5 Razones feministas para ver «GLOW»
La disponibilidad de temporadas enteras en plataformas de streaming como Netflix hace que consumamos algunas series a toda velocidad y que los tiempos de espera entre entregas se nos hagan eternos. Para hacer más llevaderas esas pausas, de vez en cuando en este blog revisitamos productos sobre los que ya hemos escrito.
Echando de menos GLOW tras su soberbia T1, me propongo hoy hacer una entrada en la línea de mi colega Isabel Menéndez con Sex and the City, repasando mis “5 razones feministas” para acercarse a esta creación de Liz Flahive y Carly Mensch.
- La sororidad: Paradójicamente, una serie sobre mujeres que luchan entre ellas se ha convertido en un ejemplo positivo del tratamiento de la solidaridad femenina. En esta producción los personajes se acercan unos a otros con amabilidad y disposición a ayudar desde el primer episodio, y se apoyan entre sí tirando de un proyecto común hasta las últimas consecuencias. Es cierto que existe una rivalidad de corte tradicional (estilo “culebrón”) entre Ruth (Alison Brie) y Debbie (Betty Gilpin), pero ese patrón no se traslada a las demás. El elenco de GLOW pelea dentro del ring, pero fuera hace piña para colaborar en los entrenamientos, curar heridas físicas o anímicas, montar fiestas sorpresa o compartir confidencias.
- El cuerpo: Si algo caracteriza a esta serie es la diversidad, incluyendo la de aspecto físico. El hecho de situar la historia en el marco de la lucha fuerza de alguna manera que veamos cuerpos femeninos en acción. Pero no solo eso: los que aparecen son de diverso color y tamaño, si bien una vez más las peleas entre Ruth y Debbie focalizan la atención en dos modelos estéticos canónicos, con la rubia buena como Liberty Belle y la malvada morena como Zoya the Destroya. Centrando de nuevo la atención en el conjunto, sin embargo, encontramos a mujeres muy distintas que aprenden a manejar su cuerpo con energía, cumpliendo sus objetivos de deporte y espectáculo sin hacerse daño. De hecho, terminan enamorándose de lo que hacen, a pesar de sus resistencias iniciales, en gran parte porque se sienten más poderosas. Así, Debbie le confiesa a Ruth en el episodio 9: “Me encanta la lucha libre… Es como si hubiera retomado mi cuerpo y ya no fuera de Randy ni de Mark. No sé… ahora puedo usarlo a mi antojo y me siento como una superheroína”.
- Su anti-estereotipia: Derivada de las dos razones anteriores viene la idea de que GLOW desmonta estereotipos casi literalmente a golpes. La exposición brutal, sobre todo en boca del productor del espectáculo, del uso que se hace de imágenes simplificadas y discriminatorias en el mundo de la lucha sirve como elemento de denuncia de ese mecanismo. La manera en que las protagonistas hacen suyas las máscaras que la puesta en escena les obliga a llevar nos hace ver con qué elementos dialécticos se está jugando en cada caso (ej. La belleza típicamente WASP de Liberty Belle, la envergadura de Machu Picchu, etc.), deconstruyéndolos ante nuestros ojos.
- El humor: Como ya se ha mencionado en otra entrada sobre la serie, GLOW es un producto tipo dramedia, que combina elementos narrativos serios y de profundidad con un humor muy poco políticamente correcto. Desde el punto de vista de género me interesa especialmente destacar que, como audiencia, no nos reímos de las mujeres. Al contrario de lo que ocurre en algunos episodios, por ejemplo, de Orange Is the New Black, donde es fácil caer en la risa a costa del físico o el comportamiento de alguna de las reclusas (el caso de “Crazy Eyes” es paradigmático y ha sido muy criticado), aquí ellas mantienen en todo momento el control sobre el discurso, y son ellas mismas las que generan el humor de cada entrega. Sus cuerpos no son motivo de mofa ni entre ellas ni para el público, y las creadoras se aseguran de que cada personaje tenga su talento y cada actriz su momento de gloria.
- La complejidad narrativa: También se ha sugerido ya aquí el interés que tiene GLOW como texto metanarrativo en el que se pone en primer plano la construcción de las historias dentro del espectáculo de las Hermosas Damas de la Lucha. Una vez más, me ha llamado la atención cómo Flahive y Mensch, con gran sutileza, desplazan el foco de control hacia las protagonistas femeninas. En el universo intradiegético existen un director (Sam, interpretado por Marc Maron) y un productor (Sebastian, a quien da vida Chris Lowell), pero las riendas del show quedan muy lejos de estar realmente en sus manos. A medida que la trama avanza, la implicación de las luchadoras en el espectáculo y en la narrativa que propone cada uno de sus combates no deja de crecer, y su experiencia vivida acaba imponiéndose sobre los esquemas tradicionales y poco originales que pretenden imponerles Sam y Sebastian.