Masculinidades tóxicas y cultura de la violación: «The Last Duel» (Ridley Scott, 2021)
En octubre de 2021, tras el parón de estrenos cinematográficos debido al Covid-19, se estrenaba The Last Duel. Un estreno esperado por las audiencias ya que suponía, por decirlo de alguna manera, el regreso de Ridley Scott a las pantallas desde su último film, All the money in the world, de 2017. Un regreso que parecía ser a lo grande ya que pocas semanas después también estaría en las salas de cine su House of Gucci, una particular visión del asesinato del último miembro de la familia Gucci responsable de su emporio de la moda. Tras su visionado, el resultado no puede ser más desigual: mientras, la primera recupera al Ridley Scott más épico y con un control de todos y cada uno de los elementos del film, la segunda resulta ser un despropósito narrativo, con una planificación sin sentido y con actores que ni se escuchan unos a otros ni mantienen una coherencia interpretativa. Dos productos más que diferenciados que convierten el retorno de Ridley Scott es una extraña paradoja. Pero, quedémonos con The Last Duel, un film con el que el director reitera las constantes de sus magníficas Alien (1979), Blade Runner (1982), Thelma y Louise (1991), Gladiator (2000), Kingdom of Heaven (2005), Prometheus (2012) o Exodus (2014). Unas constantes que comenta el actor Richard Harris en el making of de Gladiator en el que alaba el oficio de Scott, por una parte, y su capacidad para aceptar las propuestas de los actores que mejoren el sentido de la narración y de los personajes, por otra parte.Todo ello se aprecia en The Last Duel, basada en el libro The last duel: a true story of trial by combat in Medieval France de Eric Jager (2004).
Situada en Francia en el siglo XIV bajo el mandato del rey Charles VI, la historia se inicia in medias res con el anuncio de la aparición de los contendientes de un duelo. Son Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver). El motivo no es otro que la demostración en juicio de Dios de la culpabilidad o inocencia de Le Gris ante las acusaciones de violación presentada por Marguerite de Carrouges (Jodie Comer) y que se decidirá en la arena de los torneos. Así, los momentos iniciales de la pendencia ya presentan quiénes son los protagonistas centrales de la historia y el conflicto de la acción. A ellos se añadirá otro personaje que se muestra especialmente alterado, es Pierre d’Alençon (Ben Affleck).
Estas imágenes iniciales —que tanto recordarán estética y conceptualmente al enfrentamiento final entre Máximo y Cómodo en Gladiator además de la casi mimética construcción de un rey caprichoso, infantil y sádico como lo es también Cómodo— dan paso a una estructura tripartita en la que se relatan los puntos de vista de los personajes centrales acerca de la verdad de los acontecimientos. Cada una de las secciones se encabeza con un «the truth according to» y, de manera esencial, plantean líneas de acciones concretas y repetidas en cada caso. Una estructura tripartita guionizada por Matt Damon para la construcción de su propio personaje , Ben Affleck para el de Le Gris y, finalmente Nicole Holofcener —guionista, entre otras películas de Enough Said (2013) de la que también es directora y Can you ever forgive me? (Marielle Heller, 2018)— quien relata la verdad de Marguerite.
Así, cada una de las secciones de The Last Duel desarrollan prácticamente los mismos eventos centrados en un primer conflicto que caracteriza a los personajes masculinos y que no es otro que el paso de una amistad más o menos fraternal a un desencuentro total por cuestiones de prestigio personal de cada uno de ellos, con un falso reencuentro amistoso como detonante del conflicto esencial de la película. Como no puede ser de otro modo, Carrouges y Le Gris ofrecerán su punto de vista particular no solo respecto a las acciones bélicas sino especialmente en el retrato de su contrincante y de la opinión que tienen de sí mismos de manera que cada uno de ellos será virtuoso y su oponente, lleno de defectos. Así, Carrouges quien tiene un altísimo concepto de su persona se siente absolutamente menospreciado de manera casi compulsiva por su señor feudal Pierre d’Alençon quien favorece al advenedizo Le Gris, al que considera un ser inútil e inferior. Por su parte, Le Gris ve en Carrouges a un perdedor nato con ínfulas de grandeza, zafio y deseoso de pertenecer, a pesar de sus fracasos, al estamento nobiliario y que atreve a compararse con él que no solo ha demostrado ser eficiente en la batalla sino que, además, comparte orgías con su superior gozando del favor de las damas a las que considera juguetes. En definitiva, una lucha de egos que devienen el retrato de dos formas de masculinidad tóxica del mundo medieval por argumento, pero fácilmente trasladables a cualquier temporalidad incluida la contemporánea.
Y es que el reencuentro entre los personajes masculinos tiene una espectadora esencial: Marguerite de Carrouges. Un personaje que ve objetivamente las personalidades de ambos y que explica «la verdad» de los acontecimientos sometidos a juicio divino, una sección de la película escrita por una mujer. Si bien Marguerite parece ser una comparsa en las historias narradas por los hombres de The Last Duel cuya consideración se ajusta a los perfiles masculinos —bien como objeto de comercio e incubadora de herederos en el caso de Carrouges bien como objeto de deseo en el caso de Le Gris— tiene una personalidad propia que solo puede desarrollar plenamente cuando su esposo está en campañas militares. Marguerite será para Carrouges una posesión y para Le Gris una mujer que quiere poseer para alimentar su vanidad porque «pertenece» a su enemigo. Dos planteamientos que añaden toxicidad a los personajes masculinos y que ahondan en los elementos esenciales de la llamada «cultura de la violación»: la primera, doméstica; la segunda, violenta, pero en ambos casos sistémica.
Y es que la denuncia pública de violación de Marguerite como necesidad de justicia personal implica un enfrentamiento con el sistema patriarcal que ofrecerá un argumentario desgraciadamente conocido que va desde la falsa acusación, hasta la provocación de la mujer que la transforma en culpable de la agresión en lugar de ser la víctima. Todo ello acompañado de un interrogatorio —con el siempre magnífico Zeljko Ivanec como eclesiástico inquisidor— en el que se sugiere que no debe entenderse como violación una agresión donde exista placer sexual, algo que se unirá a la posibilidad de insatisfacción de la mujer en el matrimonio y la «necesidad» de mantener relaciones con otros hombres. Un argumentario que no se aleja para nada del que hemos visto hace poco en la serie American Crime Story: Impeachment o del que hemos leido en informes judiciales de casos de violación individual o grupal. A ello se unirá la cultura del silencio de las mujeres violadas que atraviesa buena parte de este tercer capítulo. Justamente uno de los valores de The Last Duel es que las dos historias iniciales, absolutamente subjetivas, sirven para la construcción del entorno sistémico del elemento central de la película ofreciendo, de este modo, un interesante fresco no solo de la época, sino, como hemos comentado anteriormente, del continuum histórico de la violencia ejercida contra la mujer. Una temática que se aleja bastante de la trayectoria de Ridley Scott, no excesivamente dado al desarrollo de personajes femeninos centrales salvo en el caso icónico de Thelma y Louise (1991) o de la masculinizada teniente Ripley en Alien (1979); y parcialmente en Prometheus (2012) y Alien: Covenant (2017).
Si bien un primer visionado de The Last Duel puede llevarnos a apreciar de manera casi exclusiva la epicidad de una historia desarrollada en la Edad Media, un segundo visionado más calmado nos permite apreciar la sutileza y la coherencia de un guion a tres voces, por una parte; y la meticulosidad y sensibilidad de las interpretaciones, por otra parte. Así, tanto Damon como Affleck —autores del oscarizado guion de Good Will Hunting en 1997— complementan a la perfección el retrato de los personajes masculinos y su egocentrismo que desarrollan en función de la narración de Marguerite en manos de Holofcener. Y de Jodie Comer quien disecciona de manera impresionante los distintos estados emocionales del personaje esencialmente a través de la mirada, algo que no es sencillo de trabajar. Por eso, y volvemos al principio de este post, resulta incomprensible la enorme campaña realizada por Scott en la carrera hacia los Oscar por lady Gaga frente a Jodie Comer y, por extensión, de House of Gucci sobre The Last Duel. Quizá esto, además de otros problemas de preproducción haya hecho que Comer se retire del nuevo proyecto del director, Kitbag, un biopic sobre la figura de un Napoleón con el rostro de Joaquin Phoenix al que, finalmente, parece que acompañará, en una sustitución muy acertada, Vanessa Kirby. Sea como sea, debemos celebrar el regreso de Ridley Scott , al menos en lo que a The Last Duel se refiere.
Doctora en Filología Hispánica por la Universitat de les Illes Balears. Ha sido investigadora principal del grupo RIRCA y ha dirigido tres proyectos de investigación nacionales competitivos financiados por el gobierno español. Actualmente forma parte del proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Trabaja en ficción audiovisual en plataformas diversas, especialmente en temas de arquitecturas narrativas. Tiene una especial debilidad por el posthumanismo y ha publicado distintos trabajos en revistas indizadas y editoriales de prestigio internacional.