Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: los mejores documentales (II)

Continuamos explorando las extensas fronteras del documental; si es que existen fronteras en esta forma cinematográfica tan diversa, compleja y libre.

Laura Taltavull: Paris Is Burning (Jennie Livingston, 1990)

Este fascinante documental examina los extravagantes rituales de baile, los balls, de la comunidad LGBTQ+, negra y latina, en la Nueva York de finales de los 80. Además de ser toda una clase magistral sobre su cultura, es una crónica sincera y humana que se erige como un gigantesco ejemplo de resiliencia. Esa sigue siendo la clave de su legado, el testimonio de su capacidad para persistir en la autoafirmación, frente a fuerzas, tanto personales como impersonales, que intentan negar su propia identidad e, inclusive, su existencia. Esa resiliencia es el núcleo de Paris Is Burning.

Livingston, con seis años de trabajo a sus espaldas, en este documental demuestra su habilidad para ampliar los contextos sociales del cine documental y las narrativas personales, recurriendo a actuaciones cautivadoras como evidencia documental. Todos los participantes son encantadores: desde Dorian Corey, una majestuosa diva de la época dorada de las drag queens; Pepper LaBeija, la madre de la Casa LaBeija, o Willi Ninja, una de las historias de éxito de Paris Is Burning, excepcionalmente talentoso y ambicioso, logra hacer del voguing una tendencia mundial; hasta Octavia Saint Laurent, una bella modelo que aspira a la alta costura y a una operación de reasignación de sexo; y Venus Xtravaganza, una fuerte y delicada mujer trans cuyo espantoso asesinato a manos de un cliente revela el sórdido submundo del trabajo sexual al que muchas estaban expuestas. De hecho, muchos de los artistas que aparecen en el documental finalmente murieron a causa del SIDA o por la falta de acceso a la atención médica.

Paris Is Burning amplió la tradición cinematográfica de no ficción. La alegría y la fuerza que presenciamos en tantos momentos, a pesar de la pandemia del SIDA, el racismo, la LGTBfobia, la pobreza, la violencia, las adicciones y otras adversidades, es conmovedora. Ese mensaje, junto con la escenografía y la audacia únicas de los balls y la vida cotidiana de los participantes, lo convirtieron en una revelación mundial que desde entonces se ha elevado a un estatus legendario.

Gerard Bibiloni: Ryuichi Sakamoto: CODA (Stephen Nomura Schible, 2017)

Review: Ryuichi Sakamoto: Coda - Scannain

Cuando pensamos en grandes compositores musicales que han trabajado para el cine y su obra, quizás se nos venga a la cabeza figuras de tal magnitud como John Williams, Ennio Morricone o Hans Zimmer. Figuras con un corpus creativo tan abrumador que apenas es necesario llevar a cabo una relación de cuáles han sido aquellas películas en las que han participado para llevarlas al estrellato. Son personalidades que han dejado claro que el medio quedaría, prácticamente, huérfano sin bandas sonoras que acompañaran, por ejemplo, las aventuras de Indiana Jones, las intensas miradas entre Clint Eastwood y Lee Van Cleef o la épica psicológica de las películas de Christopher Nolan. Sin embargo, en muchas ocasiones y más allá de algunos nombres que se han ganado a pico y pala su renombre en el mundillo, desprestigiamos el departamento musical al no prestar atención a los componentes que lo integran. Aprovechamos este «RIRCA recomienda» para revalorizar el nombre de Ryuichi Sakamoto, quien tan tristemente nos dejaba a finales de marzo del presente año tras una larga batalla contra el cáncer.

Aunque a Sakamoto se le puedan agenciar algunas de las bandas sonoras más interesantes de la historia del cine —pienso en Merry Christmas, Mr. Lawrence (Nagisa Oshima, 1983)The Last Emperor (Bernardo Bertolucci, 1987)—, sus comienzos no fueron procurándole música a los productos del séptimo arte. Para recapitular y ver dónde empezó el tokiota, tenemos que retrotraernos a 1978, año en el que publicó tanto su primer disco en solitario, Thousand Knives (Nippon Columbia, 1978), como el primer disco homónimo de su reconocida banda de música electrónica Yellow Magic Orchestra, publicado bajo el sello Alfa. A pesar de que a partir de 1983 Sakamoto dedicaría grandes esfuerzos a la creación de bandas sonoras para películas tan reconocidas como las citadas al inicio de este párrafo, nunca dejaría su faceta de compositor alejado del marco concreto del cine.

Ryuichi Sakamoto: CODA (Stephen Nomura Schible, 2017), el trabajo que a nosotros nos repercute en esta recomendación, precisamente se centra en el proceso creativo del maestro para la composición de lo que se ha convertido con el tiempo en una de sus obras de cabecera, async (Commmons & Milan, 2017). Nacida como una banda sonora hipotética para una película inexistente de Andrei Tarkovski, y con la participación de algunos de sus más acérrimos colaboradores, como David Sylvian o el propio Bernardo Bertolucciasync supone un deleite sónico de texturas e ideas que tienen como común denominador el minimalismo y lo etéreoRyuichi Sakamoto: CODA se encarga de recoger el camino que ha seguido Sakamoto para llegar a la configuración de estos mismos paisajes sonoros, no sin dejar de lado alguna entrada en su faceta más personal, como su dedicación para con los destrozos ocasionados en el accidente nuclear de Fukushima en 2011 o su batalla contra el cáncer que terminaría por llevárselo por delante en marzo de este año. Sea como fuere, este documental que firma Nomura Schible supone una perfecta introducción al genio de unas de las figuras más interesantes, creativas y únicas del panorama musical de los últimos 50 años. Despedimos a Sakamoto recomendando encarecidamente al lector, más allá del visionado de este documental, su entrada en el enriquecedor y vibrante mundo de su música, tanto aquella que hizo para el cine, como la que hizo con su banda y en solitario.

Aitor Fernández de Marticorena Gallego: For All Mankind (Al Reinert, 1989)

El documental, más que ningún otro medio cinematográfico, abarca todos los géneros del séptimo arte. Esa versatilidad puede observarse en nuestras múltiples recomendaciones, donde tienen cabida tanto conflictos de gran envergadura social (el 11S, el #MeToo, la opresión de minorías) como retratos individualizados (la vida de un compositor entre la chispa de la creatividad y la inminencia de la muerte, el compromiso de un director con las causas sociales). En el documental se concentran todas las vivencias, pasiones e interacciones del ser humano. Hace poco más de 30 años, el director, guionista, productor y periodista Al Reinert exploró estas infinitas posibilidades del medio documental a través de una cinta que trascendía los conflictos terrenales para transportarnos al espacio.

For All Mankind se enmarca en una época de transiciones: 1989. 45 años después de su inicio, la Guerra Fría estaba llegando a su fin. La caída del Muro de Berlín o la disolución del Telón de Acero en Europa anunciaban el cese de la guerra con la desaparición de la Unión Soviética. En Sudáfrica, un nuevo presidente, F. W. de Klerk, sería elegido e iniciaría un desmantelamiento total del apartheid antes de la política de Nelson Mandela. En Brasil, el fin del gobierno militar llevó a la primera elección presidencial en 29 años, culminando un lento proceso de redemocratización. También fue el año en que surgieron los primeros proveedores de servicios de Internet, símbolo de una futura globalización. El estreno de For All Mankind en una época de cambios, de unión entre todos los países, parecía una reafirmación de la esperanza global desde su mismo título: «para toda la humanidad».

En un proceso largo y complejo, Reinert y su editora Susan Korda seleccionaron, de entre 80 horas de entrevistas de la NASA y casi dos kilómetros de rollos de película, apenas una hora y veinte de metraje total para configurar For All Mankind, un documental sobre los primeros alunizajes del ser humano desde 1968 hasta 1972 a través de las incursiones de los Apollo 7 al 17. La obra de Reinert no se recreaba en el usual patriotismo estadounidense; en su lugar, tomó dos decisiones: rendir tributo a los programas tanto estadounidense como ruso y evitar el uso de un narrador en favor de una suerte de sinestesia audiovisual. Todo lo que se observa en la cinta proviene directamente de los clips recibidos por la NASA y las entrevistas realizadas a los distintos astronautas, y la visión sobre ambas es puramente objetiva. No hay juicios de valor ni favoritismos; For All Mankind tiende un puente entre la pequeñez del ser humano y el espacio infinito, referenciando a la 2001: A Space Odyssey (1969) de Stanley Kubrick en el proceso y con la música de Brian Eno siempre a la cabeza. Las imágenes del espacio pierden cualquier aura nacionalista y se convierten en proyecciones de aquellos sueños humanos en los albores del tiempo, en la reconexión con el niño interior que observa el mundo con tanto terror como fascinación.

En un montaje que conecta las 11 incursiones como una sola continua y exitosa, los astronautas se divierten, las imágenes nos abruman y la música de Brian Eno nos acoge en ese sentimiento de fascinación. No en vano hablaba de «sinestesia audiovisual»: durante su visionado, uno escucha el silencio del espacio y habita en él con despuntes musicales que invitan a perdernos en la inmensidad del cosmos, una inmensidad siempre controlada. Reinert sabe que las imágenes hablan por sí solas y se entrega a un apartado visual impecable donde cada nuevo corte implica la certeza de una nueva perspectiva cautivadora de la Tierra o la Luna. «Olvidemos las estúpidas guerras», nos parece decir Reinert con sus imágenes, «y regocijémonos en el gozo de una existencia colectiva con las estrellas». For All Mankind es atemporal porque existe en un vacío donde no hay espacio para dramas humanos ni conflictos bélicos; solo el ser humano y el cosmos en sintonía por primera vez en la historia de toda la Humanidad.

Raff Guardiola: Discovery Tour by Assassin’s Creed (Ubisoft, 2018-2020)

La franquicia Assassin’s Creed (2007-actualidad), una de las más conocidas de Ubisoft, es famosa por ser, además, una de las más citadas cuando se habla de historia en videojuegos. Si bien los desarrolladores dejan claro desde el principio que su trabajo es una historia de ficción y que se ha desarrollado teniendo en cuenta un trasfondo cultural, social, religioso y afectivo de muy diversa índole en cada uno de los miembros que conforman el equipo de desarrollo, no es menos cierto que, más allá de las libertades estéticas e históricas que se puedan tomar a la hora de crear el texto, Assassin’s Creed es una de las franquicias de videojuegos que más documentación histórica tiene detrás de su trabajo. Con ello consiguen un entorno muy bien trabajado en el que el escenario es tan protagonista como lo es el avatar del jugador, en ocasiones quizás incluso más, y es probablemente el único componente histórico capaz de sostener una ficción que, por razones obvias, no siempre refleja fielmente la realidad histórica.

Estos productos, que son un modo gratuito más de las tres últimas entregas (Origins, Ubisoft 2017; Odyssey, Ubisoft 2018 y Valhalla, Ubisoft 2020), toman forma de documentales interactivos en los que el jugador explorará su entorno en una serie de tours preparados conjuntamente con los desarrolladores y diversos historiadores expertos en la materia, dando lugar así a un documental interactivo en un entorno único. Al explorar este entorno, el jugador tiene acceso a explicaciones diversas, comenzando por los elementos geográficos del sitio hasta los elementos de la vida cotidiana de los lugareños de la época, pasando por elementos religiosos, históricos, filosóficos, etc., todo ello en un entorno fielmente reproducido, siendo esta última parte, el entorno, la que ha suscitado más elogios por parte de expertos.

En este sentido, Discovery Tour de Assassin’s Creed no hace nada nuevo per se, puesto que la técnica de los «documentales interactivos» suele ser bastante usual en museos, especialmente en aquellos que han invertido en tecnología. Lo que sí hace, sin embargo, es acercarlo al día a día de una audiencia más amplia y que no requiere desplazamiento. Así pues, Ubisoft parte de un modelo existente de reconocido éxito y lo ludifica, creando con ello una experiencia interesante para el jugador que puede utilizar los entornos que ya conoce en el videojuego para aprender más sobre su creación, su trasfondo histórico, filosófico y además, lo hace de una manera lúdica que invita a conocer más. Los diferentes tours se van desbloqueando a medida que el jugador los va completando y, más que ser un mero espectador, el jugador debe moverse por el entorno e investigarlo para conocer los elementos históricos que han servido de base para la creación del videojuego. De algún modo, el jugador pasa a ser partícipe de la investigación llevada a cabo por desarrolladores y expertos para dar vida a un entorno histórico para que este pueda ser una buena base para la historia ficcional que en él debe desarrollarse, por lo que también puede observarse parte del proceso creativo de manera implícita en las dos primeras entregas (referentes al antiguo Egipto y la antigua Grecia respectivamente) y de manera explícita en la última. Por todos estos motivos, estos documentales interactivos merecen nuestra recomendación.

 

 

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