Representación, Ideología y Recepción en la Cultura Audiovisual

RIRCA recomienda: los mejores period dramas (I)

Probablemente, el término “period drama” sea uno de los más debatidos de los géneros cinematográficos. Primeramente, por la naturaleza del propio concepto: drama de época o, como también se conoce en inglés, costume drama. Si bien, como su nombre indica, la característica intrínseca del género es su relación con la ficción histórica, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿acaso todas las ficciones no se enmarcan en su propio contexto histórico? Así, la idea principal del period drama surge desde la representación de épocas pasadas y su interés por reflejar eventos relevantes concretos que las definieron. Entonces, ¿dónde queda el denominado cine histórico? ¿El peplum, la era medieval o el western entran en dicha clasificación? ¿Las ficciones ambientadas al final del siglo XX y principios del XXI se pueden considerar period dramas siendo tan cercanas a nuestro presente? Como siempre, todo es susceptible a interpretaciones.

Sea como sea, si echamos un vistazo a la tradición asociada al género, observamos que las producciones más reconocidas – o aquellas que primero vienen a la mente – aparecen de la mano de las ficciones británicas. La combinación de drama histórico e industria británica siempre se entiende como signo de calidad narrativa y estética que, en gran medida, ha delimitado la iconografía del género en el imaginario colectivo. Algo que supuso que, de manera más juguetona y trivial, también se conozca los period dramas como “cine de tacitas”. Así, las adaptaciones de las obras de Jane Austen son uno de los referentes indiscutibles del Periodo Regencia por las que han desfilado grandes nombres interpretando a sus personajes femeninos más icónicos: Pride & Prejudice con Greer Garson (1940), Jennifer Ehle (1995), Keira Knightley (2005) y Lily James (en Pride, Prejudice & Zombies, 2016); Emma con Gwyneth Paltrow (1996), Romola Garai (2009) y Anya Taylor-Joy (2020); Sense & Sensibility con Emma Thompson y Kate Winslet (1995); Mansfield Park con Frances O’Connor (1999) y Billie Piper (2007); Persuasion con Sally Hawkins (2007) y Dakota Johnson (2022); Love & Friendship con Kate Beckinsale (2016); y Northager Abbey con Felicity Jones y Carey Mulligan (2007). Lo mismo se podría decir de las adaptaciones de las novelas de Charles Dickens y de las obras de Shakespeare como representantes de la Era Victoriana y la Era Isabelina, respectivamente.

El period drama, pues, se entiende en relación con sucesos pasados que en esencia reflejan el contexto social, político, económico y cultural de las épocas que representan. Por tanto, más allá de identificarlo como ficciones cercanas al melodrama y lo romántico, las narrativas del period drama contemplan los eventos históricos como espejo de la manera de comportarse, pensar y expresarse acorde a los valores del momento. Así, el género aúna temáticas que van desde lo cotidiano a los acontecimientos dentro de la memoria colectiva – o de lo particular a lo global, si se prefiere. Desde biopics de figuras significativas (Lincoln, The King’s Speech, Radioactive, Mary Queen of Scotts, Emily…), hasta conflictos bélicos (las dos Guerras Mundiales, la Revolución Francesa, la Independencia de EE.UU., la Guerra de Secesión, la Guerra Fría…) y pasando por la representación de la vida diaria de los diferentes estratos sociales. Esta última, especialmente relevante dentro del género que se mueve entre la crítica a la burguesía y el retrato de los bajos fondos y la clase trabajadora (Suffragette, Their Finest, Gosford Park, Vera Drake, On Chesil Beach…).

Igualmente, en el period drama también existe el encuentro con otros otros géneros como el terror gótico (Crimson Peak, Picnic at Hanging Rock, The Alienist, Penny Dreadful…) o con otras temáticas cercanas a la contemporaneidad como es la representación LTGBI (The World to Come, Gentleman Jack, Brideshared Revisited, Another Country, The Miniaturist …). Ésta última muy popular dentro del género que pone en el centro los tabús y la represión de las épocas aportando una perspectiva diferente al elemento sentimental/sexual de sus temáticas. Asimismo, encontramos a cineastas que han dedicado gran parte de su filmografía al género: Jane Campion (The Portrait of a Lady, The Piano, Bright Star y The Power of the Dog), Terence Davies (The Long Day Closes, Distant Voices Still Lives, The House of Mirth, The Deep Blue Sea y Benediction), Joe Wright (Pride & Prejudice, Atonement, Anna Karenina, Darkest Hour y Cyrano) y James Ivory, a quien le dedicamos una recomendación a continuación. A pesar de la clara impronta de las ficciones británicas, el period drama también tiene su proliferación en Europa, Asia y Estados Unidos. Los primeros centrados en su perspectiva de la historiografía monárquica y bélica (Corsage, A Royal Affair, Cold War, Mientras Dure la Guerra…); los segundos en sus periodos feudales (Zatoichi, Hero, Tigre y Dragón…) y, los últimos, a través de la construcción de la sociedad norteamericana comprendida entre 1770s-1950s (The Gilded Age, John Adams, PD: City of Angels, 12 Years a Slave, The Age of Innocence…).

En definitiva, con este breve repaso podemos observar la clara hibridez del género; ya se mueva dentro de un clasicismo narrativo o no. El period drama es un género ambiguo que, aunque tenga unos patrones reconocibles, aún cuesta delimitar y que, hoy en día, sigue teniendo infinitas formas de expresión y aún tienen significación e interés; ya sea para revistarlos, para descubrirlos o para reformularlos.

Nuria Vidal: The Remains of the Day (James Ivory, 1993)

Si tenemos que hablar de period dramas es prácticamente imposible no mencionar al cineasta James Ivory. Más allá de directores como Terence Davies o Zhang Yimou, Ivory es de los pocos autores que han dedicado gran parte de su filmografía a explorar las diferentes facetas de la sociedad burguesa británica y americana en el pasado; todas ellas comprendidas en la primera mitad del siglo XX. Desde The Europeans (1979) a Heat & Dust (1983) pasando por The Bostonians (1984) hasta llegar a Maurice (1987), James Ivory demuestra una sensibilidad y una habilidad única para retratar los valores de la época a través de personajes complejos y diversas situaciones, fruto de su contexto histórico y social, que los cuestionan. Probablemente, sus películas más reconocidas sean A Room With a View (1985), Howards End (1992) y, nuestra recomendación de hoy, The Remains of the Day (1993). Esta especie de “trilogía involuntaria” establece al cineasta americano como uno de los mayores exponentes del period drama cinematográfico que, a pesar de que concentran parte de sus argumentos en tramas sentimentales, están muy alejados de los melodramas y ficciones románticas canónicas para realizar un agudo retrato de la clase alta inglesa.

Siendo la adaptación de la novela homónima de Kazuo Ishiguro de 1989, The Remains of the Day nos narra la historia de Mr. Stevens (Anthony Hopkins), un hombre que ha dedicado toda su vida a ser el mayordomo de la mansión de Darlington Hall. La narración, que alterna pasado y presente, se nos cuenta desde el punto de vista de Stevens quien, por un lado, intenta retomar el contacto con Mrs. Kenton (Emma Thompson), la antigua ama de llaves de la mansión; y, por otro lado, nos relata su experiencia como sirviente en la casa 20 años atrás. Así, se nos enseña el día a día de los empleados de Darlington Hall mientras comienzan a proliferar los pensamientos totalitarios del nazismo en las reuniones de Lord Darlington (James Fox). En este sentido, la narrativa de la película está elaborada con una sublime sutileza donde los cambios políticos se suceden en segundo plano y a los que Stevens apenas presta atención.

Igualmente, la personalidad distante y auto-reprimida de Stevens y su lealtad a los valores de la servidumbre hacia su Lord, también son unos de los ejes de la película. La búsqueda identitaria de Stevens se ve condicionada por su relación con Mrs. Kenton quien lo desafía en su hermetismo, tanto profesional como personal. Es aquí donde Ivory – y el guion de su frecuente colaboradora Ruth Prawer Jhabvala – brillan. Como parte de sus características autorales, la cinta retrata a sus personajes y su entorno con una tristeza y melancolías desbordantes y casi poéticas. El impecable y sutil trabajo de subtexto en cada gesto, palabra y silencio se convierte en los ejes principales de The Remains of the Day sustentado por la atenta y alentadora mirada de su protagonista, Mr. Stevens, y en menor medida, de Mrs. Kenton. Unos personajes fascinantes con tantas capas de lectura como la propia película donde encontramos a unos comedidos Anthony Hopkins y Emma Thompson (en dos de mis interpretaciones favoritas) realizando unos sublimes y minuciosos trabajos.

Antes de concluir, debo confesar que soy una apasionada de los period dramas. Sin embargo, pocas películas me hacen volver a ellas como The Remains of the Day. La forma con la que maneja el paso del tiempo aprovechando cada recurso de montaje, el reflejo de la decadencia de una clase social caduca y clasista y las oportunidades perdidas en el amor son el epicentro de una película imprescindible y de las más significativas dentro de las narrativas del drama histórico.

Laura Taltavull: Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019)

Retrato de una mujer en llamas es una película visualmente deslumbrante y emocionalmente implacable escrita y dirigida por Céline Sciamma, por la que recibió el premio a Mejor guion en la edición 72 del Festival de Cannes. Ambientada en la Francia del siglo XVIII, la película explora el amor, el deseo y las exigencias impuestas a las mujeres de la época. La película gira en torno a la relación entre Marianne (Noémie Merlant), una joven pintora, a la que le encargan el retrato de Héloïse (Adèle Haenel), una joven de la nobleza que acaba de salir del convento para ser casada. Poco a poco, se forja un convulso vínculo entre ellas.

Una de las mayores fortalezas de la película es su exquisita fotografía, a cargo de Claire Mathon. Captura la gran belleza de una isla remota y realza la intimidad entre las amantes. Cada plano, su encuadre y su composición, es minucioso. El uso de la luz natural aporta transparencia a las escenas, sumergiendo al espectador en el trance emocional de los personajes.

Las interpretaciones también son brillantes, siendo representaciones matizadas y conmovedoras de las protagonistas. Su química es palpable y transmiten una variedad de emociones con sutileza y autenticidad. A su vez, la dirección y el guion de Sciamma es magistral, creando una atmósfera poética y contemplativa a lo largo de la película. Con un guion, dotado de un rico diálogo y una estructura narrativa cuidada, explora hábilmente la autonomía femenina y las identidades de las mujeres, en relación con el papel del arte, que se entremezclan con una compleja relación amorosa.

En definitiva, es una película conmovedora que explora las complejidades del deseo y la libertad. El esmero de Sciamma, combinado con unas actuaciones excepcionales, generan una experiencia cinematográfica estimulante. Un testimonio del poder del amor y el arte para trascender las limitaciones sociales y encender las llamas de la liberación y el autoconocimiento.

Guillermo Amengual: Andrei Rublev (Andrei Tarkovsky, 1966)

Rusia, siglo XV. Yefim intenta alzarse con un globo aerostático que ha construido. Una turba de gente intenta detenerlo, pero al final logra volar. Se siente abrumado y a la vez fascinado por lo que ve desde lo más alto. El globo comienza a descender, cada vez con más rapidez hasta que Yefim se estrella contra el suelo. Así comienza el cineasta soviético Andrei Tarkovsky su segunda película, Andrei Rublev (1966), con una potente metáfora de lo que significa ser un artista, un reflejo de la situación que sufrían los artistas de la URSS con el gobierno que imponía su ideología y cortaba las alas de aquellos que querían expresarse a través de la pintura, la escultura, la literatura, el cine…

Tras ganar el León de Oro del Festival de Venecia por su primer largometraje, la bellísima Infancia de Iván (1962), Andrei Tarkovsky -hoy considerado como uno de los maestros del séptimo arte– decidió trasladar la vida del pintor iconoclasta del siglo XV Andrei Rublev a través del lenguaje cinematográfico; todo un reto que superó con creces llegando a recibir alabanzas de directores de la talla de Ingmar Bergman que llegaría a catalogar a Andrei Rublev como una de las mejores películas jamás hechas. Y es que no se trata tan solo del retrato del artista, interpretado, por cierto, por Anatoli Solonitsyn, actor fetiche del director. Tarkovky propone una cinta de más de tres horas de duración dividida en fragmentos episódicos marcados por eventos y personajes -bufones, asedios tártaros, fiestas paganas, etc.- donde presenta al pintor en diferentes eventos que observa como un espectador más, hasta que poco a poco los sucesos acaban por afectarle y repercutirle tanto que decide tomar la decisión de revelarse contra el mundo a través de un voto de silencio: serán su obras las que hablarán por él. De alguna forma, el pintor es el reflejo del cineasta, de cómo ve la vida y cómo le afecta el mundo que le rodea. También es un poema sobre el poder de la religión y cómo el catolicismo es sin duda no solo una pieza central en la conformación de la historia de Rusia -a pesar de que la URSS se consideraba atea, razón por la que la película fue prohibida-, sino en la del mundo entero, para bien o para mal.

«La película debía estar planteada como si nos estuvieran informando los contemporáneos. Por ello, los hechos históricos, las personalidades y los elementos de la cultura concreta, material no debían estar representados como material para futuros monumentos, sino que tenían que ser tremendamente vivos, llenos de aliento, incluso plenamente cotidianos” comentaba Tarkovsky en su ensayo Esculpir en el tiempo (Rialp, 2018) y es que el film funciona verdaderamente como un poema fílmico intemporal en el que uno ve reflejada la verdadera naturaleza del ser humano, desde sus preocupaciones trascendentales hasta las escenas más banales y cotidianas llenas de una belleza especial. El espectador acompaña al pintor en su viaje por los parajes de rusia como un compañero más en la travesía. Un camino duro, pero catártico.

 

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