «The Shepherd’s Boy», el Doctor no se rinde. Cada nueva vez que llega al muro de azbantio, pega un puñetazo más y, poco a poco, muy poco a poco, el muro se va abriendo mientras nuevos instrumentos se suman encima de otros en un glorioso crescendo. Cientos de años, miles de años, miles de millones de años pasan, pero el Doctor sigue repitiendo el mismo ciclo con una certeza: tarde o temprano, este se romperá. No debemos dejarnos llevar solo por el dolor de la pérdida; debemos sobrevivir, luchar y sufrir para llegar a algo semejante a la sanación. Nadie dice que sea fácil, pero sí que es posible. Así, finalmente, el Doctor encaja el último puñetazo. Rompe el muro y, como el pájaro en la historia del pastorcillo, hace pasar el primer segundo de la eternidad. Una eternidad de dolor, recuerdos y debates internos. Una eternidad en la que, increíblemente, ha pasado tan solo un segundo.
El profundo y complejo episodio de «Heaven Sent» es también un primer segundo en la eterna historia del Doctor. La lección de Moffat es valiosa, pues la respuesta del Duodécimo ante el muro, los puñetazos, es tanto una admirable muestra de su tesón como una prueba más de su violencia. En el siguiente episodio, «Hell Bent», el Doctor, obcecado («hell bent», en inglés) con recordar a Clara, trata de doblegar los Infiernos (también «hell bent», un juego de palabras por partida doble) y rescatarla del Más Allá. Moffat castiga al Doctor con la más dura punición: olvidar a Clara para siempre. No «aceptar su muerte y seguir adelante». No «sanar por fin». «Olvidar» a Clara, como si jamás hubiera existido, con una canción melancólica como único recuerdo vago de su existencia. Es un aviso por parte del guionista: nunca es bueno obcecarse, dedicar la vida propia únicamente a mantener vivo el recuerdo del ser querido. Debemos seguir adelante. Por ello, solo al final de la era de Capaldi como Doctor, tras repetir este sus errores de altivez y obsesión con la nueva acompañante Bill, comienza a dirigirse por fin hacia una dirección eminentemente positiva. En el episodio final de la temporada, «The Doctor Falls», el Doctor se encuentra perdiendo a su acompañante una vez más, pero esta vez no se encierra en sí mismo: reafirma el valor de su existencia individual, como alguien que sigue viviendo tras numerosas pérdidas y comprende que estas le configuran tanto como su capacidad de aceptarlas. Ese es el Doctor: un hombre que no cae rendido; cae triunfalmente, resistiendo cualquier adversidad. «Who I am is where I stand. Where I stand is where I fall» (T10, E12).
El Doctor, por fin encontrado a sí mismo, es recompensado: en el último episodio de Capaldi, «Twice Upon a Time», el Duodécimo recupera sus recuerdos de Clara y puede, por fin, despedirse de ella junto con su regeneración. Sus inmortales palabras finales en su TARDIS, su hogar, su salida, son la mayor lección de vida que podríamos recibir: «Nunca seas cruel, nunca seas cobarde […]. Recuerda: odiar es siempre necio y amar es siempre sabio. Trata de ser amable, pero no falles en ser bueno. […] Ríe alto. Corre rápido. Sé buenos» (T10, Especial 2).
El arco de personaje del Duodécimo Doctor es, sin lugar a dudas, el más complejo y profundo de toda la serie de Doctor Who hasta el momento. Es una historia que penetra hondamente en lo más oscuro de nosotros, en nuestros mayores defectos, y los expone a la vista con el objetivo más noble: hacernos conscientes de ellos, ofrecernos soluciones y ayudarnos a mejorar. Porque Doctor Who sabe que el arte es utilitario y que nadie, ni uno solo de nosotros, está exento de defectos. «He cometido muchos errores y es hora de hacer algo al respecto» (T8, E1), dice el Duodécimo en su primer episodio formal. La historia del Doctor de Capaldi es una de redención, de introspección, de sanación, de encontrarse a uno mismo. Y, finalmente, de dejar ir. De abandonar lo que una vez fuimos y convertirnos en algo distinto, algo mejor. Más correcto, más decente, más amable. El Doctor es una lente que nos examina y nos critica, pero también nos enaltece. Es un héroe más allá de cualquier protagonista de cualquier serie, porque nos enseña los valores más importantes de la vida humana. Como dijo el propio Steven Moffat,
«cuando crearon al Doctor, no le dieron armas, sino un destornillador para arreglar cosas. No le dieron un tanque ni una nave espacial, sino una cabina telefónica a la que puedes llamar cuando necesitas ayuda. Y no le dieron ningún superpoder, orejas puntiagudas ni Rayos Caloríficos, sino un corazón extra. El Doctor tiene dos corazones y eso es una cosa extraordinaria. Jamás habrá un día en que no necesitemos a un héroe como el Doctor.»
Graduado en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad de las Islas Baleares (UIB). Titulado en el Máster en Lenguas y Literaturas Modernas (Estudios Culturales y de Género) y el Máster de Formación de Profesorado, ambos en la misma UIB. Apasionado por la cultura y yokotarado de corazón, salgo en busca de esas obras que remueven una parte de mi interior. Sea literatura, videojuegos, películas o series, todo puede ser un diálogo si se encuentra el verbo adecuado.