Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

«Past Lives» (Celine Song, 2023): canción de desamor en tres estrofas

Para cuando se estrenara Past Lives (2023) a principios de noviembre de este año, Celine Song contaba con más bien pocos créditos cinematográficos. Su único trabajo conocido en el que se requiriera una cámara y un set fílmico de producción consistía en guionizar uno de los ocho capítulos que configuran la primera temporada de The Wheel of Time (Amazon, 2021-). Más allá de esto, y fuera de los círculos construidos alrededor del séptimo arte, también había escrito algunas obras de teatro —Endings (NYTW, 2020) y The Seagull on The Sims 4 (NYTW, 2020)—, ambas off-brodway. Es por todo esto que resulta curioso que el trabajo de una autora tan novel dentro del cine fuera recibido con tanto entusiasmo y antelación. Una de las razones primordiales la podríamos encontrar en la distribuidora que se posiciona detrás de Past Lives, la ya reconocidísima A24, que trae consigo toda una plétora de celebérrimos productos que han encabezado las listas de favoritas a lo largo de la última década. Otra pudiera ser los rumores que se construyeron alrededor de la época de pre-producción de la película, llegando a barajarse la posibilidad de que Choi Woo-shik —conocido por su papel como Kim Ki-woo o Kevin en Parasite (Bong Joon-ho, 2019)— fuera uno de sus protagonistas. Sin embargo, y más allá de cualquier rumiación alrededor de las expectativas formadas ante el estreno de la película, aquello que verdaderamente nos enganchó fue un tráiler que nos mostraba una historia de amor complicada, dilatada en el tiempo, caracterizada por los ires y venires de las vidas localizadas en las inmediaciones contextuales de una globalización posmoderna y acelerada. Y es que el argumento de Past Lives versa sobre las vidas de Na Young (Greta Lee) —posteriormente, Nora Moon— y Hae Sung (Teo Yoo), dos amigos de la infancia que, por toda una serie de determinadas circunstancias, se ven apartados el uno del otro, dejando en territorio desconocido una amistad que de haberse dado el contexto indicado podría haber evolucionado hasta convertirse en una relación de pareja. Aviso: en los siguientes párrafos, el lector encontrará spoilers que destripan la historia de la película.

The Oscars Didn't Know How to Appreciate Greta Lee in 'Past Lives'
Greta Lee nos ofrece una memorable interpretación como Na Young/Nora Moon, el personaje que se colocará en el centro de nuestra experiencia fílmica y nos servirá como vehículo para surcar la poética del amor y del desamor.

Al tratar de describir en el menor número de palabras posible algo como Past Lives, uno podría decir de la película que es una canción de desamor en tres estrofas. La primera, de forma especialmente conveniente, nos lleva a la infancia de los protagonistas. Na Young es hija de artistas. De mayor, sueña con ser una autora premiada con el premio Nobel. Su ambición, quizá como subproducto de su ascendencia, parece no tener límites. Hae Sung, por su parte, se conforma con menos. No tiene grandes planes, o, si los tiene, no los manifiesta. Es un chico con los pies en la tierra. Quizá sea esa la razón principal por la que Na Young pide una cita con él: son polos opuestos y, como nos ha querido enseñar el refranero español, los polos opuestos se atraen. Sin embargo, dos principios de tragedia asoman por los bordes. El primero se construye en una habitación repleta de álbumes de música y humo de cigarrillos. Suena “Hey, That’s No Way to Say Goodbye” del primer LP de Leonard Cohen. Es el contexto en el que nos enteramos de que los padres de Na Young quieren emigrar a Toronto (Canadá) desde Seúl (Corea del Sur), lugar de residencia actual. Comienza a dibujarse una separación, un distanciamiento que admite medición física: son 10595 los kilómetros que median entre ambas ciudades. Existirá, literalmente, un océano entre ambos cuerpos.

El segundo principio de tragedia no es calculable. Na Young deja Seúl, pero Hae Sung se queda. Este segundo distanciamiento es, por tanto, de carácter humano. Para cuando se nos clarifican los verdaderos motivos de esta emigración —nuevas experiencias y oportunidades—, también nos ha quedado francamente claro que Na Young ve en Hae Sung a una pareja potencial. “Voy a casarme con él”, llega a decir en un determinado punto, haciendo gala de una determinación que no podemos caracterizar de otra manera que infantil o, si se quiere, enternecedora. Entre ambos cuerpos existe una conexión que todavía no son capaces de articular. Este último hecho es lo que da forma a este segundo principio de tragedia. Hae Sung se entera de oídas que Na Young deja el país. Vuelven juntos a casa y, justo en el momento en el que ambos caminos se separan, Hae Sung interpela a Na Young con una exclamación que la deja expectante. “¿Qué?”, responde ella. Tras una breve pausa, quizá para tratar de calibrar las palabras de un nivel de lenguaje y expresión que todavía le son desconocidos, Hae Sung sentencia la despedida con un simple “adiós”. Tras su separación, la siguiente escena nos muestra a Na Young con su hermana pequeña en un avión estudiando aquella lengua inglesa que sustituirá —otra pérdida— su vernácula materna a partir de ahora. Esto ya forma parte de un intermedio que nos facilitará la entrada en la segunda estrofa de esta canción tan particular que nos plantea Song con Past Lives. De momento, la primera termina y parece estar increpando calladamente a los dos personajes con un “oye, esa no es manera de decir adiós”.

Seung Min Yim, left, and Seung Ah Moon in "Past Lives." (A24 Films)
Separación simbólica de los dos amigos: mientras Na Young (derecha) seguirá viviendo una existencia marcada por la ambición y la prosperidad en Toronto, Hae Sung (izquierda) permanecerá en Seúl para vivir lo que posteriormente reconocerá él mismo como una «vida mundana».

Pasan doce años. Nos encontramos con una Nora Moon —nombre que escoge para su nueva vida en Occidente, aunque también podamos ver en este cambio una lectura poético-simbólica de desarraigo— enfrascada en su carrera como dramaturga en una Nueva York a la que se ha mudado para seguir persiguiendo sus ambiciones. Mientras tanto, conocemos a un Hae Sung que se ha visto forzado a cumplir con sus deberes y realizar el servicio militar obligatorio. Ambos son adultos y, vistas las cosas, parecen haber dejado atrás aquel amor infantil que experimentaron doce años atrás. Al fin y al cabo, eran solo unos críos, ¿no es así? La situación invita a una suerte de olvido comprensible y racional del hecho, pero parece que las fuerzas del subconsciente y del azar tienen otros intereses. En una conversación vía Skype con su madre, Nora rememora algunos momentos vividos en su etapa de educación primaria. El nombre de Hae Sung, incluso si es con el velo de la desmemoria, aparece. Gracias a las redes sociales —una tecnología que, o bien, no tenían en su infancia, o bien, estaba todavía en una fase demasiado temprana de desarrollo—, Nora puede mandarle un mensaje a través de Facebook e interesarse por su vida. Hae Sung lo recibe. Quedan para hablar por Skype. Se lleva a cabo un proceso de reconexión. Comienza la segunda estrofa de esta canción de desamor.

En estos encuentros virtuales que programan de forma prácticamente diaria, la química entre ambos resulta evidente desde el primer momento. Comienzan con la lógica timidez de aquellos que no se han visto durante doce años, recordando algunas escenas que marcaron su experiencia compartida y haciendo hincapié en lo que parecía ser una relación simbiótica en la que uno, sin saberlo o tener las herramientas necesarias para reconocerlo, le daba al otro lo que más necesitaba. Se reconocen a través de ese aparato que hace que esa distancia —al haberse mudado Nora a Nueva York, ahora son 11047 kilómetros— quede reducida y esencializada en unos pocos segundos de retardo en el envío y la recepción de datos. Confiesan que se han echado de menos. A partir de aquí, las conversaciones fluyen con mayor liviandad. Se preocupan de la vida del otro, se preguntan qué tal ha ido el día, crean bromas y chistes internos. De alguna manera, los instantes en los que ambos personajes se juntan para charlar se ha convertido en el mejor momento de la jornada. Ambos esperan su llegada, ya sea cuando están estudiando en la biblioteca o trabajando en sus respectivas ocupaciones. Y es así cómo se plantea uno de los momentos más esperados. “¿Vendrías alguna vez a Nueva York?”, pregunta Nora. La pregunta llega en dos ocasiones distintas. La primera responde a la informalidad, hasta el punto de que llegan a bromear sobre el tema —“¿Por qué iría a Nueva York?”, contesta Hae Sung—. La segunda, sin embargo, trae consigo una gravitas especialmente cargante. Hasta este momento, y a partir de la experiencia de haberlos visto quedar y hablar virtualmente a lo largo de varias escenas, nos ha ido quedando francamente claro que lo que fuera que había sido enterrado en su infancia tras la emigración de Nora había resurgido dramáticamente. La segunda proposición de Nora no implica que Hae Sung vaya a Nueva York para salir a pasear, ir a comer helado y luego volverse a Seúl a seguir con su vida. Hay una intención implícita: el deseo de que esa relación recíproca que mantienen virtualmente se siga desarrollando en la realidad cercana. “¿Cuándo te es posible venir a visitarme a Nueva York?”. La respuesta de Hae Sung queda lejos de ser ideal: “Un año y medio, o algo así”. Forma parte de un programa de intercambio y tiene que marcharse a China para aprender mandarín. Nora tampoco puede visitar a Hae Sung en Seúl hasta, aproximadamente, un año después. Las dificultades para cuadrar agendas son lo suficientemente profundas como para que Nora decida dar el paso y pedirle a Hae Sung que dejen de hablar durante una temporada. La vida a su alrededor se ha vuelto demasiado absorbente como para poder dedicarle atención a una relación que, hasta el momento, se ha construido solo en la teoría, pero nunca en la práctica. Aquí la imposibilidad de confesarse mutuamente lo que sienten el uno por el otro no radica en una carencia de herramientas de articulación socioafectiva. El principal bloqueador del lenguaje nos lleva a la distancia y al contexto que han construido a su alrededor, uno al margen del otro. No hay espacio en la existencia de uno para el otro. Sus vidas les “estorban”. De nuevo, la segunda estrofa de esta canción termina con un adiós de temperamento amargo.

Past Lives (2023) - IMDb
Teo Yoo interpreta a un Hae Sung enamorado, quizá la representación más prístina en la película del David que se enfrenta al Goliat del tiempo, las distancias y el contexto.

La vida sigue y otros doce años pasan. ¿Qué ha sucedido en sus vidas? Nora, en una estancia como dramaturga, conoce a Arthur (John Magaro), un autor estadounidense, de quien se enamora y con quien termina casándose. Lo mismo le sucede a Hae Sung con su misteriosa pareja (Hwang Seung-eon), de quien no conocemos prácticamente nada. De todas maneras, no es una relación a la que se le dé mucha importancia, pues entre que nos la presentan como nuevo interés amoroso de Hae Sung y la vuelven a mencionar como su expareja apenas han pasado unos minutos de metraje fílmico. Realmente, lo que ha sucedido en la existencia de estos personajes es lo mismo que había pasado en el anterior período de doce años que estuvieron sin verse: cada uno ha seguido con sus vidas. Sin embargo, se nos prepara para un tercer encuentro. Hae Sung aprovecha un período de vacaciones para ir a Nueva York, lugar de residencia de Nora. Va allí avisado de que ella está casada con Arthur, confiando en que cualquier remanente sentimental que pudiera quedar latente no despierte nada más pisar el aeropuerto. Comienza la tercera estrofa, y lo hace acompasada por acordes de tormenta.

En efecto, a su llegada a Nueva York, Hae Sung es recibido por una plétora de truenos y lluvias. Lo que, en principio, es un evento climatológico aislado, puede acoger una cierta gravedad simbólica cuando se entiende la situación que está a punto de suceder. La llegada de Hae Sung a las vidas del matrimonio conformado por Arthur y Nora puede provocar un cataclismo que zarandee las bases sobre las que se sustenta. El primer encuentro entre Nora y Hae Sung se lleva a cabo en un parque delante de una estatua. El dato resultaría irrelevante si no fuera porque uno de los recuerdos más preciados de ambos personajes es el haber tenido su primera cita como niños en un parque y haber estado jugando alrededor de una estatua. La evocación es prácticamente inmediata: mirarse y reconocerse implica volver a vivir esos días y esos momentos en particular. Son adultos con sus vidas adultas, pero su conexión espiritual está estrictamente ligada a su infancia y a sus recuerdos. Nora y Hae Sung se ponen al día, se cuentan todo aquello que ha sucedido durante los doce años que han estado separados el uno del otro y, casi por fuerza del destino, aquello que quedaba velado se desvela para ofrecernos la romántica circunstancia a la que se enfrentan. En Hae Sung, esta sensación se experimenta de forma eminentemente clásica: está enamorado de ella y no ha habido momento durante todo este tiempo en el que no haya pensado en ella. Sin embargo, con Nora la situación es más compleja. Ya no es solo que esté casada con Arthur, ese tercero en discordia, sino que también debemos tener en cuenta su situación de inmigrante. “Me siento poco coreana cuando estoy con él”, le asegura a Arthur en una conversación privada. “Y sin embargo, y de alguna manera, ¿más coreana? Es muy extraño”. Sus raíces en Nueva York no gozan de la profundidad ontológica de aquellas que echó en Seúl. Quizá su longitud se haya visto competentemente escondida por el tren de vida que lleva en Nueva York, pero solo hace falta la reconexión con una pieza central de su infancia para que todo ese remanente subjetivo arraigue y palpite de forma más intensa.

Tras 24 años, el encuentro de ambos personajes se lleva a cabo en un contexto que no permite que su relación se extienda más allá de las circunstancias que cada uno de ellos carga en sus espaldas.

Aquí es donde quiero hacer un parón de la canción principal y prestar atención a una suerte de intermezzo protagonizada por Arthur. Como he señalado, a la luz de la complicada historia de amor que mantienen Nora y Hae Sung, Arthur es visto como el eterno tercero en discordia. Ni si quiera la formalización de su amor a través de los documentos del matrimonio o del eterno símbolo que es el anillo de casados parece poder salir de la sombra de esa tan particular épica romántica. Lejos de construirlo como un personaje que derroche antipatía, Song le reconoce la profundidad emocional y lo escribe como un carácter tridimensional, cuyo paisaje interno tiene un papel importante en la ecuación planteada. A Arthur le “molesta” la situación que está viviendo Nora. Se ve enredado en una trifulca amorosa en la que él, el marido, encuentra una notable competencia en el “amor de la vida” de Nora. Arthur escucha aquello que tiene Nora que contarle sobre Hae Sung con una mezcla de atención y resquemor. Sus contestaciones son más bien secas, haciendo referencia a un pasado que él, por circunstancias de la vida, no ha podido experimentar con Nora —cuando esta era todavía Na Young— o a cuándo se marcha Hae Sung de Nueva York para volver a Seúl. Nora reconoce la inquietud en Arthur. “¿Estás enfadado?”, le pregunta. Ante la negativa de Arthur, Nora le replica: “Pues parece que lo estuvieras”. La respuesta de Arthur es vital: “No tengo derecho a enfadarme”. No puede negarle a Nora que vea a Hae Sung, pues este ha estado en un avión durante 13 horas hasta llegar a Nueva York y, a su vez, también reconoce que es el amor de su infancia. Sabe de buena fe —y si no lo sabía antes, le ha quedado claro ahora con la llegada de Hae Sung— que él no es la única persona en la vida de Nora. El nivel de inteligencia emocional, de contención y de deconstrucción que manifiesta Arthur en estas líneas es lo que hace de él un personaje tan interesante. Se ve a sí mismo en esa absorbente marea y reconoce, en un momento de manifestaciones de inseguridades, que es incapaz de participar de forma total en el juego codificado y cultural que se construye alrededor de Nora y Hae Sung. Esta es una dinámica que seguirá a lo largo de las próximas escenas, cuando conozca por fin a Hae Sung, vayan a cenar con él e incluso cruce alguna que otra palabra. Arthur se quita de encima el arquetipo del “tercero en discordia” de una manera francamente elegante. No deja que la rabia o la impotencia lo consuman. Reflexiona la situación —una reflexión que tiene más de hacer de tripas corazón que de cualquier otra cosa— y actúa en base a una lógica doliente, pero adecuada a la situación. Si bien los protagonistas siempre tendrán nuestra atención, es aquello que se construye en el margen lo que en ocasiones goza de mayor complejidad y lo que más se queda con nosotros.

Ya podemos cambiar de nota dominante y volver a esa tercera estrofa que todavía protagonizan Nora y Hae Sung, con alguna aparición ocasional de Arthur. Tras haber llevado a cabo el proceso de presentaciones —Arthur te presento a Hae Sung; Hae Sung, este es Arthur—, van a cenar. La dinámica que se plantea en este momento en particular es intrigante por cómo progresa. El inglés de Hae Sung es bastante limitado. También, como es entendible, el coreano de Arthur deja bastante que desear. Nora sirve de intérprete entre ambos, una situación que se mantiene de forma constante durante unos instantes hasta que Nora deja de traducir las palabras de Hae Sung a Arthur, y viceversa, para enfrascarse en una conversación totalmente en coreano con Hae Sung. Este le menciona lo mucho que Arthur parece amarla. Mencionan su pasado compartido, lo que se han echado de menos y, de forma algo velada, lo que sienten el uno por el otro. Hablan del in-yun, una palabra coreana que hace referencia al pensamiento esotérico de la reencarnación y de las vidas pasadas. Cada encuentro entre dos almas es el producto de innumerables encuentros o interacciones entre esas mismas dos almas en sus vidas pasadas. Este concepto ya había sido invocado en la película cuando Nora conoce a Arthur y le cuenta la historia del in-yun como mecanismo para ligar con él. En ese instante, el concepto hace referencia a algo de notable profundidad, pero se usa de forma superficial para un fin que bien podríamos calificar como “carnal”. De hecho, incluso Nora le resta importancia al señalar que es solo una estrategia para acostarse con la gente. En esta última conversación, la que mantiene Nora con Hae Sung, el in-yun aparece invocado con la gravedad que la profundidad del concepto merece. ¿Quiénes fuimos en otras vidas?, se preguntan. Justifican la imposibilidad de su noviazgo en esta vida a través de él.

El triángulo que conforman Nora, Arthur y Hae Sung escapa de cualquier representación arquetípica de toxicidad y envidias para asentarse sobre la doliente realidad de que la existencia es más compleja de lo que podríamos imaginarnos.

La velada termina y Hae Sung tiene que volver a Seúl. Piden un Uber y Nora le acompaña a esperar su llegada. El silencio del momento congrega inquietudes, posibilidades y, sobre todo, fantasmas. No es la primera vez que se ven en una situación así. Cuando tenían diez años, ella subiendo las escaleras que la llevaban a su casa y él siguiendo el recto camino que le llevaba a la suya, vivieron algo similar. Lo mismo sucedió en esa despedida virtual vía Skype en la que Nora quiso cortar lazos momentáneamente con Hae Sung por cuestiones de agenda. Son momentos dominados por el silencio, en el que las palabras no aparecen sino como paréntesis destinadas a perturbarlo. Hay un momento de acercamiento que se ve interrumpido por la llegada del Uber. Antes de meterse en el Uber y marcharse —algo que, por la gravedad del asunto, pensamos que será para siempre—, Hae Sung se gira e interpela, no a Nora Moon, sino a Na Young. “Oye”. La imagen que invoca es poderosa: ambos de pequeños, en un escenario nocturno, sirviendo de reflejo a la situación que están a punto de experimentar. Hae Sung siempre ha visto en Nora Moon a la niña de la que se enamoró, y lo mismo sucede al revés. Tras ese “oye” y el reconocimiento de Na Young, Hae Sung formula una pregunta: “¿Y si esto es una vida pasada, también, y ya significamos algo para el otro en nuestra próxima vida?”. La idea del in-yun como centro de un mundo de posibilidades. “¿Quiénes seremos entonces?”. No lo saben. No pueden saberlo. Solo saben que, de ser el caso, se verán en esa vida. Esa sí es manera de decir adiós. Hae Sung se marcha con el Uber. Nora tiene que volver sola a su apartamento. Llega a la entrada, Arthur la espera. Rompe a llorar en sus brazos. La tercera estrofa de esta canción de desamor termina con una dualidad realista-optimista: en esta vida no podemos correspondernos, pero quizá en la próxima pueda darse el caso.

Past Lives reformula el esquema prototípico del triángulo amoroso para escapar de sus clásicas suposiciones. Históricamente, este arquetipo estructural del enredo argumental se utilizaba para destapar un inmenso inventario de celos, envidias y venganzas colocados estratégicamente para hacer que la historia avanzara. Esta primera película de Celine Song rompe con esa formulación para ofrecernos un trabajo en el que no existe maraña que valga. Los personajes que pueblan el paisaje emocional de Past Lives redundan en lo que significa ser realmente humano en un contexto romántico. El enamoramiento hasta las trancas de Hae Sung, la condición de desarraigo de Nora y el reconocimiento inteligentemente emocional de Arthur buscan darnos a entender que, primero, las cosas no son tan simples como parecen en un principio y, segundo, si queremos llegar a entender realmente a ese «Otro» que se construye en el lado opuesto del binomio, tendremos que poner de nuestra parte y encarar la situación tratando de tener en cuenta el contexto en el que se efectúa. Past Lives es uno de los productos más refinados, profundos y emocionales que nos ha dado el cine este año.

 

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