La esencia del drama social: «Life and Death in the Warehouse» y «Rosie»
El drama social ha sido una de las vertientes predilectas de la cinematografía británica a lo largo de su historia cultural. Una preocupación por el bienestar social que se manifiesta a través de la crítica a la violencia sistémica ejercida por las políticas gubernamentales; especialmente, aquellas derivadas de las últimas décadas de recesiones económicas que se traducen en crisis que perduran hasta nuestros días. Si bien las ficciones británicas tienen una tradición de mostrar la hipocresía y la moralidad de la clase opulenta a partir del género del period drama, la clase obrera tiene su representación dentro del cine de realismo social. Una representación que tuvo en el movimiento Free Cinema a cineastas como Karel Reisz (Saturday Night and Sunday Morning, 1960) y Tony Richardson (A Taste of Honey, 1961) como principales exponentes. Así, esta tipología de películas cobra especial relevancia en la época de los 80’ en la era de Thatcherismo con la filmografía de Mike Leigh, el cine reivindicativo socio-político de Ken Loach o, más recientemente, la apuesta de Andrea Arnold por reflejar la vida de las mujeres de la periferia.
En este contexto se enmarcan los dos largometrajes que traemos a continuación: Life and Death in the Warehouse (2023) y Rosie (2018). Dos cintas de carácter independiente que ponen en evidencia los fallos del sistema y los problemas de la clase obrera en tiempos de dificultad. La primera dentro del contexto post-pandemia y, al segunda, situada en plena crisis inmobiliaria. Además, ambas películas muestran las vicisitudes sociales desde el punto de vista del cine galés e irlandés que sitúa las historias marginales en ambientaciones fuera de Reino Unido.
Bajo el título nada sutil, Life and Death in the Warehouse es el tercer film de ficción del documentalista Joseph Bullman después de la dirección de las aclamadas Killed By My Debt (2018) y The Left Behinds (2019). El argumento sigue a Megan Roberts (Aimee-Ffion Edwards) que consigue un trabajo como coordinadora de equipo de un prestigioso almacén de reparto para una empresa de compras online. En su nuevo puesto coincide con Alys Morgan (Poppy Lee Friars), una conocida de la adolescencia que tiene serios problemas para mantener las exigencias de rendimiento de la empresa. En un cruce de intereses entre los jefes, Megan y Alys, ésta última sufre un accidente que pone en evidencia las negligencias de la compañía. Así, la película expone en apenas una hora de duración la explotación laboral en momentos de crisis, especialmente después de la pandemia del COVID-19, y la falta de escrúpulos y empatía que demuestran muchos empleados de las empresas de paquetería online escudándose en la satisfacción del cliente. La película está basada en los relatos de ex-trabajadores de estos almacenes que, debido a las pésimas condiciones laborales, se han enfrentado a numerosos riesgos financieros, físicos y emocionales.
La cinta es, en este sentido, escalofriante a la hora de plantearla como una especie de thriller donde la tensión y el nerviosismo de la cámara juegan un papel importante para crear una atmósfera claustrofóbica. El film es ciertamente hábil al mostrar los dos puntos de vista paralelos entre Megan y Alys cuyas tramas se contraponen, pero sus experiencias personales son completamente equiparables en la desesperación por la falta de trabajo. Mientras Alys es la víctima de la explotación laboral con ritmos frenéticos, exigencias físicas arriesgadas y motorización de sus movimientos; Megan también es víctima de las presiones de los altos cargos por no ser lo suficiente estricta con las normas de la empresa lo que la llevan a cuestionarse su moralidad y, finalmente, a ser engullida por el sistema. Esto último, algo que recuerda al pesimismo del destino de la protagonista de The Assistant (2019) y al reflejo de su entorno laboral. Sin embargo, a pesar de la necesidad crítica del discurso, el conjunto resulta un tanto desequilibrado a la hora de plantear ciertas temáticas. Primeramente, la narrativa de Alys tiende hacia cierto melodramatismo que nos termina de casar con el resto de la cinta. Por su parte, la narrativa de Megan resulta muchísimo más interesante a la hora de establecer el reflejo acerca de las injusticias laborales y los diferentes relatos que vertebran la crítica. Megan se convierte, así, en el testigo del modelo de viligantismo y control de los trabajadores a través de aplicaciones anónimas, la negación de derechos sindicales, la explotación laboral a partir de contratos precarios y temporales y la falta de empatía hacia empleados en situaciones de riesgo económico y minorías (mujeres, inmigrantes y personas de mediana edad). Algo que tiene como aliado la mirada incrédula y agotada de Aimee-Ffion Edwards que se transforma juntamente con el relato a medida que la indignación del espectador aumenta.
Igualmente, la película intenta crear una reflexión acerca de los peligros del capitalismo alertando de las consecuencias de la compra masiva online. Si bien es innegable la explosión de este tipo de consumo, ciertamente el mensaje parece culpabilizar al consumidor en vez de poner el objetivo en las políticas de empresa y los gobiernos que no las regulan. Algo que, al contrario que sucede en la extraordinaria cinta protagonizada por Jodie Comer, Help (2021), donde el enfurecido discurso se dirige al corazón de los políticos como narrativa post-pandemia y no, exclusivamente, del público. En este sentido, es más adecuado el planteamiento reflexivo de Rosie, cinta irlandesa dirigida por Paddy Breathnach y protagonizada por una estupendísima Sarah Greene.
La trama nos sitúa en las afueras de Dublín donde seguimos a la familia Davis quienes han sido desahuciados debido al interés del propietario de la vivienda por vender el inmueble. Así, la película transcurre en 24 horas en un día fatídico donde la matriarca, Rosie, deben lidiar con encontrar un lugar donde pasar la noche a la vez tiene que ocuparse del cuidado de sus cuatro hijos mientras su pareja, John Paul (Moe Dunford), trabaja precariamente de lavaplatos en un restaurante. Durante la cinta, asistimos a los intentos de la joven madre para responder a las necesidades del bienestar de su familia que parten desde recorrer la lista telefónica de los albergues de la ciudad, hasta llevar a los niños al colegio y, lo más importante, proteger la inocencia de sus hijos; en especial de los más pequeños que no comprenden la situación ni la desesperación de su madre. Así, Rosie se enmarca dentro de las narrativas sociales con mujeres como epicentros de la estabilidad familiar donde la maternidad es uno ejes principales y que recuerda a las situaciones de cintas como Deux Jous, Une Nuit (2014), Techo y Comida (2015), Fish Tank (2009) y I, Daniel Blake (2016). Algo que también sucede en Life and Death in the Warehouse en el caso de Megan y Alys.
De este modo, se nos proporciona el punto de vista de Rosie y los diferentes problemas a los que se debe enfrentar en el cuidado de los hijos. Unos hijos que tienen personalidades distintas y diversas maneras de afrontar los hechos y cuyas interacciones con su madre representan los momentos más humanos de la cinta. De forma especial, es importante la relación con sus hijas mayores, Millie y Kayleigh, quienes vislumbran el esfuerzo de su madre otorgando un pequeño rayo de esperanza en los momentos más desalentadores de la historia. Estos momentos de conexión son los que hacen de Rosie una película con mucha ternura y veracidad, al igual que también es angustiosa y descorazonadora. La historia, que se desarrolla sin estridencias ni melodramatismos, es una respuesta a la crisis inmobiliaria y la falta de recursos de una regulación de la vivienda en Irlanda y que ha forzado a muchas familias a no tener un hogar. Uno de los episodios más oscuros de la política social del país y que, desgraciadamente, es muy cercano a los espectadores españoles.
Más allá de ciertas carencias dramatúrgicas, Life and Death in the Warehouse y Rosie son dos películas imprescindibles dentro del panorama del realismo social europeo contemporáneo. A pesar de que estas dos cintas apelan directamente al público británico (tal como expresan sus rótulos iniciales y finales), sus reflexiones acerca del canibalismo empresarial y la falta de recursos empleados en el bienestar de las familias de clase obrera trasciende de lo local a lo global. Ambas películas son un claro ejercicio de búsqueda de empatía y de concienciación social; pero, especialmente, es una llamada de atención a las negligencias institucionales.
Amante del terror y de las series británicas. Ferviente seguidora de Yoko Taro. Graduada en cine y audiovisuales por la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya (ESCAC-UB). Especializada en dirección artística/diseño de producción. Máster de especialización en Estudios Literarios y Culturales (Universitat de les Illes Balears). Profesora en el grado de Comunicación Audiovisual en CESAG-Universidad de Comillas. Colaboradora en el proyecto «Ludomitologías» liderado por el Tecnocampus de Mataró (UPF). Interesada en la investigación en game studies y TV studies.